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Antón Castro

HISTORIA DE ODÓN DE BUEN *

HISTORIA DE ODÓN DE BUEN *

 

 

LAS "MEMORIAS" DE UN NAVEGANTE REPUBLICANO QUE FUNDÓ LA OCEANOGRAFÍA EN ESPAÑA*

El 4 de abril de 2003 Zuera recibió, desde México, los restos de su ciudadano más ilustre: el profesor, memorialista y pionero de la oceanografía en España Odón de Buen y del Cos (1863-1945). Odón, al margen de su magna obra científica y de los empeños marinos que llevó a buen puerto, redactó casi un centenar de libros: manuales, libros de viajes como “De Kristianía a Tuggurt”, reeditado por la Institución Fernando el Católico con prólogo de Guillermo Fatás, y notas autobiografías donde resumía el grueso de casi frenética actividad: “Síntesis de una vida política y científica” (Existe reedición en facsímil en la IFC, 1998). Pero, durante los primeros años de su exilio en Francia, poco antes de su traslado definitivo a México, Odón de Buen compuso 1177 cuartillas, entre el 17 de agosto de 1940 y el otoño de 1941 en Banyuls sur Mer, un puñado sistemático de notas biográficas, divididas en siete partes, donde desgrana los acontecimientos esenciales de su vida.
El libro, publicado por la Diputación de Zaragoza y la IFC en la primavera de 2003, es un recorrido minucioso y sincero por su existencia: desde su nacimiento en Zuera en 1863 hasta ese instante amargo del destierro. Él había perdido el país y, republicano (José Luis Cano titula su excepcional trabajo literario-gráfico editado por Xordica: “Odón de Buen, el republicano de los mares”), se sentía humillado en lo más íntimo: zufariense hasta la médula, como veremos en algunas de sus notas, aragonés por los cuatro costados y defensor a ultranza de los principios democráticos.

Primera imagen de Zuera
El libro se inicia con desazón y melancolía. “¿Qué habrá sido de mi casa de Zuera? Y, sobre todo, ¿dónde estarán, si existen, mis papeles, mis documentos, mis cuadernos, mis libros?”. Y sigue lanzando preguntas al mar de todos los naufragios: “¿Cuál será el fin de esta tragedia espantosa? No puede ser otro que el triunfo de las virtudes humanas, la destrucción de la barbarie, el restablecimiento de todas las libertades con tanta sangre conquistadas y sostenidas. Pero, ¿alcanzarán mis años a verlo?”. Hace balance a continuación –tras advertir de su posible desmemoria en fechas, datos y nombres- de su propia biografía: “No me quejo de mi suerte, ni me envanezco de ella, desde un hogar humilde he logrado llegar a los más altos puestos de la vida internacional en mi especialidad. Es mi mayor orgullo”.
La emoción en los primeras páginas es palpitante. Su amor por Zuera y la nítida memoria de su niñez cautiva. Seleccionamos algunos fragmentos de asuntos. Tras describir la geografía física de Zuera y algunas características del pueblo (tierras de regadío, cosechas, ríos, fábricas de harina y de remolacha), confiesa: “Cuando yo era joven, de estudiante, visitaba el Monte Alto y me recreaba admirando su rica y variada flora de tipo marcadamente meridional, mediterránea. El pino dominante es el Alepo, (...), junto a él había sabinas altas como cipreses y al pie lentiscos, romeros, jara-estepas, coronillas, adormideras y peonias de grandes flores, la escilla marítima (cebolla albarrana), recuerdo del mar lejano”.
Y describe el ambiente de casinos monárquicos y republicanos. “En el Casino Principal se representaban comedias. Eran el alma de estas fiestas que dirigía don José, el boticario, su hija mayor, maestra de mucha inteligencia, Manolita Bandrés (señora de un confitero y panadero muy hábil y simpático), mi madre y algunas otras personas. (...) Dos médicos vivían en Zuera, el titular era el Sr. Domec, discreto y caballeroso. (...) El otro médico era un hombre singular de gran distinción, el Dr. Iribarren; cuentan las crónicas que ejerciendo la medicina sufrió un error de diagnóstico que causó la muerte de un cliente; colgó el título universitario y se retiró a regentar un parador, la Camarera, que se hizo famoso porque enclavado en la carretera de Madrid a Francia por Canfranc, era el refugio obligado de cuantos por allí pasaban, bien a los baños de Panticosa, bien a la vecina república. (...) Pero la figura sobresaliente era entonces en Zuera don José Martínez, el boticario culto, inclinado de joven a la vida universitaria, se separó de ella desengañado y fue a parar a mi pueblo como titular de farmacia. Escribía bien, hacía versos en las fiestas alegres, organizó el teatro en el Casino y algunas veladas de carácter literario”.

