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Antón Castro

MEMORIA DE JOSÉ MARTÍ

MEMORIA DE JOSÉ MARTÍ

José Martí es el escritor nacional de Cuba. Y eso en un país que ha parido escritores como Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante, Virgilio Piñera, Severo Sarduy o Reinaldo Arenas, quiere decir algo. Cabrera Infante dijo de él en 1998: “No tengo la menor duda de que la escritura de Martí –con todos sus excesos, por todos sus excesos- es el aparato barroco, conceptista y elocuente más poderoso que ha producido la literatura en español desde Quevedo”. La reflexión acerca del autor de “Versos sencillos” –el orador “que encandilaba a los obreros con su palabra”, “el excelente periodista”, “el poeta romántico, todo un precursor del movimiento modernista”; seguimos citando a Cabrera Infante y a la par definimos al personaje- se nos antoja exagerada, pero también es todo un indicio de que estamos ante un autor que desarrolló una obra importante rodeado de adversidades, de destierros y exilios, marcado por una obsesión: la libertad y la independencia de Cuba. Uno de los amigos que lo conoció en Nueva York, en un espectáculo de Broadway, se pregunta en qué andaría pensando aquel hombre menudo, de rostro ovalado y poblado bigote, y dice: “Pensaba en Cuba y su independencia, animado por un patriotismo ascético”. Aquí está el credo fundamental de Martí: la lealtad a un pueblo, al suyo, una manera apasionada de cultivar la identidad aunque sea desde muy lejos. Durante su estancia en Guatemala, escribe herido de melancolía y remordimiento: “Aquí vivo, muerto de vergüenza porque no peleo. Enfermo seriamente y fuertemente atado, pienso, veo y siento”. Y este sentimiento constante lo lleva a acaudillar el movimiento revolucionario, a regresar a su país y a caer de tres disparos de soldados españoles en mayo de 1895 en Dos Ríos. Tenía sólo 42 años.

         ¿Qué había ocurrido hasta entonces? ¿Cómo había sido la existencia de aquel hombre pugnaz y sensible, seductor y revolucionario, que se estremecía por igual ante la belleza y la historia de su isla, la hermosura caliente de las mujeres o la fuerza tumultuosa de las palabras? Nació en La Habana en enero de 1853, hijo de valenciano y tinerfeña. Cuando tenía cuatro años, la familia se trasladó a Valencia, donde vivió dos años; más tarde, los Martí estuvieron en La Habana, en Matanzas, en Belice. El asesinato de Abraham Lincoln en 1865 lo sorprendió en la capital de la isla, y fue de los pocos alumnos que se puso un brazalete de luto. Para entonces ya tenía un amigo del alma, Delfín Valdés, que lo acompañaría a Zaragoza, y un profesor inolvidable, Rafael María de Mendive, que le enseñaba a dibujar y le corregía los versos. Aquel Pepe Martí era un excelente lector y un entusiasta poeta que obtenía buenas notas, era algo así como el alumno ángel que soportaba estoicamente las bromas de los demás. Alguien dijo de él que poseía una “sonrisa dulce que infundía respeto”. Pronto empezó a publicar en revistas y periódicos, e incluso en 1869 compuso “Abdala”, su primer drama patriótico. Por aquellos días, se produjo la deserción de un soldado cubano que pasó a las filas españolas, y él y varios amigos redactaron una carta de crítica. Esa epístola fue requisada por las autoridades y José Martí fue juzgado y condenado cuatro años en prisión con el número 113 de la brigada de blancos. Le pusieron el uniforme de presidiario, lo pelaron al rape, le colocaron grilletes en la pierna derecha y una cadena a la cintura. Le conmutaron la pena y lo deportaron a la isla de Pinos.

           Finalmente, ante la petición de indulgencia de su madre, lo mandaron a España en el vapor “Guipúzcoa”. Estuvo en Cádiz, en Madrid, donde frecuentó el Ateneo, la Biblioteca Nacional o el Café Suizo, y se aficionó a la discusión, a las tertulias y a la acción política. El noviembre de 1871, ocho estudiantes fueron fusilados en La Habana al que se les había acusado, sin demasiadas pruebas, de la profanación de la sepultura de un español. En mayo de 1873, llegó a Zaragoza y se instaló en la calle Manifestación, se matriculó en Derecho, colaboró en “La cuestión cubana” de Sevilla, y en febrero del año siguiente participó en una velada poética en el Teatro Principal, donde “fue aclamado aquella noche como orador y poeta”. Aquí escribió su drama “Adúltera” y tuvo amores con la aragonesa Blanca de Montalvo. Además de licenciarse en Derecho Cívico y Canónico, concluyó su Bachillerato en Artes y obtuvo la licenciatura de Filosofía y Letras. Su presencia en Zaragoza ha sido estudiada con pulcritud y rigor por Manuel García Guatas. Por su vinculación con Zaragoza y Aragón se ha creado la cátedra José Martí y ayer culminaba un congreso dedicado a su obra. 

