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Antón Castro

PILAR MIRÓ: IRA, PASIÓN Y VOLUNTAD*

PILAR MIRÓ: IRA, PASIÓN Y VOLUNTAD*

Tras asistir a un concierto en el Teatro Real, un 18 de octubre de 1997, a la mañana siguiente se recibió una noticia esperada pero igualmente conmovedora: el terco y vulnerable corazón de Pilar Miró dejó de latir. Su memoria no se ha borrado de nuestra cabeza: ella fue pura determinación y coraje, y tenía las cosas muy claras. Creía en la televisión pública y de 1986 a 1989 la elevó a sus mayores cotas de calidad: apoyó la cinematografía y la producción propia, le dio el programa de fin de año a un transgresor Javier Gurruchaga y recuperó la emisión de boxeo. Había dicho en alguna ocasión: “Desde muy pronto supe que el mundo de la imagen sería el eje de mi vida; sé que hay que ser muy fuerte, fuerte como un roble para hacer cine y televisión, hay que tener una paciencia como el santo Job (...) También sé que para dejarse arrastrar por esta pasión hay que pagar un precio que es acondicionar tu vida a lo que quieres hacer...” La palabra pasión fue clave en su vida; en sus amores (el malogrado Claudio Guerín y Mario Camus fueron dos de los más conocidos, pero también amó a José Luis Balbín, a Manolo Summers y a Adolfo Marsillach, entre otros), en sus convicciones y en su trabajo. Estudió Derecho y Periodismo y se licenció en Guión en la Escuela Oficial de Cinematografía, donde impartió clases de montaje y de escritura de guión. En 1962 se incorporó a Televisión Española como auxiliar de redacción, existe una imagen donde se le ve cortando teletipos, pero en 1963 ya dirigió su primer programa, “Revista para la mujer”, al cual luego siguieron más de 300: series, “Estudios 1” o novelas como “Lili”, que significó su debut en el género.

Pilar Miró, por aquella época, era compañera de otros dos aragoneses que han hecho un gran trabajo en TVE: pensamos en Alfredo Castellón, que realizó más de 400 pogramas de diversos géneros (series, dramáticos, emisiones culturales del tipo “Mirar un cuadro”) y José Antonio Páramo, a los que podríamos agregar, entre otros, Joaquín Vera o Manuel Serrano.José Antonio Páramo tuvo un gesto excepcional hacia ella: la acompañó a Italia a abortar y le hizo de conductor.       

Pilar Miró debutó en el cine en 1976 con “La petición”, una película interpretada por Víctor Manuel y Ana Belén basada en una obra de Emilio Zola. Aunque la que le daría la fama y bastantes problemas con la Guardia Civil fue “El crimen de Cuenca” (1979), prohibida durante algunos meses; recreaba la novela de Ramón José Sender, “El lugar de un hombre”, basada en un hecho real. Al siguiente, tras haber realizado su primera operación a corazón abierto, rodó “Gary Cooper que estás en los cielos”, una cinta autobiográfica acerca de una mujer un tanto madura y sola (encarnada por su actriz fetiche, Mercedes Sampietro) que repasa su existencia. Y en 1982 empezó a asumir puestos de responsabilidad pública: fue nombrada Directora General de Cinematografía. Elaboró una Ley de Cine, la “Ley Miró”, con mención explícita a las subvenciones por anticipado al cine español, que intentó proteger. Dimitió en 1986, aprovechó para rodar otra película, “Werther”, y asumió la jefatura de TVE (reemplazó a Calviño), y se mantuvo hasta 1989, momento en que fue expulsada por haber abusado del gasto público en sus gastos de representación: cuatro millones de pesetas en distintas prendas, bolsos y lencería sobre todo, de la marca Loewe. Aquella fue una “vendetta” socialista hacia la mujer que pintó de blanco las patillas de Felipe González. El tiempo ha demostrado que aquello fue pecata minuta (comparado con la corrupción que se venía encima) y un afán desmesurado de los enemigos íntimos del secretario general socialista y de ella misma, que “sabía hacerse odiar como nadie”. Tras aquel calvario, Pilar Miró recobró su mejor pulso. Abandonó sus veleidades políticas y se centró en su faceta de directora.       

Dirigió “Beltenebros” (1991), que adaptaba una novela de Muñoz Molina sobre una venganza y recibió el Oso de Plata a la mejor película en el Festival de Berlín, y dos años después estrenó “El pájaro de la felicidad”, en la que recuperaba a Mercedes Sampietro. Aún le quedó tiempo para dirigir dos películas desiguales: la excelente “El perro del hortelano” (1995) de Lope de Vega, como Emma Suárez y Carmelo Gómez, en verso, que fue un intento de emular la tradición británica de trasladar a Shakespeare a la gran pantalla, y “Tu nombre envenena mis sueños” (1996), basada en una novela de Joaquín Leguina. Por “El perro del hortelano” le concedieron el Premio Goya a la mejor dirección y al mejor guión adaptado.       

Uno de sus últimos trabajos para la TVE fue la realización del programa de la boda de Cristina de Borbón y de Iñaki Urdangarín. Mujer entusiasta, polémica, corajinosa y sensible, fue –con Josefina Molina- uno de los personajes femeninos claves de la cinematografía y de la televisión. Puro corazón. Sensibilidad a flor de piel. Terquedad luminosa y a menudo desabrida. Y despiadada. Una precursora joven que jamás se durmió en los laureles.    

*Escribí este artículo hace algún tiempo, cuando se cumplían cinco años de su muerte. Ahora, Diego Galán publica “Pilar Miró. Nadie me enseñó a vivir”(Plaza & Janés). Tiene jugosas notas sobre sus relaciones con José Antonió Páramo, Carlos Saura, Luis Buñuel... Ya lo he leído y os lo contaré aquí.
 

 

1 comentario

Toni -

Y que mirada también la suya, tanto la física como la creadora.

Un abrazo