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Antón Castro

ANTÓN CHÉJOV, SEGÚN NATALIA GINZBURG

ANTÓN CHÉJOV,  SEGÚN NATALIA GINZBURG

EL BOSQUE SIGILOSO O LA VIDA DE CHÉJOV

Hace unos días, en la partida de Os Laranxos, Loureda (A Coruña), viví una experiencia única. Mi familia había ido montar a caballo, como todos los veranos, pero ese día un tirón me desaconsejó no internarme por aquellos bosques en el caballo Romero, al que he montado al menos en cuatro ocasiones. Es un animal azafranado y manso que me lleva por las veredas, por los caminos sibilantes de los eucaliptos y que se demora como nadie en el interior de un bosque de pinos donde habla el silencio, donde habla el rumor del viento y acaso los antepasados. Quizá los últimos años de mis viajes a Galicia estén asociados a esa sensación: los pinos alineados, las copas casi entretejidas arriba que apenas dejar pasar una poderosa luz de oro en forma de haz, el musgo derramado, y luego la atmósfera, de cuento, de fantasmagoría: el bosque como útero, como reducto de sensaciones, el bosque de las fábulas, el bosque donde querría tenderme todas las tardes y aplicar el oído a la tierra como  cuando era niño. 

Aquella tarde, inundada de llovizna, no fui a cabalgar y me quedé con un libro entre las manos: “Antón Chéjov” (Acantilado), redactado por Natalia Ginzburg con un tono bellísimo y delgado que mezcla el estilo objetivo y el subjetivo. Ella, dueña de una escritura diáfana y tranquila como he visto pocas, de una elegancia absoluta, lo mismo observa como una cámara invisible  los hechos exteriores de la vida de Chéjov, como se asoma al ojo de la cerradura para ver los gestos, el silencio, la miseria, la incertidumbre, la existencia íntima del artista.

 
Antón Chéjov nació en un casa fría, poblada de ratones. Nació en el contexto de una familia donde su padre era culto pero más bien manirroto y dado a los éxodos constantes. Y además tenía hermanos vehementes inclinados al alcohol y a la desmesura. Él, desde muy pronto, empezará a moverse de aquí para allá (Taganrog, Moscú, Yalta,), de casa en casa, de zozobra en zozobra, y siempre llevará a su familia con él: a su madre, a sus hermanos, a su hermana María, que le tenía tanta devoción, que lo amó tanto, que incluso renunció a casarse. Natalia Ginzburg construye su trayectoria, peldaño a peldaño, cuenta sus éxitos teatrales, describe sus cuentos, recuerda dónde se publicaron y qué eco tuvieron, indaga levemente en la materia central de sus creaciones: la vida con sus menudencias, la vida con sus paradojas, la vida a secas. Chéjov va de aquí para allá, logra hacerse médico, trabaja, se entrega a los demás, colabora continuamente con todo el mundo, da dinero, da el dinero que casi no tiene, contrae deudas, adquiere casas y adquiere constantemente deudas. Encuentra en el editor Suvorin a un cómplice, a un protector, aunque estén en los antípodas: el editor de periódicos y de libros le publica, le invita a su casa, es su asidero constante, hasta que al final se distancian porque Chéjov contrata sus obras completas con otro editor.

Chéjov convive con Gorki y con Tolstoi (es muy interesante la relación de admiración, reconocimiento y desdén que se da entre ambos, de modo recíproco casi), a veces piensa en Turgueniev y Dostoievski, y avanza despaciosamente, buscando un lugar donde poder escribir. Viaja por  Europa, viaja por su país, huye de las nevadas, huye del compromiso (tiene varias pretendientes, y les hace creer que las ama. El caso más tierno y a la vez patético es el de Lika), aunque al final encuentra a Olga. Este hombre que pareció amparar a su familia, también era la imagen del desamparo, de la enfermedad permanente, de una crueldad hacia los otros casi inadvertida: el caso de su hermana es inequívoco. No le dice que no se case, pero tampoco le dice lo contrario, y ella se mustia en ese silencio, y se marchita también con la presencia de Olga, la actriz que se convertirá en su mujer, en los años últimos años.
Ginzburg habla de sus principales cuentos, de sus piezas de teatro, de sus viajes a la isla de Sajalín, de la indolencia y de la obstinación del creador. El libro es conmovedor: qué vida la de Chéjov, qué escritura, qué humanidad, qué modo de atisbar la hondura del ser humano y qué elocuencia la de Natalia Ginzburg: sin énfasis, cuenta una vida, describe una época, retrata la pasión por la escritura y todas sus fugas, viaja al centro mismo del  manantial de donde germinan las ideas y los personajes de un creador Se me pasó la hora de la galopada bosque a través rápidamente.

Volvió mi familia, y todos me describieron la hermosura del viaje. Alguno de los niños se demoró un poco en la descripción del bosque silencioso. “Ha sido un viaje perfecto”, dijo Jorge. Lo mismo hube de decir yo: había leído un libro inolvidable, de apenas 80 páginas, bajo la llovizna y el leve vendaval, y había penetrado en las estepas rusas y en el corazón de un cuentista maravilloso: Antón Chéjov (1860.1904). Un tipo de ésos del que colecciono libros sin parar y que siempre tengo ahí como un cómplice, como un pariente lejano, como un espejo.

2 comentarios

Luimmm -

Guaaaoo! Que bellas tus líneas...
Compartimos el mismo amor por Chejov!! En octubre estrenaré tres de sus obras cortas...que bueno sería que las vieras...

jcuartero -

Pariente lejano o cercano. De hecho, os pusieron el mismo nombre