FRANCISCO AYALA: RETRATO EN DOS TIEMPOS
La casa madrileña de Francisco Ayala tiene algo de armazón de barco que ha sobrevivido a varias tempestades. Los pasos crepitan en el suelo de madera y él es el anciano marinero que habla, entre susurros, con las sombras de su camarote. Tras el recibidor, está su amplio despacho con ese amago de cápsula espacial que es el MacIntosh, que aprendió a manejar rebasados ampliamente los 90 años. En la pared cuelgan dos óleo: los dos retratos que le hizo a él y a su primera esposa, Etelvina Silva, el artista gallego Luis Seoane. Francisco Ayala es un superviviente y un símbolo del 27: es el amigo joven de Benjamín Jarnés, el colega de Ildefonso-Manuel Gil (a quien le encargó hacia 1960 la traducción de “Os Lusiadas”de Luis de Camoens). Fue, al principio, un prosista más o menos deshumanizado, de imágenes fulgurantes y escaso argumento. Luego, realizó una importante carrera como narrador en breve, sobre todo en “Los usurpadores” e “Historias de macacos”, y abordó el tema del dictador en “Muertes de perro” y “El fondo del vaso”. También se atrevió con libros más abiertos como “El jardín de las delicias”. Redactó manuales, confesó ser un hombre que creció y amó con el cine como Alberti. Y, sin ser nunca un genio, ni siquiera un intelectual con carisma al uso, se atrevió a pensar, a disentir y a escribir sin complejos.
Lo entrevisté dos veces en su casa. Una vez le tomé muchas fotos; otra vez, me acompañó una fotógrafa de nombre inolvidable: Asia Martín.
Lo entrevisté dos veces en su casa. Una vez le tomé muchas fotos; otra vez, me acompañó una fotógrafa de nombre inolvidable: Asia Martín.
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