EL DUELISTA VERBAL, RIVAROL
El escritor y editor Julián Rodríguez, que acaba de crear la editorial Periférica (se ha estrenado con dos excelentes títulos: "El testamento de un bromista" de Jules Vallès, y "La Pelirroja" de Fialho de Almeida), remite a sus amigos este texto que publica hoy en "La Vanguardia" el periodista y escritor Llatzer Moix sobre un nuevo libro: "Pensamientos y rivarolianas" de Antoine Rivarol. Lo pego en mi blog, os recuerdo que es un texto del espléndido periódico catalán sobre un autor poco conocido, pero fascinante.
Habla Rivarol
LLÀTZER MOIX - 28/05/2006 - LA VANGUARDIA
"El ingenio malvado y el buen corazón: ésta es la mejor especie de hombres". Lo dijo, como si pintara su autorretrato, Antoine de Rivarol, escritor francés del XVIII cuyas ideas se publican ahora en castellano, doscientos años después de ser formuladas. El milagro se produce gracias a Periférica, una joven -debutó en abril- editorial cacereña que mañana pone a la venta Pensamientos y rivarolianas. En este tomito se reúne una selección de aforismos y epigramas del citado autor, tan breve como sustanciosa.
A menudo, el debate político actual se ve reducido a un cruce de insidias e insultos, pronunciados por ignorantes, matarifes o inválidos de la oratoria. Cuesta creer, por tanto, que las cortes, parlamentos y salones de otras épocas fueran templos donde se rendía culto al verbo inteligente. Y, sin embargo, así fue. Durante los siglos XVII y XVIII, según nos recuerda Luis Eduardo Rivera en el prólogo del libro comentado, el duelo de agudeza verbal y de ingenio brilló como un deporte de elite en los salones europeos.
Entre los atletas de esta especialidad destacó Rivarol, coetáneo y amigo de Voltaire, Chamfort o Chateaubriand. Sus pensamientos revelan siempre a un profundo conocedor del alma humana y, sobre todo, a un as del estilete, que escribe de modo conciso y transparente, guiado por un humor feroz.
"La razón se compone de verdades que deben decirse y de verdades que deben callarse", dejó escrito Rivarol. Y luego transgredió su regla. Leyendo sus pensamientos, uno repara en que Rivarol no se mordió la lengua ante ninguna mediocridad ni ante ninguna estupidez. A veces utilizó un registro suave: "Si los tontos llegaran a hacerse una idea de los sufrimientos que nos hacen padecer, se apiadarían de nosotros". Pero en otros casos se empleó con inmisericorde contundencia: "Hay personas tan inseguras, tan indiferentes a sus juicios y, además, obstinadas, que, dudando de su propia honestidad, acaban dudando de la ajena".
Antoine de Rivarol publicó títulos como Pequeño almanaque de nuestros grandes hombres - una colección de ácidos apuntes de figuras del mundillo literario- y Pequeño almanaque de los grandes hombres de la Revolución. Algunas de sus obras le reportaron fama e ingresos. Otras le situaron en la senda del exilio. En especial, cuando se distanció de la Revolución, cosa que hizo sin traicionar jamás su afán de justicia ni dejar de criticar los excesos del poder.
Mención a parte merecen las rivarolianas, epígrafe bajo el que se agrupan algunas de las respuestas concebidas por el autor sobre la marcha, en el fragor de una conversación, para poner en su sitio a diversos interlocutores. Rivarol no usó otra arma más que su temible palabra. Pero ésta podía hacer con el prestigio del rival lo que una bala de cañón hubiera hecho con su cuerpo: partirlo por la mitad. Vean cómo las gastaba. A un polígrafo que se dijo dispuesto a "escribirle sin falta" le respondió: "No se preocupe, escríbame como de costumbre". A los reunidos en un salón, tras soltarles una tontería notoria, provocando el deseado escándalo, les calmó así: "Ya ven, no puedo soltar una burrada sin que me traten de ladrón". Al médico injuriado que quiso desafiarlo en duelo le replicó: "Aguarde primero a que caiga enfermo, así estará seguro de no fallar". Y a un abate que le solicitó un prólogo para un texto suyo le despachó con estas palabras: "No puedo ofrecerle más que un epitafio"...
Bienvenido, Rivarol.
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