Blogia
Antón Castro

UN PASEO BAJO LAS NUBES CON LA RADIO

UN PASEO BAJO LAS NUBES CON LA RADIO

Había salido a llevar a Jorge a sus entrenamientos a Utebo y a Miss Pippi Tetley a dar sus clases de inglés. Luego, con algunos libros bajo el brazo y un folio para tomar notas, me fui a tomar a café. Hice algunos esbozos: tengo que comprar nuevas estanterías, nueve en total para el estudio. Después de hacer algunos esquemas de decoración, empecé a trabajar al arrimo de un café con leche corto de café: ahora sí, este año será el de la novela de Lastanosa. No hago más que darle vueltas y vueltas a los personajes, al prócer, a la época, y busco un pretexto que me permita viajar a su mundo de jardines, laberintos, jesuitas y arte. Quiero que sea una novela negra. Desde hace días me acompaña Clarice Lispector y varios libros de Lastanosa, entre ellos el famoso de Ricardo del Arco de 1934.

No habían llegado las estanterías. Tomé el coche cuando oscurecía. Encendí la radio: la tenía colocada en RNE, anoche oí a Paloma Zuriaga de “El ojo crítico” y a Luisa Perruca de Senda, que recomendó con buen criterio el nuevo libro de Elifio Feliz de Vargas, estupendo. De inmediato, creí reconocer una voz acariciante, casi algodonosa, envolvente. Esa voz invitaba a Abraham García a que hablase de cómo se cocinan las aves, de sus condimentos, y él en un instante citó a la becada, “segadora del aire”, y abogó por el sabor fuerte y natural de las aves, incluida la perdiz. Me pareció que aquella voz era la de Lara López, que alterna un deje soñador y lento con una sonrisa tamizada por una suerte de melancolía. La suya es la voz refugio, la voz maternal, una voz que se alza como un abrigo o cueva contra la tormenta o estos atardeceres metafísicos.
Volvía a casa, y quería seguir paladeando la radio. Se trataba del programa “La plaza”, que suele conducir Beatriz Pécker, del que también soy fan, como le dije en una ocasión, en un viaje por el Maestrazgo, a su padre José Luis Pécker, el conductor de “Las diez de últimas”, pongamos por caso. La tarde adquirió la tinta apabullante de la aurora boreal: el infinito se teñía de rosa, rojos, granas, ocre, de polvo de oro. Acababan de soltar los riegos sobre los campos, y mientras deambulaba por aquí y por allá, entre higueras y un llano inacabable, perfilado por un celaje de asombro, vi una finca inmensa y anegada: me recordó un cuadro de Pepe Cerdá. Era como un perfecto espejo que copiaba un cielo envolvente como la  voz, arrastrada y dulce, de Lara López.

Acababa de entrar la poetisa Blanca Andreu, a quien no conozco, aunque es gallega y coruñesa como yo. A quien admiro desde que publicó un libro que me ayudó a ser feliz durante años recién llegado a Zaragoza: “De una niña de provincias que vino a vivir en un Chagall” (Rialp, 1980) [Transcribo el asombro: “DI que querías ser caballo esbelto, nombre // de algún caballo mítico, // acaso nombre de Tristán, y oscuro. //Dilo, caballo griego,  que querías  ser estatua // desde hace diez mil años, // di sur, y di paloma adelfa blanca, //que habrías querido ser en tales cosas, morirte en su substancia, ser columna. //Di que demasiadas veces //astrolabios, estrellas, los nervios de los  ángeles, //vinieron a hacer música para Rilke el poeta, //no para tus rodillas o tu alma de muro.]Podría decir, como dijo García Márquez tras leer “La metamorfosis”: “Si se puede escribir así yo también quiero ser poeta”.


Blanca Andreu hablaba de las operaciones y de los añadidos, decía que ella se sentía bien así, como estaba, y recordó que su padre, que es médico, le decía que el cuerpo sólo se abre, sólo se opera, en casos de extrema necesidad. Para ilustrar su punto de vista recordó el libro “Los hechos del Rey Arturo y sus nobles caballeros” (la edición de Edhasa fue uno de mis libros de cabecera; aún la conservo. Llegué a empezar una novela artúrica que arrojé a la basura), y contó una bellísima historia de las cuatro brujas (entre ella Morgana) que intentan seducir al mejor caballero del mundo, que era Lanzarote. Éste, viéndolas llenas de afeites y engaños, dice que prefiere a Ginebra porque ella es de  verdad, sabe lo que hay de verdad: los fracasos y las derrotas así como los instantes bellos también han modulado su belleza.

Lara y Blanca disfrutaban de lo lindo. Y yo más. Con la radio, con ambas (Blanca se adornó con un tono de seca dulzura y mucho convencimiento; Lara estaba encantada: había encontrado una filosofía de vida y le pidió que repitiese la metáfora),, dando vueltas de aquí para allá en medio del laberinto de riegos, con ese crepúsculo casi irreal, yo también era feliz. Tenía la sensación de estar en un mundo preñado de sensaciones inolvidables. Algunos de los mejores recuerdos de mi vida están asociados a la radio. Y este atardecer, exaltado por el misterio de dos voces con magia, también pasa a figurar en ese inventario.

*Hallé esta foto del atardecer en Zaragoza (espero que José Antonio Melendo me regale una de las suyas, tan magníficas, en la página web: www.aragonesadigestivo.org, que tiene otras fotos bonitas. La pongo aquí, con la correspondiente cita, porque se ajusta muy bien al texto, al espíritu del texto. 

4 comentarios

Juan -

hola, me puedes decir quien es Lara López, darme alguna referencia suya o decirme donde puedo escucharla?
Gracias

Javier López Clemente -

Yo también escuché a Luisa Perruca de Senda por la radio y fue un placer comprobar la ternura con la que habló de los libros, como citó con objetividad los títulos que se vendían y como recomendó desde lo más conocido hasta el Premio de Novela Corta del Maestrazgo.
Una lección, si señor.
Salu2 Córneos.

ENRIQUE -

¿¿¿¿¿Un libro sobre Lastanosa????? ¡Qué cabrón! (con perdón). ¡No tenías que haberlo dicho!: vamos a estar como los niños en viaje: ¿cuándo llega?, ¿cuándo llega?, ¿cuándo llega?

Nerea -

Es un placer leer entradas tuyas como esta. Está redactada de una forma cercana, y nombras a tanta gente e informas de nuevos libros, programas a escuchar o cosas interesantes de la ciudad.
Me gusta mucho leer tu blog, aunque pocas veces te comente para decírtelo.
Un beso.