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Antón Castro

LOS DIARIOS INDIOS DE CHANTAL MAILLARD

LOS DIARIOS INDIOS DE CHANTAL MAILLARD

Tengo unos cuantos libros que me esperan. Hubo una época de mi vida, cuando vivía en La Iglesuela del  Cid, que mi tarea consistía en escribir y leer, y redactar reseñas, e incluso viajar por España. Estuve con Valente en Almería; con Sampedro, Ayala, Guelbenzu, en Madrid, con tantos otros. Fue una época muy bonita, que estropeé yo mismo, al aceptar volver a una redacción. No es una queja: es una forma de melancolía que no excluye la gratitud hacia el periódico que me llamó. Sólo quería hablar de libros, confesar mi falta de tiempo para leer, mi afán de viajar por las novelas, por los poemas, por las biografías, sólo quería hablar vagamente de mi obra interrumpida.

Hace días que tengo en medio del desorden de mis estanterías un libro muy especial: “Diarios indios” de Chantal Maillard, de quien he leído un poemario muy bello: “Matar a Platón” (Tusquets. Premio Nacional de Poesía, 2004). Es un libro de una extraña densidad, de hondura inefable, donde la autora aporta su don poético, su capacidad de observación, su voluntad de trascendencia en cada línea, su sementera mística y filosófica. Hay muchas páginas hermosas y perturbadoras, pero me ha gustado mucho ésta, que resume muchas cosas del volumen: la mirada, la lucidez, el desgarro.

“Violaron a una niña inglesa, anoche, en Bangalore. A él, le mataron. Dicen que fue casualidad, que no estaban juntos, que sus almas se habían separado mucho antes. Pero no lo creo. Yo los vi, a ambos, cruzando la tarde, ayer, ella sosteniendo una pereza azul en su vientre, él, unos anteojos dorados. Tan sólo los separaba la tela de algodón transparente que cubría sin ocultarla la estela de su cuerpo.

No fue casualidad, fue aquella blancura del tejido. Hay veces que la vida no soporta tanta blancura”. 

Salto algo más allá y leo: “Algo de mí está triste. Yo no lo estoy. Yo miro esa parte de mí, la miro y observo. Está cansada. Su tristeza está ligada a algunos recuerdos. Éstos forman una cadena sostenida por el cansancio, una larga cadena cuyos eslabones más antiguos, oxidados ya, arrancan del pasado”.

Retrocedo unas páginas, y releo:

“Yo tal vea sea aquella que oculta sus ojos en un pliegue de su blusa para que no los hieran, para que nos toquen con las manos sucias, para que no se los arranquen otros ojos, miles de ellos, ojos tan oscuros que no lograría jamás anidar en ellos un suspiro, ojos incansables que profanan sin tregua lo que tocan, y me sangra el rastro, se me queda atrás, atrapado en sí mismo y ojalá –pienso-, ojalá no trate de retenerlo la memoria”.

*La foto corresponde a una mujer nómada India, de raza gitana.

 

2 comentarios

A. C. -

Gracias, José María.
Tengo un libro, mi mejor libro, dedicado al Maestrazgo: "El testamento de amor de Patricio Julve" (Destino, 1995 y 2000); reaparece luego en "Los seres imposibles" (Destino, 1998), y más tarde en otro libro: "El Maestrazo. La invención de una belleza sobrenatural", donde creo que también escribo de Aliaga, que es un lugar maravilloso. Los paseos, en la umbría del río, son maravillosos; la visión de ese costal de saurio o de ballenas abierta en arrugas geológicas, es impresionante. Enhorabuena por ese origen.

Gracias por tus visitas y tus notas.

José María Ariño -

No sabía que habías vivido en La Iglesuela del Cid. Me encanta esa zona del Maestrazgo. Soy de Aliaga y allí encuentro un oasis para la lectura. Aquí la actividad me impide leer, ya por falta de tiempo o de sosiego. De todos modos, tu experiencia viajera es envidiable.