DÍA DE GALICIA (CUATRO FRAGMENTOS)*
1
He vuelto a Galicia, a Arteixo. En El Bierzo paramos un momento y compramos dulce de membrillo y magdalenas de castaña; la castaña es uno de los sabores de mi niñez. Entrar en Galicia supone como desandar los senderos ocultos de la memoria, pegarte a un universo de sensaciones que se agolpan de inmediato y se deshacen en el viento y en el cerebro. A miña nai dos dous mares. Benito do Touciñeiro cumple 80 años, y esta mañana, además de ofrecerme todos sus trajes, sus chupas de cuero, hasta sus camisas de franela, me ha dicho: "No te vayas de casa con esos zapatos. Déjame que yo te los limpie. No des que hablar al mundo".
Mi padre no ha cambiado ni un ápice. Cuando se pone terco, es invencible. Y más ahora que tiene una creciente sordera.
En Galicia, claro, hemos visto el mar desde la cala de San Roque con vistas hacia Riazor, la "Casa de los Peces" y la torre de Hércules. El periódico de ayer, creo que era "La Opinión", decía que tiene un fantasma que se llama "Dolores".
2
En la Galicia legendaria de Álvaro Cunqueiro y Rafael Dieste los niños crecíamos entre la fascinación y el miedo. Por las noches, al calor de la lumbre, mientras el chicotazo del vendaval golpeaba la chimenea, se contaban historias que dilataban el insomnio. Allí, una noche tras otra, se oía hablar de aparecidos, de perros negros que vivían en el mar y salían de madrugada a deambular por los alrededores, de fantasmas encerrados en el interior de la piedra, de vampiros y hombres lobos. Del lobo se decía que poseía una mirada hipnótica y que desplegaba una especie de “aire de lobo” unos cientos de metros a la redonda, de tal modo que, aunque no lo vieses, si andabas por allí podías quedarte literalmente petrificado. Y a veces, uno de los narradores de las improvisadas “Mil y una noches” de aldea ponía un ejemplo inapelable. Fulanito de tal estuvo en medio del bosque paralizado de espanto dos meses y siete días con sus noches, hasta que decidieron enterrarlo lejos del cementerio. El hombre lobo o “lobishome” formaba parte del imaginario común: era el séptimo hijo varón de la familia y notaba el desorden de su cuerpo y la furia de sus sentidos bajo el influjo de la luna llena.
Durante el día había algunos indicadores o pruebas externas de lo que habías oído. Como un presagio constante o un sordo diálogo con el trasmundo, algo difícilmente explicable. Pero también veías llegar a los charlatanes de aldea y mendigos que te ofrecían distracción y un manjar de historias a cambio de un poco de pan, algo de fruta o unas monedas. Y en sus cuentos siempre había narraciones picarescas, algún crimen, damas perversas, sortilegios y monstruos. Quizá el tipo más extraordinario de entonces fuese el caballero Demonio, que nos parecía de carne y hueso. Lo suponíamos con un rostro rojizo, abundante cabello, esquivo y torvo mirar, y tal vez un largo rabo. Nuestras madres también lo temían: cuando íbamos por leña o a jugar en el corazón del soto nos hacían llevar un crucifijo o un diente de ajo, que era un talismán contra su maldad. No compareció nunca. En aquella Galicia legendaria de Álvaro Cunqueiro y Rafael Dieste, poblada por cazadores de dragones y tesoros, por boticarios asombrosos que curaban la locura o la desesperación con un enigma lingüístico o matemático, sabíamos que en la alta noche de las sombras había pasos inquietantes, fantasmas al acecho, muertos que reaparecían durante el sueño e incluso un extraño ser que vivía al revés: empezaba siendo anciano, recobraba día a día la juventud, hasta que al fin se volvía niño, bebé y definitivamente semilla.
Aquello sólo fue la revelación de una realidad escurridiza que tenía una proyección inequívoca en las mitologías del mundo. Galicia formaba parte de un muestrario universal de mitos y de figuras de leyenda, y aquello que nos parecía tan íntimo y nuestro era de todos.
3
Llevo un libro inmenso titulado “Faros de Galicia”: una fascinante historia, con muchas fotos, de todos los faros gallegos, algunos de ellos los conozco bien como Ortegal, donde estuve con Eloy Fernández Clemente, Vilano, Touriñán, O Roncudo o Finisterre, entre otros. Los faros son una de las cinco o seis pasiones de mi vida, como las sirenas, los tigres, los bandoleros, los marinos y los boxeadores. Se cuentan historias increíbles, algunas aluden al incesto, crónicas de naufragios, la mudanza de los hábitos de vigilancia; se abordan las tipologías de faros gallegos. Tras unos veinte minutos leyendo y recordando y soñando, vuelvo a casa. Concluir el día con “Faros de Galicia” (Xunta de Galicia, 2004) de Jesús Ángel Sánchez García y fotos de José Luis Vázquez Iglesias, entre las manos, más de 660 páginas de mar y fábula, de aventura y brutalidad, es otra manera de rendir homenaje al Día de Galicia.
4
Fueron a Cangas –“vexo Vigo, vexo Cangas”, dice el poeta popular-, a la playa de O Niño do Corvo y allí, bajo otro sol radiante, raramente galaico, culminaron la travesía y el milagro de un encuentro. Arán, empapuzado con tierra de los Monegros y agua salina del Atlántico, se subió a una roca con su padre. Y los dos, César y Arán, esperaron el clic definitivo: ese retrato final que capta la huella perfecta, ese trasvase de sangres entre Aragón y Galicia que ha cristalizado en el niño Arán, hijo de la gallega María, hijo del aragonés César. “En mi principio está mi fin”, escribió el poeta Thomas Stearns Eliot. Toño Sediles y Aranzazu Peyrotau habían soñado con las fotos y la gente: he aquí un prodigio del azar, de la vida y de la fotografía que se forjó en once días. Diez fotos que consuman una utopía de creación concebida en los Monegros.
*La foto no es de Patricio Julve, sino de Manuel Ferrol, el gran fotógrafo de la emigración.
5 comentarios
Antón -
Suso Lista -
Victor Rebullida -
Imprescindible la visión de una magnífica duna que asciende por la ladera de un monte que si no recuerdo mal llaman Monte Blanco.
Hablando de faros has rememorado mis recuerdos de los que he visitado. Sin ser una pasión no dejan de resultarme atractivos y atrayentes. Si hay uno por donde ando no dejo de ir a él.
Una fresquita costa galáica nos vendría muy bien en Zaragoza en estos días tórridos.
Un abrazo, Antón.
Antón -
Luisa -