         A partir de entonces, Martí se convertirá en un vagabundo. Regresará Madrid, se trasladará a Veracruz, donde vivió intensos amores con la animadora cultural Rosario de la Peña, que había sido amante del poeta suicida Manuel Acuña. Su estancia en México será muy fructífera: tradujo “Mis hijos” de Víctor Hugo, inició sus colaboraciones en “Revista Universal”, de cuya redacción llegará a formar parte, escribió por encargo el drama “Amor, con Amor se paga”, que se estrenó en el Teatro Principal de México en 1875, se dice que vivió un romance con su protagonista Concepción Padilla y otro con Edelmira Borrel, aunque a finales de ese año conoció a su futura esposa, la cubana Carmen Zayas, con quien se casó en México en 1877. Su vida giraba en torno al amor, a la polémica, a las sociedades literarias, al periodismo, que será su sustento, y sus incorruptibles ideales políticos. Más tarde se marcharía a Guatemala, donde volvió a otra enfermiza pasión: en este caso con María García Granados, que se moriría de amor por él, Martí la recordó en unos versos: “La niña de Guatemala, // La que murió de amor. // (...) Él volvió, volvió casado: // Ella se murió de amor”.

En 1880 se instaló en Nueva York donde permaneció casi una década. Y desde allí, sin perder un ápice de su pasión sus ideales, colaboró con numerosos medios y escribió sus mejores libros de versos: “Ismaelillo” (1882), “Versos libres” (1882) y “Versos sencillos” (1891), y concibió los cuatro números de la revista “La Edad de Oro”, pensada para “los niños de América”. La estancia en Nueva York, como ha recordado Juan Ramón Jiménez, fue determinante: fue un periodista minucioso y observador que igual escribía de un combate de boxeo, que de Búfalo Bill, de la muerte de Marx o de la construcción del puente de Brooklyn o de la Estatua de la Libertad. O presentaba al mundo hispánico la obra del poeta y filósofo Ralph Waldo Emerson, al que tradujo, y la fascinante personalidad de Walt Whitman. Publicó una novela, “Amistad fuerte” (1885), también conocida como “Lucía Pérez”. Viajó por el corazón de Estados Unidos, estuvo en Las Antillas, en Jamaica. Poco antes de su muerte, que nació de sus desesperado afán por entrar en combate por la libertad de Cuba, Rubén Darío escribió: “Nunca he encontrado, ni en Castelar mismo, un conversador tan admirable. Era armonioso y familiar, dotado de una prodigiosa memoria, y ágil y pronto para la cita, para la reminiscencia, para el dato, para la imagen. Pasé con él momentos inolvidables”.

8 comentarios

carlos -

tengo entendido que no es el escritor, ni el poeta, sino el hóroe nacional.
Lo que sí sé es que es, con toda seguridad, un símbolo para todo cubano, esté allá, en la isla, o acá, en el continente,.
Creo, vamos.

Mariana -

Me seduce cada vez más la vida y obra de este genial escritor.
Creo que fue un gran visionario en cuanto supo detectar los grandes problemas que, aún hoy, nos aquejan a los latinoamericanos. Cada vez mas los jóvenes debieran leer sus versos y aprender de sus grandes valores e ideales...

Caminante -

Una buena parte de mi carrera científica, la he dedicado con empeño a Martí.

No es el prestigio académico de la investigación -que bien poco-, sino el valor ético y literario de su obra, lo que me seduce hasta límites inimaginables.

No exageraba Infante con sus calificativos, sino que Martí en sí mismo, era la Gran Hipérbole. Son acaso sus mejores trabajos -y no es fortuito- los menos conocidos.

Como cubano, le agradezco la inclusión de este tema en su Blog.

Suyo...

Anónimo -


Quiero a la tierra amarilla
Que baña el Ebro lodoso:
Quiero el Pilar azuloso
De Lanuza y de Padilla......
de "Versos sencillos"

Cide -

debo ser un bicho raro. Reconozco que Ismaelillo me dejó un poco frío.

Tal vez algún día me llegue a gustar Martí. En poesía y en música lo que me gusta una vez ya nunca me deja de gustar. Tal vez por eso me cuesta tanto apasionarme con nuevos descubrimientos, porque sé que ya nunca abandonaré esas nuevas pasiones. Desde hace un par de meses me estoy apasionando con García Montero. Otra atadura más, qué se le va a hacer.

Magda -

Llegar a la zona de Vedado en la Habana y ver, en una de sus plazas, la imagen del gran Marti, es muy emocionante, vienen a la mente su lucha, su obra, su pensamiento. Llamó "Nuestra América" a todo este continente (aunque los gringos se hayan apoderado del nombre de "americanos") del que añoró la unión de los pueblos, como lo soñó Bilivar, Higalgo, y tantos notables luchadores que, como él, murieron por abrazar la libertad de lo suyo, de lo nuestro...

Pero como dejó impreso en sus versos:

Yo soy un hombre sincero
De donde crece la palma,
Y antes de morirme quiero
Echar mis versos del alma.

Hoy nos queda su legado, su obra, su esplendor...

Un abrazo, Anton.

(Por cierto, el Puerto de Veracruz se parece mucho a la Habana, y desde Cancun se ve la orillita de la isla)

A.C. -

Es un espléndido homenaje de cariño a Aragón.Gracias Chorche por tu visita y mucha suerte en la tele. Cúidate.AC

Chorche -

"Estimo a quien de un revés, echa por tierra a un tirano, lo estimo si es un cubano, lo estimo, si aragonés". Grabadas en la pared de la facultad de Filosofía y Letras están las palabras de Martí. Y grabadas dentro de un aragonés como yo que todavía está yendo y viniendo y volviendo. Y sin echar todavía por tierra a ningún tirano.