BRIGITTE LACOMBE Y OTRAS HISTORIAS CON FOTOS
He ido un instante a Zaragoza. Tenía que arreglar algunas cosas: acaban las vacaciones y me da una pereza infinita volver al trabajo. Me siento muy desentrenado, y leo con gusto a las nuevas firmas. Algunas, como la de Andrei Perruca, son espléndidas: parece un marciano, posee una gran imaginación, inventiva, originalidad. Cuando leo sus textos, siempre pienso: qué gran escritor hay aquí, qué gran escritor si se aplicase en libros específicos. No vi a casi nadie, slavo a Santiago Bernal, responsable de personal de “Heraldo”: tenía una cita con Mariano Gistaín, pero andaba cansado y le dolía la cabeza, así que no vi a nadie. Se me hizo demasiado tarde, llevaba el pan para comer en casa, y apenas entré unos segundos en el VIP’s. Y compré un enorme catálogo de Brigitte Lacombe, del mundo del teatro y el cine, y otro de la colección fotográfica de Bruce Bernard, un total de cien fotos de algunos de los más grandes fotógrafos de todos los tiempos. El libro de Labombe es espectacular: tanto por su formato, que orilla los 40 centímetros, como por la calidad de la reproducción y por la calidad de sus retratos, centrados casi siempre en los rostros. Son instantáneas de enorme fuerza, retratos psicológicos, retratos que revelan un carácter, una inclinación al sueño, son caras trabajadas por la vida, por el teatro y el cine. Y hay de todo: hay rostros angelicales (Natalie Portman, Michelle Pfeiffer, uno de Juliette Binoche, que hay otro más al menos), rostros alegres como el de Jessica Lange, rostros desgastados por el tiempo y muy interesantes como Anouk Aimée (aquella mujer que le robó el corazón a Alfonso Sánchez, y a mí mismo tras verla en “La dolce vita”), rostros desamparados como Kristin Scott Thomas o el de una jovencísima Uma Thurman; o inquietantes como el de Tim Burton o Christopher Walken, pero hay muchos más: Arthur Miller, Martin Scorsese, Truffaut, Mankiewicz, Polanski, Spielberg, Elia Kazan, Godard, etc. Son daguerrotipos que se remontan a mediados los años 70 y alcanzan prácticamente hasta el año 2000. Es decir, 25 años de fotos. La que más me emociona, tal vez, es la de un delgadísimo Gerard Depardieu con su hijo Guillaume en Cannes en 1975.
Y el otro, del sello Phaidon, contiene espléndidas tomas de grandes maestros como Kertész, Sander, Callaghan, Lartigue, Don McCullin, William Klein, Werner Wischoff, Julia Margaret Cameron, Eugene Atget, pero también hay muchas anónimas. Cada instantánea lleva una pequeña nota en inglés. Me gustan muchos estas colecciones privadas. Yo soy incapaz de completar nada, y si tengo algo completo, acabo deshaciéndolo de algún modo. Hoy me he dado de bruces con tres o cuatro libros de sirenas que tengo: monografías y estudios específicos. Así que me satisface mucho este modo de conformar una colección, un gusto, un pasión. Y la del coleccionista Bruce Bernard, que también posee muy buenas colecciones de pintura, es particular. Y el catálogo es espléndido. Y barato. De veras.
También he comprado un libro catálogo de un cineasta que cada día me interesa más: Clint Eastwood. Mi foto favorita corresponde a “La leyenda de la ciudad sin nombre”: ahí está con Lee Marvin y con su amante entonces Jean Seberg, la esposa del novelista Romain Gary. Hay fotos preciosas, pero recuerdo que me impactó mucho el libro de Carlos Fuentes: “Diana o la cazadora solitaria”, donde se contaban estos amores. Luego me llamó Pepe Melero para recordarme que no me había enterado del mensaje que me dejó ayer: me invitaba a ir con Víctor Juan Borroy, director del Museo Pedagógico de Aragón, a ver un partido del Zaragoza en Sabiñánigo. Fueron Pepe y su hijo Jorge, Víctor y su hijo Guillermo, y Manuel, el hijo de Manuel y Genoveva Crespo. Se lo pasaron en grande: el consejero Pepe entregó la copa a su admirado Cuartero, volvieron a la una de la madrugada a casa, y hoy lo cuenta bellamente en su blog el pedagogo, escritor y dinamizador cultural Víctor Juan, señor de Villa Albina (Garrapinillos).
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