RECUERDOS: EL POETA EN SU DESPACHO
Evocación de Idefonso-Manuel Gil
Hay estudios de poeta (“poesía es lo que más he escrito. Me siento sobre todo poeta”, solía decir Ildefonso-Manuel Gil) que pasarán a nuestra historia cultural. Pensamos en Miguel Labordeta y lo vemos con su aire meditabundo fumando en pipa de calavera. Pensamos en Ildefonso y lo vemos garabateando versos con un bolígrafo “paper mate”, corrigiendo una conferencia o un tomo de sus memorias, releyendo sus diarios secretos de adolescencia o preguntándose: “¿Dónde habré dejado un borrador sobre Gómez de la Serna?”. La casa de Ildefonso era una casa encendida. Si aparecían sus amigos a media tarde, les sacaba whisky, les acompañaba y hablaba de sus devociones: Bécquer, Benjamín Jarnés (del que sabía vida y milagros y al que consideraba como un padre literario), Juan Ramón Jiménez (el sobre del futuro Nobel remitido a Daroca era un icono sentimental en la pared), Lorca (fue el coordinador del volumen “Lorca. El autor y la crítica” de Taurus, quizá su libro más vendido) o Antonio Machado. Todos, junto a Jorge Guillén y Pedro Salinas, figuraban en fotos, en carteles, en numerosos libros dedicados, habitaban sus recuerdos. Y con ellos evocaba a su “hermano” Antonio Mingote, a Alvar, a Seral y Casas, a Ayala o a Blecua, que le enviaba unas bellísimas cartas de pulcra caligrafía. Un escritor –e Ildefonso fue un poeta existencialista del amor, de la vida, del paisaje, de la familia y la muerte- también se define por sus amigos.
En ese espacio, y en el salón, estaban todos sus libros, incluso la memorable traducción de “Os Lusiadas” de Camoens, un encargo que le hizo Francisco Ayala desde Puerto Rico. Eran la cartografía de una existencia dedicada a las letras, el tesoro de una pasión irreductible: “Borradores” (1931), su primer libro de “paleto deslumbrado y feliz por la Biblioteca Nacional”, como dijo varias veces; “La voz cálida” (1934), en el cual ya había asimilado las modernas corrientes del 27 y a los surrealistas extranjeros. La Guerra Civil fue un paréntesis y una porfía: estuvo encerrado siete meses y siete noches con la sensación de que lo iban a fusilar cualquier día, y esa pesadilla le persiguió en el sueño, en la poesía y en la memoria. “Homenaje a Goya” (1946), de modo oblicuo, es una metáfora del dolor donde la aspereza de la posguerra encuentra acomodo en la pintura de Goya. Ese libro volvería a rescribirlo en 1972 con “Luz sonreída, Goya, amarga luz”. En medio quedan otros libros, navegados por cierto desarraigo, la añoranza de un pasado con un periodo feliz (la niñez en Daroca, la sombra del padre, “el ser que más admiré en la tierra”) que se volverá materia elegiaca, la condena de la violencia, la defensa de la libertad y la constante del paisaje, al que le dedicó muchos versos. Su trayectoria la resumió en esta frase: “Yo soy quien fui y he sido y estoy siendo // en la unidad de tiempo que es mi vida”. Publicó más poemarios, “De persona a persona”, “Las colinas” o “Por no decir adiós”. Fue novelista de altura en libros como “Juan Pedro Dallador”, casi un reportaje con el campo al fondo, “La moneda en el suelo”, una metáfora de desolación de la posguerra a través de un violinista frustrado o “Concierto al atardecer”, el libro que era un contenido ajuste de cuentas con su memoria y con el horror. También hizo relatos en “La muerte hizo su agosto”, estudió a Mor de Fuentes y redactó dos volúmenes de memorias: “Un caballito de cartón” y “Vivos, muertos y otras apariciones”.
Su evocadora casa era un santuario de la palabra (“siempre he tenido presente que la escritura es un aprendizaje que sólo concluye con la muerte. El servicio y amor a la palabra son una apasionada lucha”, dijo), en el cual entraban y salían su musa y esposa Pilar Carasol, los amigos, y las diversas suertes del numen. Y la intuición: el crisol en el cual la experiencia se transformaba en materia poética, en raíz del ser.
3 comentarios
Cide -
Ildefonso Manuel Gil es un grande y es una lástima ver que se le conoce tan poco fuera de Aragón (también se le conoce poco dentro). Imagino un montón de poetas cacereños, onubenses o murcianos de los que nunca hemos oído hablar por estos lares.
En Valencia todavía se tiene a Blasco Ibáñez como a un gran autor, lo que fue. En el resto de España nos hemos olvidado de él. Se impone lo local sobre lo universal. Es una lástima.
Antón -
Yo creo que ahora podría hacerse eso, y no necesariametne en el Teatro Principal, en la sala Galve, en el Centro de Historia.
Sería cuestión de preparar un buen programa, con ideas y muy plural.Tú lo harías maravillosamente bien, como siempre.Un abrazo.
Me alegro de tu energía y tu vitalidad.
javier delgado echeverria -
De esa experiencia queda documentación curiosa. Nunca más nos ha apoyado ningúna otra sesión de "Principal es poetas", y eso que lo hemos intentado en varias ocasiones. En la lista estaba Rosendo Tello, Ana María Navales, José Antonio Labordeta... Pero nada...
De esos días deIMGil recuerdo su despacho y la cena a la que nos invitó al equipo de "Principal es poetas" en un restaurante. Su mujer y él estaban radiantes, y no dejamos de reir y de contar cosas divertidas durante horas.