RAFAEL NAVARRO: EL CUERPO ILUMINADO Y LA PUREZA
Esta mañana tenía que arreglar algunas cosas de luz, agua, domiciliaciones bancarias, cosas así, y finalmente, bajo un sol de justicia, me dirigí hacia la Lonja. Anteayer se inauguró la muestra “Cuerpos iluminados” de Rafael Navarro (Zaragoza, 1940), una antológica de 30 años cuya comisaria es Rosa Olivares, sin duda una de las gurús de la fotografía moderna en España y directora de la revista “Exit”. He admirado mucho la obra de Rafael Navarro; me pareció fallido el libro “En el taller de Miró” (si no fallido, lejos de lo mejor de su producción). La exposición está bellamente montada y la obra de Rafael Navarro, que conserva intacta la pasión por su oficio y sus secretos, alcanza toda su dimensión, incluso se percibe una variedad que no siempre tenemos en cuenta, con toda su carga estética, su inclinación a la abstracción. En el fondo, Rafael Navarro es un fotógrafo de texturas, de paisajes del cuerpo, es un místico de la forma, un poeta de la mujer, casi me atrevería a decir que, de algún modo, es un fotógrafo puritano, un artista de la pureza. Parece mostrar mucho, parece deleitarse con el culo, con los senos, con el pubis, con la espalda, con el vello, pero rara vez hay una invitación a la excitación, sino otra cosa: una interiorización, un camino hacia sensaciones íntimas, la metamorfosis de un cuerpo, de la carne, en una impresión, en un sentimiento, en una percepción más bien poética. Desde la sensualidad, trabaja sobre el orden y la contención con ese impecable sistemas de zonas que lleva en el ojo. Rara vez sus cuerpos tienen cara, y una cuerpo sin cara es pura forma, depuración.
En esta muestra incorpora sus trabajos en la Costa de la Muerte, que quizá sea un nuevo y a la vez viejo autorretrato de Rafael: ahí se ve su inclinación a la simetría, el equilibrio de la luz, la técnica, esa sutileza constante. Más que el paisaje de afuera, latente y estremecido, le interesa el paisaje de los peñascos que él llevaba en la cabeza y que luego encuentra en el promontorio escarpado.
Es curioso, hoy publica “El Mundo” una impresionante entrevista con Alberto García-Alix, al que La Fábrica acaba de editarle un estuche de dos volúmenes de sus fotos. Toda una fiesta de la confesión, del vaciado de contradicciones, de las pasiones sin mesura. Otro modo de entender la fotografía. La de Rafael es una foto que existe en la mente del artista, una foto previa que él realiza como si fuera un bodegón sin necesidad de los devaneos del azar; las fotos de García-Alix son fotos que le da la vida y que atrapa a los gestos del azar: la vida, para él, es un don, un peligroso e inextinguible don. Vi ayer el catálogo de Rafael Navarro en la mesa de mi admirada Elena Gracia, ese ángel de oro que vive en Valdefierro: me pareció espléndido, cuidado, con un magnífico texto de Antonio Ansón. De los de Olivares y de Catherine Coleman no puedo decir nada por ahora. Rosa Olivares, como Antonio Ansón, director de la colección “Cuarto oscuro”, ha escrito mucho de Rafael Navarro, sin ir más lejos en la sugerente monografía de La Fábrica, ilustrada en su portada con un pubis de vello exuberante, foto que también está en la Lonja. Salí a la calle de nuevo, con el narrador Daniel Gascón y con el editor, guionista y realizador Jonás Trueba. Jonás, que acaba de estrenarse en los partidos del atardecer en Torre de los Abejeros 19, trabaja en el guión de “El baile de la Victoria”, basado en la novela homónima de Antonio Skármeta. Ellos tenían una cita con un sabio de las letras de la ciudad y del mundo. Entré en la FNAC y compré el catálogo “Llorando a aquella que creyó amarme” (La Fábrica) de García-Alix, que es un desgarrador y emocionante documento sobre la vida, la amistad, el sexo, la locura, la droga y esos momentos donde asoma el misterio y sus heridas. El libro lleva un texto confesional de García-Alix, un tipo que debo decir siempre me ha dado miedo. Todo el libro me conmueve, aunque no es mi mundo. Al final, leo esta frase: “Mis muertos son mis ángeles de la guarda. Teresa murió hace años. Vaya este libro en su memoria”. Noto, con absoluta desnudez, la pasión de García-Alix por las mujeres, por la vida. Me gusta mucho esto que dice: “Creo que el oficio del fotógrafo consiste no sólo en mostrar lo que ve, sino en convertirlo en verídico y emocionante… aportarle un aliento. Por esto hago fotos, porque me siento un fabulador, un cuentista, un aprendiz de poeta… que intuye, a su pesar, que sus fotos son la odisea de una catástrofe”.
Sospecho, y me alegraré muchísimo, que “Cuerpos iluminados” será la perfecta coartada para que Rafael Navarro reciba por fin el Premio Nacional de Fotografía.
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