2007: EL AÑO DE VICENCIO JUAN DE LASTANOSA
La pequeña e íntima ciudad de Huesca, que se deslizaba hacia la Hoya y se enfrentaba a las montañas pirenaicas y al altivo castillo de Montearagón, fue la cuna y la morada de un personaje esencial del siglo XVII: Vicencio Juan de Lastanosa, un adalid de cara más bien enrojecida como cerezas machacadas, capaz de abrirse paso en las batallas, dominado por la curiosidad y la sabiduría. Ese hombre, que posiblemente tuvo amores apasionados y secretos, convirtió su palacio del Coso en un refugio del conocimiento. Fue coleccionista de monedas y armas, de arte y de libros, y construyó una suerte de gabinete de maravillas con objetos de todo el mundo. Resulta curioso imaginarse a los mensajeros o arrieros llegando a Huesca con colmillos de elefante, ídolos indios, catanas, lienzos enrollados e incluso pesadas esculturas que igual imitaban a Laocoonte que a la figura ecuestre de Marco Aurelio. Resulta un gozoso esfuerzo imaginarse a los porteadores con sus caravanas que traían piezas de numismática, objetos de alquimia o tal vez las piezas de una góndola o de un embarcadero. O montañas de libros y de armas.
Dicen, y aún o es fácil discernir la realidad de la leyenda, a pesar de los esfuerzos de sus estudiosos (Carlos Garcés, Fermín Gil Encabo, Aurora Egido, el lejano Ricardo del Arco, que ayudó a construir una tela de araña de fantasías en torno a su figura), que llegó a atesorar cuadros de Tiziano, Durero, Caravaggio o Tintoretto, y que poseyó al menos dos telescopios, los famosos “anteojos de larga vista”, que aparecían entonces, en pleno siglo XVII. Y no sólo eso: le interesaba la alquimia, la medicina, la historia, las lenguas, la poesía y los jardines. En el palacio del Coso –pintado por Carderera, soñado por otros muchos- tuvo un jardín casi hechizado con laberinto, un jardín que era un prodigio de caligrafía y geometría que disponía, además, de un lago con góndola y muelle.
Si algún novelista se pusiera a soñar a un personaje así le saldría, como a Manuel Mújica Láinez, Bomarzo, el Duque de Orsini, aquel visionario italiano del Renacimiento. Lastanosa publicó dos libros de numismática, acumuló mapas e instrumentos científicos, fue el mecenas de Baltasar Gracián (éste le dedicó un capítulo de “El Criticón”), que vivió en la ciudad alrededor de quince años, y alimentó una tertulia en su mansión que frecuentaban el conde de Guimerá, los cronistas Uztarroz y Diego Dormer, el poeta y canónigo Manuel Salinas, el pintor barroco Jusepe Martínez, el jurista Juan Francisco de Montemayor, y la monja y abadesa del convento de Casbas, Ana Abarca de Bolea.
El año 2007 va a ser el año de Vicencio Juan Lastanosa (Huesca, 25.02.1607-18.12.1681), y la ciudad va a volcarse con su figura y con la magnitud de sus saberes. Se organizarán congresos (el próximo trece de diciembre empieza el ciclo “Mecenazgo y Humanidades en tiempos de Lastanosa”, con dirección de Aurora Egido y coordinación de José Enrique Laplana), exposiciones monográficas, se restaurará la capilla de los Lastanosa en la catedral oscense, se creará una Biblioteca Virtual en torno a su vasto y moderno universo, y acudirá una nutrida presencia de especialistas y eruditos, básicamente universitarios. Huesca ya recordó su figura en el marco de dos grandes proyectos de los años 90: las dos muestras de Signos.
Otro asunto que llama mucho la atención es que tras su muerte se dispersasen sus colecciones, se perdiesen tantos objetos, tanto patrimonio apabullante y selecto. Por eso, en el fondo, este 2007 lastanosino que comenzará el 13 de diciembre será como la reencarnación de un hombre que parece inventado, la escritura fragmentaria y novelesca del gran friso de aquella Huesca del XVII que tuvo como criatura central a Lastanosa.
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