FÚTBOL Y LIBROS / 1*
Miró por última vez el campo de césped artificial bajo un sol de justicia. Parecía más marrón, la yerba recortada de un desierto portátil en el arrabal. Algo hermoso culminaba: el campeonato mundial más íntimo, sostenido a lo largo del curso y excepcional sin duda: allá, en la pradera y al arrimo de la Azucarera, vio cómo se alimentaba día a día una cantera de campeones. ¡Cuántas sensaciones regala un sábado! La vida más hermosa e intensa es la que no se televisa: aquélla que no exige ser fanfarria o espectáculo por real decreto. ¿Con cuántos balones se habría jugado, cuántos jugadores había visto gambetear, cuántos entrenadores miraron a los zagales como hijos o enemigos repentinos? Recordó a los árbitros más bien indolentes, el berrido poco ejemplar de otros padres, la pasión constante por el juego, esos destellos que convierten el balompié en arte, en emoción, en camaradería, en fogonazo de ilusión a ras de suelo. En ese instante extraño en que muchas imágenes se agolpan en el cerebro a ritmo de vértigo, vio celajes imponentes sobre la cabeza de los jugadores, atisbó días de cierzo insoportable, rememoró esa fiesta de color que son 22 niños que se mueven con el ansia de un regate definitivo. Sus hijos dejarán el equipo: regresan a casa. Deben continuar en otros ámbitos su tarea en el mundo. Han sido felices allí. Y él también lo ha sido: jamás ha querido traspasarles sus frustraciones de atleta truncado. Al despedirse del campo, se dijo: “Que me quiten lo bailado. Ya lo ha dicho Juan Villoro en un libro: Dios es redondo”. Sabrá consolarse: el Mundial de las figuras echa a andar.
1 comentario
ENRIQUE -
Por cierto, Antón, te importaría colgar foto o contar algo más del cuadro de Juan José Gárate que citaste, creo que era "Visión de Zaragoza, 1908", si no me equivoco. Gracias por todo. Abrazos!