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Antón Castro

ALBUM DE FOTOS DE ANSÓ

ALBUM DE FOTOS DE ANSÓ

 Un viajero estremecido por Ansó 

Ansó es uno de esos lugares que atrapan de inmediato. Con la indumentaria de sus paisanos, con su arquitectura, con la belleza de sus paisajes parece evocar otro tiempo, un mundo ideal de serenidad bucólica, la naturaleza amena e inagotable que se disuelve en aire limpio, en mansedumbre, en melodía del viento. Alfonso Foradada (Vilanova i la Geltrú, 1909- Barcelona, 1980) sucumbió a sus encantos desde muy joven: en realidad vivió allí, entre paisanos, campesinos en las eras o pastores, tres veranos: de 1943 a 1945. En ese periodo entabló relación con las gentes, realizó escapadas, practicó el excursionismo y supo integrarse como pocos. Y sobre todo realizó una amplia colección de fotografías. Muchas de ellas han sido rescatadas para una exposición y para un espléndido libro, otro más, modélico, de la Fototeca de Huesca: “El valle de Ansó en los años cuarenta”.       

Alfonso Foradada, que se incorporó a la Agrupación Fotográfica de Cataluña desde muy joven, trabajaba con cámaras de 6x9 y de 6x6. Poseía un estilo personal. Recuerda su hija Mercedes que le gustaba el vagabundeo con un alto componente bucólico. Esa percepción idílica es evidente y también parece obvio que Ansó –que entonces tenía 1200 habitantes y hoy poco más de 500- fuese su “paraíso en la tierra”. Algunas de sus fotos aparecieron en “La Vanguardia” y en un libro clásico como “El Pirineo español” (1949) de Violant i Simorra. Foradada operó en varias direcciones: realizó un trabajo de reportaje, pero siempre meticuloso, con gusto, con refinamiento, con una preocupación esteticista.
El libro tiene un sentido elegíaco y evocador, sin duda, porque atrapa universos muy concretos: el mundo de la trilla, con las eras, ese polvo de oro que parecía alzarse en el aire en el atardecer; el de la leña y los leñadores, con especial hincapié en algo casi simpático: Foradada captó los primeros camiones que llegaron al valle; el ámbito de los pastores o rapatanes, tan sugestivo, ahí están las majadas, los cubilares, los tránsitos, la sensación de multitud esparcida de los rebaños. Y por último, Foradada aborda los núcleos arquitectónicos, tanto en Ansó como en Fago. Hay instantáneas transidas de magia, de claroscuro, poderosos y suavísimos contraluces, las luces del edén. Foradada, como recuerda su hija Mercedes, tomó muchos retratos a sus hijos (llegó a acumular al menos quince álbumes de piel), pero también se autorretrató en un paisaje de pastores con las montañas y las vaguadas al fondo. Aquí es imposible no recordar a Ricardo Compairé o la exquisita sensibilidad de José Oltra. Hay fotos estupendas, lecciones del tiempo y de la claridad, memoria del ayer; algunas de las más bonitas son las de los jóvenes pastores que, encaramados en el collado, cortan el pan para las migas mientras el aguijón del sol les nimba el rostro.

Después de aquella estancia de tres veranos, Foradada no regresó hasta 1962. Llegó a comprar una casa, “la casa de los catalanes”, y se murió en 1980 con la nostalgia de aquellos días de estío, con la sensación de que Ansó era un caudal de hermosura y poesía para siempre.

1 comentario

marianyeliz lopez -

quiero decir que aran es un chico muy pegado a la mama parece niño chiquito por dios eres un estupido