GARRAPINILLOS RECORDÓ A MOZART CON SU BANDA
Hace años soñé que iba a vivir en Garrapinillos. Me había gustado el laberinto de campos y plantíos, la sensación de que era un espacio doméstico y familiar, que tenía algo de barrio norteamericano donde podían suceder algunos cuentos inquietantes de Patricia Highsmith.
Desde muy pronto me gustó la plaza y la iglesia, entonces desmochada, que era el primer proyecto de Ricardo Magdalena y que tenía un aire inequívocamente francés. Una de las cosas que me ganó de inmediato fue la banda de música, la Unión Musical Garrapinillos más concretamente. E incluso un amago de grupo de rock que ensayaba en el centro recreativo. Me gusta cómo la banda se integra en la vida cotidiana: cómo los músicos estudian solfeo y son futbolistas a la vez y pueden pertenecer al club ciclista y pugnar con las asignaturas de la Eso o de Bachillerato. Me gusta porque tiene un músico, que además es el carnicero, y se llama Efraín. Una de las novelas de mi adolescencia fue “María” de Jorge Isaacs, que contaba la historia de amor un tanto imposible entre María y Efraín. Me gusta ver a tanta gente pendiente de ella: Mariano Garza, con los elementos de la nueva tecnología; el pintor y diseñador Luis Salas, que también llegó a ser entrenador de fútbol; el encuestador electoral Javier Miravete, que ayer hizo de Mozart nada menos, aunque acabó sin voz; el fotógrafo Javier Cruces, y entre otros muchos (Jaime, Armando…, me faltan 70, nada menos), entre un auténtica multitud que tiene algo de gran familia anudada a una melodía, el director Juan Carlos Roldán, o Carlos Roldán a secas, a quien oía hacer escalas a las once de la mañana y a las nueve de la noche mientras paseaba a mi perra Noa.
La Unión Musical de Garrapinillos se distingue por su originalidad y por su inconformismo. Hace poco concursaba en un certamen de bandas de música; no ganó, pero demostró su valía: Carlos Roldán apostó por presentar lo que tenía, más que la ambición y el egoísmo de ganar a toda costa, pareció inclinarse por la máxima participación de los suyos, por el elevado nivel de calidad del colectivo, como quien dice: “Esto hay, sin trampa ni cartón. Todos aspiran a todo y se lo juegan a una carta”. Y ayer, tras varias semanas de trabajo, rizó el rizo de la audacia: ofreció un concierto en honor de Mozart con nueve piezas, distintos fragmentos de óperas sobre todo: “La Flauta mágica”, “Las bodas de Fígaro”, “Don Juan”, “Rapto en el serrallo”, etc. Lo particular de todo ello es que todos los músicos iban vestidos como debieron hacerlo los músicos y los paisanos de hace 250 años en Viena. Los trajes fueron cortados y cosidos muy artesanalmente. El concierto tuvo una intención didáctica: Javier Miravete asumió la personalidad de Mozart y otra compañera, cuyo nombre no oí bien, era Constanze, su esposa. Un diálogo teatral daba paso a distintos encargos, que se explicaban, y luego los atacaba la banda con absoluta dignidad. El público sentía que aquella era su banda; la lluvia mordía levemente el tejado del Polideportivo de Garrapinillos.
El alcalde pedáneo Mariano Blasco encarnaba el papel de un duque susceptible de realizar encargos al compositor de Salzburgo. Por desgracia, a Javier Miravete no se le oyó apenas, salvo el primer tema: perdió voz, lo traicionó el micrófono. Eso enfriaba un poco el concierto, pero fue todo tan bello, había tal comunicación, se produjo la identificación con el grupo, que lo que importa era la música, el gesto, la emoción palpitante, la entrega. Javier Miravete dijo que se trataba de “una fantasía inolvidable”. Mozart sonando, los chicos y las chicas con sus pelucas, la orquesta distribuida, Carlos Roldán dirigiendo como suele hacerlo y agradeciendo con los ojos y con la voz la presencia de los cantantes Estrella Cuello Ramón y Luis Romero. Ella, que posee una excelente coloratura y una personalidad de soprano lírica, sufrió más con la ausencia de retorno de la voz y por la desdibujada resonancia; él pareció sentirse más cómodo con su poderoso timbre, pero ninguno de los dos desentonó: la gente aplaudió a rabiar. Gustaron.
Había cámaras de vídeo, cámaras digitales, daba vueltas y más vueltas Alfonso Reyes, el reportero de “Heraldo”. Aunque quizá el detalle más enternecedor fue ver allí al fotógrafo Rafael Navarro –aún está reciente su exposición antológica en el palacio de la Lonja, organizada por Rosa Olivares-: llevaba en las manos una Leica, me pareció que era digital, y tiraba fotos insistentemente. Empezó así en este oficio: haciendo fotos del teatro y de la música. Había una razón: en la Unión Musical de Garrapinillos tocaba un nieto suyo, vástago de su hijo mayor. “Estoy aquí porque soy abuelo. También es un día importante para mí”.
Todo el mundo estaba encantado. Feliz. Acababa de vivir una experiencia maravillosa. Para siempre. Sólo hubo un pequeño borrón: el Garrapinillos de categoría juvenil acababa de perder con el Giner. Un músico, flautista tal vez y futbolista, dijo: “Eran mejores que nosotros. Y yo estoy muerto”. Algo así me pareció oírle decir al gran Mario Martín.
*Esta sugerente foto de grupo es del fotógrafo de Garrapinillos Javier Cruces. (En este blog hay una entrevista con él).
4 comentarios
Mariano -
Victor Rebullida -
Es lo que tienen las bandas y los coros de sitios pequeños: que unen no solo a sus integrantes sino a todo el colectivo que gira en torno a ellos (familiares, amigos y paisanos).
Doble ilusión la de ver cómo hacer cosas como esta y tocar esa música no es exclusividad de grandes nombres y renombrados auditorios.
Felicidades, Garrapinillos.
Luisa -
kb -
sólo quería felicitarte por el texto. De alguna manera yo también he sido feliz leyendo este texto.
un abrazo.
k