RETRATO DE PABLO AIMAR*
Existen jugadores que parecen inventados por el aire. Son ligeros, rápidos, poseen elegancia; el balón, entre sus piernas, es un apéndice inevitable. Es la prolongación de su sombra. Y uno de ellos es Pablo Aimar. Sobre el césped, reclama la atención de inmediato por su movilidad, por su finura, por el modo en que conduce el balón. E incluso por su fragilidad de alambre: es compacto y hermoso, quebradizo como junco. Hay en él algo de gimnasta menudo y pícaro, de equilibrista que ordena y desordena naranjas con el pie. Su posición ideal es la del enganche, arranca mejor que nadie al contragolpe y es verdaderamente peligroso cuando se acerca hacia la medialuna del área arriba. Le da igual la derecha que la izquierda: siempre busca la penetración, es vertiginoso en el gambeteo, siempre se escurre y busca el gol con ambas piernas. No esquiva el pase, la triangulación, el más difícil todavía del malabarista que improvisa con el desparpajo de los niños consentidos.
Ante sus ojos, en ese instante casi definitivo del ataque, contempla una empalizada de adversarios. Y como si fuera un saltimbanqui que descubre la ciencia del peloteo en el patio de recreo, burla a uno tras otro, por talento, por rapidez, por pura química con el balón. Lo hace como si nada: como lo hacía Butragueño, con un resorte oculto que provoca el corrimiento del rival, el estremecimiento de la táctica y del campo mismo. Pablo Aimar tiene cara de ángel, la sonrisa del bribón que disfruta y halla la felicidad en cada pelota. Pablo Aimar siembra el dulce desconcierto a su paso y hace de su oficio algo más que un enfrentamiento entre guerrilleros o titanes: su fútbol posee el condimento de la sorpresa, del enigma, de la poesía.
Estaba llamado, como un puñado de argentinos más, a ser el nuevo Maradona. Estableció una alianza de dioses chicos con Javier Saviola, y de aquel River extraordinario dio el salto al Valencia. Se dijeron maravillas de él. A veces la prosa no se corresponde con el juego: el comentarista también sueña, también describe el fútbol que desea. Y Aimar, que concentró imágenes y afanes, pronto se aplicó a probar la exactitud de algunas metáforas. Su paso por el Valencia puede decirse que fue irregular, porque aquel equipo tenso y de fortaleza, enhebrado con sacrificio y tenacidad defensiva, nunca confió del todo en su sutileza, en su inclinación al peligro dibujado con belleza. Realizó tardes maravillosas, y también le deslucieron las lesiones y la pizarra opaca de Benítez. Es uno de los grandes, sin duda. Y llega al Real Zaragoza en su mejor momento: maduro, luminoso, etéreo, dispuesto a solazarse y a enamorar en el camino hacia el gol.
*Hoy, "Heraldo de Aragón" publica un suplemento especial sobre la Liga. Publico una colección de retratos de los jugadores del equipo, de la que forma parte ese texto sobre el finísimo jugador argentino. Creo que es una de las experiencias más bonitas en las que he participado en los últimos tiempos. El perfil de Chus Herrero, Longás, Miguel y César Jiménez lo han realizado los compañeros de redacción. Yo apenas conozco a esos chicos, apenas los he visto jugar.
6 comentarios
yani -
y es querible por todos super simpatico y es hermoso .. besito cuidense
yanina -
Mónica -
jowie -
Gracias pibe por tu magia.
Nunca te olvidaremos...Suerte en Zaragoza.
Amunt!
Javier López Clemente -
víctor -