EL GUARDABOSQUES DAVID GÓMEZ SAMITIER
Algunos de mis libros favoritos son de naturaleza. Me han acompañado en varias mudanzas, como pequeños tesoros, como universos en los que siempre me interesaba ingresar, aunque sólo fuese de puntillas o desde el sillón y la mesa de estudio, que también es una forma de viajar. Dos de ellos eran “El pájaro de barro. Historias, anécdotas y biología de los últimos quebrantahuesos españoles” y “El silbido del cierzo”, dos volúmenes de gran formato publicados por Prames que habían tenido un animador inolvidable, un guardabosques casi de leyenda: David Gómez Samitier (Barbastro, 1963-2005). El primero era un libro suyo, con textos y fotos, que había nacido de su pasión por los quebrantahuesos, a los que había seguido por aquí y por allá con tanta obstinación como devoción, con tanta curiosidad como desmedido cariño. Y “El silbido del cierzo” es un libro de confesiones de más de 80 naturalistas o personas (entre ellos, su hija Jara, de siete años entonces) que sienten de una manera especial la llamada de la naturaleza, y que lo cuentan con palabras, con evocaciones, con sentimientos, y con espléndidas fotografías.
David Gómez Samitier, a quien no conocí y lo lamento muy de veras, era “el forestal de los buitres”, el protector de los pájaros en general, el centinela de las sierra, el enamorado insomne de las montañas. Daba la sensación de que en la naturaleza encontraba lo que soñaba: el deslumbramiento constante, la magia, la vida en toda su plenitud. La vida de los animales, de la orografía, y los propios paisajes, con su paleta de colores y gamas, le daban vida a él en una transfusión recíproca de emociones y belleza. Por eso, lo mismo alimentaba a los buitres que a los alimoches o a los quebrantahuesos, por eso se significó una y otra en la defensa de la Naturaleza. Era como un explorador incansable, como un niño cuya capacidad de asombro es ilimitada, y le permitía amplificar su entrega y la energía del contagio, porque David Gómez Samitier contagiaba entusiasmo, exaltación, calor. Su legado está ahí y se proyecta en varias direcciones: el magisterio y la honestidad de quien ama la tierra y la defiende, aunque pueda ser malinterpretado porque vivir es acertar y equivocarse, vivir es el riesgo más hermoso; la increíble cantidad de fotografías de animales y de situaciones en la naturaleza, hace poco en Huesca se creaba un premio con su nombre; y sus libros, a los que habría que sumar a los ya citados, por ejemplo, “Guara, aula de naturaleza” y “Guía de rapaces de Aragón”.
David Gómez Samitier falleció en un terrible accidente de tráfico, de noche y casi a las puertas de su casa, en abril de 2005; con él también murieron su mujer Lourdes Mairal, su gran cómplice desde hacía muchos años en la pasión por la flora y la fauna del Altoaragón, y sus hijas Iris y Jara. David trabajaba en otro libro, “Uñas de cristal”, que era su gran homenaje, literario y visual, a las rapaces de España. El proyecto lo había llevado de aquí para allá, había contactado con naturalistas de toda España, y quedó interrumpido, no sabemos en qué extremos.
Ahora, estos días, acaba de aparecer un libro, “Reflejos de vida” (Prames), en el que varios miembros de la Asociación de Fotógrafos de Naturaleza de Aragón (Asafona) le rinden homenaje como a él le habría gustado: con los instantes únicos del existir en el campo, con los animales que inventan paraísos en cada movimiento de alas, y con ese despilfarro de color disuelto en el compás de las estaciones. Esté donde esté, David Gómez Samitier enviará algún gesto de emoción, aunque sea sólo en el pico de un quebrantahuesos o en las metálicas garras de un águila imperial. Un hombre así no puede permitir que la hermosura pase inadvertida y le abrirá la puerta de su último refugio. Estoy seguro.
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