Blogia
Antón Castro

MURIÓ EL MÉDICO, ESCULTOR Y PINTOR CARLOS PÉREZ DE ALBÉNIZ

MURIÓ EL MÉDICO, ESCULTOR Y PINTOR CARLOS PÉREZ DE ALBÉNIZ

Acabo de poner en el ordenador una de mis piezas favoritas: “La consagración de la primavera” de Igor Stravinski. He pensado un instante qué música le habría sentado bien al escultor, pintor, escritor y médico Carlos Pérez de Albéniz. Esta mañana, ese hombre que nunca duerme ni en Alcalá de Ebro ni en otros lugares del mundo, Javier Torres , el señor de los móviles y el guardián constante de la amistad, me llamó para decirme que había muerto Carlos. Lo dice “Heraldo”, me dijo. Yo jamás miro la sección de necrológicas, o casi nunca, porque me espanta que un día aparezca mi propio nombre o de uno de los míos, y ese temor es más grande que la fascinación que dicen sentir Ignacio Martínez de Pisón o Miguel Mena, que suelen comentarse los nombres de los difuntos. ¿Vas a escribir algo? Javier recordaba que lo había entrevistado hace algún tiempo en contraportada de “Heraldo” y que lo había visitado en su casa de Casablanca. Antes de conversar con él para hablar de su Puerta Mudéjar o “Puerta de la Luz” mejor, que era su auténtico nombre aunque quisiera emular una portalada mudéjar que se abre a todos los vientos, que da la bienvenida a los que llegan a Zaragoza, antes de aquella entrevista, digo, lo fui a ver a casa por otra razón: por su condición de escritor más o menos secreto.

Hombre de mil actividades, soñador constante, me había pasado un extenso manuscrito de una novela de intriga y aventuras marinas, que me hizo pensar en varias cosas: en las ficciones de Julio Verne, en “Las Veinte mil leguas de viaje submarino”, con esas estancias secretas del capitán Nemo, pero también participaba de ese tipo de intrigas que te hacían recordar las novelas y las películas de espías (creo recordar que hacía una alusión explícita al contrabando de oro de los nazis), y que todo el texto rezumaba pasión por el mar. Aparecía mucho la Costa Brava y unos edificios subterráneos con pasadizos y grutas. El mar, al fin y al cabo, me diría más tarde Carlos Pérez de Albéniz, era una de las pasiones de su vida. Aquella primera cita, a la que llegué con algunas notas y sus folios, y con el nombre algunas editoriales, fue más bien corta. Carlos me anunció de inmediato que tenía otras dos novelas más, que aquella aventura, digna del Alfred Hitchcock de “Encadenados”, era una trilogía, y que ya tenía muy avanzado el segundo tomo. Me dijo: “Pero, entiéndeme, necesito el estímulo de ver publicado el primero para continuar, para completarlo”.
 

Carlos Pérez de Albéniz  visitó algunos editores sin fortuna. Mientras, cultivaba sus aficiones: era un buen escultor, y lo prueba no sólo era obra monumental “Puerta de la Luz” de la “Autovía Mudéjar”, sino su busto de un pensativo Sancho Panza en Alcalá de Ebro, una obra que está de espaldas al río Ebro y a la más que probable Ínsula Barataria que soñó Cervantes, y que debió soñar ahí mismo. A Carlos le molestaba un poco el color verdoso, de rana, que había tomado la pieza por oxidación natural y falta de cuidado, y a la vez parecía agradarle a su manera. Ha hecho mucha más obra, de formatos más reducidos: dominaba el oficio, tendía a la figuración, eran sensual en sus formas, le gustaban mucho las figuras de mujer, que resolvía con limpidez y gracia, con talento e intensidad, y seguía cuidando sus pinturas. La pintura en él había pasado por varias fases: había sido un entusiasta pintor de marinas, porque el mar era su edén, su refugio y su camino hacia la aventura, pero también frecuentó la abstracción. E incluso llegó a hacer, me dijo, barcos de marquetería. Me ha sorprendido su muerte, y lamento su adiós inesperado: era un médico (fundó la Asociación Aragonesa de Acupuntura) no sólo culto, sino que se preocupaba de expandirse en las bellas artes: ahí está su obra pública, mucho más extensa que lo que he dicho aquí, su obra pictórica, su producción escultórica, que presentó en diversos lugares, entre ellos en el Torreón Fortea.  

         Adiós Carlos Pérez de Albéniz. Suena Igor Stravinski, que a veces parece ejecutar una música perturbadora de película inquietante. Y a veces simula un balanceo de las olas  del mar. Y en otras ocasiones sugiere esa travesía azacanada pero feliz de los piratas que se lanzan a mar abierto con el entusiasmo de un ron vetusto que araña la garganta, como a él te gustaba. Te deseo, marinero escultor, que halles en las orillas náuticas del sueño y del más allá otros materiales, un ordenador entusiasta y óleo y lienzos. La imaginación desbordada y el afán ya los llevas de este solar de borrascas, porque, me dio la impresión, que la tempestad eras tú mismo y viajabas hacia ella como un capitán, como un lobo de mar.

*La foto de la Puerta de la Luz de Carlos Pérez de Albéniz es de Fabián Simón. Recuerdo que yo, antes de la entrevista, fui con él y con el fotógrafo Guillermo Mestre, que le hizo una espléndida serie fotográfica bajo un inclemente sol de primera hora de la siesta.

2 comentarios

Ana Pérez de Albéniz -

Desde otro continente, y tan sólo compartiendo el apellido -y quizás alguna remota raíz genética- saludo al autor de este texto y agradezco porque la lectura del mismo me ha servido para querer conocer la obra de este "hombre de mil actividades". Saludos desde Argentina.

Cide -

También yo lamento la pérdida. A ver si hacen caso a Javier Torres y adecentan la estatua de Sancho Panza. No sólo porque Pérez De Albéniz era un gran escultor, sino porque rara vez habrán tenido en Alcalá de Ebro a un gobernador tan célebre.