Los amigos famosos
Ese personaje fue clave en la vida de Odón de Buen: le dio clases particulares e inclinó su vocación hacia las Ciencias Naturales y, en concreto, hacia la Botánica. Pero no todos los seres de Zuera eran así: también había asesinos y caciques: “Como en todos los pueblos, dominaba en Zuera el caciquismo, con sus vicios (el ser rico en el municipio aumentaba el aliciente) y sus crímenes. Recuerdo de niño que alguien se opuso con energía a tales desmanes y un día apareció muerto en un abejar lejano del pueblo. Todo el mundo conocía al asesino pero el crimen quedó impune”. El profesor era don Jorge y había sido sargento de artillería. Más que su pedagogía, destacaba por otros menesteres: “Tenía uno de los huertos mejor cuidados del pueblo, con frutales selectos que daban frutos apetitosos y apetecidos. El hijo mayor del maestro, Paco, era gran compinche mío y aunque podíamos entrar con bastante libertad en le huerto, era más emocionante para nosotros saltar la tapia”. El pecado siempre resulta tentador. También le ocurría eso en Huesca a Ramón y Cajal.
La narración abunda en episodios familiares, el traslado a Zaragoza, el encuentro con los hermanos Royo Villanova, Luis (“chispeante literato”), Ricardo (futuro médico y rector de la Universidad de Zaragoza) y Antonio (“llegó a ser ministro de la República, se distinguió siempre por su oposición ruda, implacable, ya maniática, a lo que el creía el separatismo catalán”), el festival de danzas populares ante Amadeo de Saboya, en el que estuvo, la barca del tío Toni, “protector de estudiantes más aficionados al sport fluvial”, o el influjo del profesor de Historia Natural, Manuel Díaz de Arcaya, al que se le sumarían otros imprescindibles como Bruno Solano (“explicaba bien la química moderna con frases altisonantes y hasta poéticas”), Pedro Ferrando y el Dr. Guallar, que sería alcalde de la ciudad. En el capítulo de anécdotas pintorescas, reseñamos la de su compañero Pellicer: “Casó joven, tuvo una hija y el trastorno moral profundo que le produjo la muerte de su joven esposa le llevó al sacerdocio, que ejerció y aún ejerce con singular devoción; jurisconsulto, orador, con extraordinarias facultades, ha desempeñado las más altas dignidades en el Cabildo de la Seo; pero cuentan las crónicas que no llegó a ser obispo porque nunca quiso separarse de su hija”.
Odón se traslada a Madrid, que representa un mundo nuevo para él. Es el mundo de la universidad, de la política, del periodismo activo, de las clases particulares. Son años de intensa actividad. Uno de sus amigos sería Miguel Primo de Rivera. “Alejo Sesé me trajo, al volver del veraneo, una preciosa pistolita de Éibar, con las incrustaciones de ave que han dado fama a esa industria. Me la pidió Miguel y como era natural se quedó con ella, pero manejándola se hizo sangre en una mano; primera herida de arma de fuego que sufrió el futuro dictador”.

El Liceo y el pánico del rehén
Convertido ya en algo más que una modesta autoridad universitaria y en un prometedor investigador, se trasladó a Barcelona –donde escribió muchos libros, se convirtió en un profesor avanzado que realizaba numerosos trabajos de campo con sus alumnos y se aproximaba a Darwin, y sería concejal del ayuntamiento de la Ciudad Condal-, donde vivió muy de cerca el atentado terrorista contra el Liceo, perpetrado por “obrero de Alcañiz, que descubierto por la policía intentó suicidarse”. En medio del desorden y el pánico, vio esta imagen: “Fuimos de los primeros en penetrar en el teatro y recuerdo con tal horror el espectáculo de los cuerpos sangrientos de inocentes jóvenes, segadas en flor vidas de ensueños y de venturas (era costumbre vestir de largo en aquella inauguración de la ópera a las muchachitas), que renuncio a una descripción que había de resultar macabra. Llovía, llegué a casa teñidos de sangre los zapatos y la parte inferior del abrigo, desencajado, no creyendo que fuera verdad tal barbarie; había pisado el suelo del patio de butacas, casi a oscuras, por donde corría la sangre”.
Este capítulo, unido a los briosos discursos de su amigo y protector don Nicolás Salmerón (“dicción precisa, escultural, grandilocuente, alta, erguida, sus grandes ojos luminosos, árabes, sugestivos, su accionado elegante”, etc, etc...), ocupa bastantes páginas. Por supuesto, que las memorias explican su pasión por el mar, sus navegaciones y exploraciones, la fascinación que experimentó por la labor de Henri Lacaze-Duthiers, determinante en las grandes empresas de su vida: la creación del Instituto Oceanográfico Español en 1914 y la del Consejo Oceanográfico Latinoamericano diez años después.
El libro, repleto de instantes emotivos, dramáticos y cotidianos, también contempla el amargo trago de la detención en Mallorca en 1936. “Supe, y me convencí de ello, que me mantenían en rehenes, que era yo el primero para un canje ventajoso; pero el tiempo pasaba, mis zozobras no disminuían, mi salud se quebrantaba y las dificultades iban en aumento. En esta situación de ánimo me encontraba cuando ingresé en el hospital provincial por primera vez, a fin de septiembre de 1936”. El interés de países europeos y el posterior canje por familiares de su ex amigo Primo de Rivera le salvaron la vida. Una curiosa paradoja: a salvo ya dio una conferencia en Barcelona con el tema de “Mis crímenes en Mallorca”, cuando comenzaron los bombardeos y quedó todo a oscuras.
Para Odón de Buen y del Cos el exilio fue un laberinto de tinieblas, agravado además por el avance del nazismo. “¿Quién podía ya dudar de las intenciones de Hitler?”. Y se encaminó al éxodo histórico: “lo he presenciado, lo he vivido, lo sufrí, desgarró mi alma”.

*José Luis Cano, como digo más arriba, lo inmortalizó en "Odón de Buen. El republicano de los mares" (Xordica, 2003. El que no tenga toda la colección que no deje pasar la oportunidad de hacerse con ella. Es de lo mejor que se ha hecho jamás entre nosotros. Recupero aquí este texto por el homenaje que le hará Zuera el sábado a Odón de Buen y a su esposa.

6 comentarios

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