DÍAS DE VERANO EN MÁLAGA CON FÉLIX BAYÓN
No llegué a conocerlo lo suficiente para hacer un retrato íntimo de Félix Bayón, que falleció el pasado domingo de infarto. Bayón, nacido en Cádiz en 1952, residía en Málaga y fue allí, hace cinco o seis veranos, cuando lo conocí con su reducida peña de tertulianos: Pablo García Baena, Antonio Soler, Rafael Pérez-Estrada, Juvenal Soto y, entre otros, el narrador aragonés y psicólogo Santiago Gascón, que por aquellos días ultimaba su magnífico libro de relatos “Manila” (Xordica).
En realidad, ya conocía a Félix Bayón sin conocerlo desde mucho antes. Fascinado por el periódico “El País” de los años 80, era un seguidor de sus artículos de la Rusia de Gorbachov; editó en 1985 “La vieja Rusia de Gorbachov”. Y cuando publicó su novela “Adosados” (finalista del Premio Nadal), le dediqué un artículo afectuoso. De repente, un día recibí una carta de agradecimiento desde Málaga y me agradecía que me acordase de sus textos en el diario. Se lo recordé en aquel único encuentro y le hizo gracia conocer a uno de los primeros reseñistas de su novela, que había llevado al cine Mario Camus con Antonio Valero de protagonista. Aquel fue un encuentro muy bonito: Rafael Pérez-Estrada era un poeta que pintaba con palabras e inventaba cuentos con cualquier cosa, era un mago de la imaginación y de las imágenes; Juvenal Soto contaba historias sin parar con un delicioso y sarcástico sentido del humor; Pablo García Baena era como el maestro, el hombre de “Cántico”, el patriarca afectuoso y sensual. Y él, Félix Bayón, parecía el más mundano, el que sabía todos los entresijos del mundo. Me gustó de él algo propio de los buenos periodistas: sabía escuchar, atrapaba las historias al vuelo, pero en realidad no le hacía falta: había vivido tanto y tan intensamente que tenía demediado el corazón. Luego publicó otros textos, como “De un mal golpe” (Algaida) o “Un hombre de provecho” (Destino).
Lo oía en las tertulias de Carlos Llamas en las noches de la SER, ponderado a veces, radical cuando era necesario, sabio casi siempre. Sabio e irónico; a veces me hacía recordar a Miguel Ángel Aguilar: de esa estirpe de periodistas que parecen estar de vuelta de todo con su escepticismo, su desconfianza de la política y su inclinación a todos los placeres. Cuando leí que se había muerto de un infarto me quedé estupefacto. Conservo una foto suya, bajo un árbol, bajo los pájaros de la imaginación que había pintado en el aire Pérez-Estrada, gravemente enfermo también ya por entonces.
Miguel Mena e Ignacio Martínez de Pisón estuvieron hace poco con él y ya sabían de su enfermedad, de su dura pugna por existir, de su vulnerabilidad anunciada. Se ha muerto demasiado joven, pero ha dejado amigos por doquier, amigos, buenos libros y magníficas crónicas, incluso textos acerca del secreto de cómo se escribe una columna. En octubre de 2004 contestó esto: “Generalmente, hacia el mediodía, después de haber leído los periódicos. Las mejores son las que menos tardo en escribir. Suelo escribir en mi despacho, en casa, pero lo he hecho en cualquier lugar. Eso sí, para corregirlas necesito completo silencio. Antes de enviarlas, las revisa mi mujer. Me quedo más tranquilo. La informática y la falta de correctores en los periódicos ya no permiten echarle la culpa de las burradas a los duendes de la imprenta”.
Ésta no es una columna de las suyas. Pero es una columna para él.
2 comentarios
A. C. -
santiago -
Te leo desde La Mancha, donde echo de menos la risa Félix (que era una fuerza de la naturaleza).
Justo hablé con él dos días antes para contarle que seguíamos sus avatares en el caso Marbella.
Sí, sabía que vivía con un corazón prestado, pero seguía disfrutando como un chaval de la buena comida, la bebida y las charlas hasta las tantas.
Él me presentó a Antonio Artero de quien era muy amigo.
Hoy me acuerdo de los dos y se que ninguno consentiría que les recordaramos con tristeza.
Viva Bayón.