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Antón Castro

PICHI ALONSO EN AVISPAS Y TOMATES (CARTV)*

PICHI ALONSO EN AVISPAS Y TOMATES (CARTV)*

Pichi Alonso: el don del gol 

Ángel Pichi Alonso adoraba el fútbol desde niño. Diminuto, frágil y pícaro, empezó a apuntar algo más que maneras en La Salle, en los partidos domésticos del recreo. Años después, el esbelto muchacho de Benicarló (donde había nacido en 1954) que jugaba en el Castellón fue fichado por el Real Zaragoza, que pasaba su temporada en el infierno con Arsenio Iglesias como entrenador. El equipo se aupó de inmediato al primer lugar de la tabla pero no convencía a nadie. O bruxo de Arteixo era un entrenador tan pragmático con paternal, tan honesto en su compromiso con el club como rutinario con el juego.         

Por entonces, Ángel Pichi Alonso no era nadie. Ni daba la impresión de que hubiese un portento detrás de su débil complexión. Necesitó tres o cuatro partidos para anunciar su olfato de gol: su endiablado instinto ante la portería. En 28 choques logró 22 goles. Amenazó el récord de Seminario. Nino Arrúa y Pablo García Castany, que ya se arrastraban por los campos (uno por indolencia; el otro por una lesión que estaba a punto de retirarle), eran sus mejores aliados: lo veían desmarcado o dentro del área, lo veían buscando un ángulo entre la empalizada de defensas, y allí le servían el prodigioso pase. Alonso, con la cabeza, con el pie, cayéndose, por pura astucia, acababa goleando. “¡Alonso, Alonso, Alonso,... y gol!”, era la frase más repetida por los comentaristas y locutores de radio.
        

El equipo volvió a la categoría que le pertenecía con un nuevo preparador: Vujadin Boskov, que ni completó una campaña: fue despedido en mayo. El conjunto flirteó una y otra vez con el desastre: desde la temporada 1978/79 hasta la 1981/1982, en la cual Pichi Alonso se marchó al Barcelona, los blanquillos no subieron más arriba de la undécima plaza y llegaron a aproximarse de nuevo al abismo al estar en la décimocuarta. El jugador incontestable en todos esos años fue Ángel Pichi Alonso. Había conflictos en el vestuario, enconos (el caso Arrúa tal vez fue uno de los más inquietantes), fracasaba el míster y el colectivo al completo, pero siempre había que ver la eficacia, la rentabilidad, el oficio de Pichi Alonso.
        

Su primera campaña en Primera División fue excepcional. Armando Sisqués era el nuevo presidente. Jugó 33 partidos y logró 19 tantos, y en cinco ocasiones al menos marcó por partida doble. Ésa era su especialidad: el doblete, que lo alcanzó más de diez ocasiones, además marcarle cinco goles al Español y cuatro al Burgos. Kubala lo reclamó para la selección e incluso llegó a figurar en la lista de preselección para el Mundial de Argentina (no llegó a vivir la atribulada aventura de La Martona) y el Barcelona lo tentó por primera vez, a pesar de que tenía a Hansi Krankl. En su tercera campaña, jugó los mismos partidos y marcó un gol más; en 80 / 81 cosechó 16 tantos, y en la última que estuvo en La Romareda, repitió sus números: 33 partidos de Liga y 16 goles. Era la quinta vez en que se distinguía como máximo goleador del grupo y aparecía en las primeras posiciones de la tabla nacional. Y ese año, el Zaragoza jugó con una de sus mejores delanteras: Alonso, Amarilla y Valdano (antes lo había hecho con otra nada desdeñable: Alonso, Amorrortu y Valdano). A la postre sirvió de poco; el equipo prometía y prometía --ya fuese con Boskov, con el laborioso Manuel Villanova o con Leo Beenhakker, al que Alonso consideró su mejor entrenador--, pero no sucedía nada. Las Ligas se liquidaban con más pena que gloria.
        

Ángel Pichi Alonso ha sido el rematador por excelencia. Le otorgaron, desde su llegada, la camiseta del siete y asumió del deber de hacer olvidar a Laureano Rubial, el extremo explosivo de Los zaraguayos. Su juego era completamente diferente: Alonso no era un extremo convencional, de ésos que apuran, regatean, culebrean hasta el fondo y sirven el centro soberbio que espera cualquier ariete. Podía hacerlo, tenía técnica y un apreciable regate, pero Alonso vivía de otra manera. No era exactamente rápido ni poseía una gran habilidad en la jugada individual, pero tenía un olfato incomparable: intuía la proximidad del gol, olisqueaba los rechaces, adivinaba los centros, y siempre hallaba la posición ideal, la colocación, el movimiento que le dejaba en ventaja. Entre el balón y él había un secreto código de magnetismo. Marcó tantos de todas las facturas: de cabeza y con el pie, tirándose, a trompicones, por astucia o en los rechaces. Fue un delantero que tuvo la suerte que buscaba, un tipo largo y escuálido con buena suerte. Siempre estaba allí, en el polvorín, planeando como una amenaza, como un cazador, como un depredador al acecho. Su eficacia era definitiva.
        

Al final de campaña 1981/1982 fue traspasado al Barcelona. Se encontraba en plena madurez, seguro de su juego y de sus goles, pero apenas jugó. La palabrería de César Luis Menotti y el desdén de otros acabaron con su ilusión. Colgó las botas en el Español y desde hace años alterna las labores de preparador con las de comentarista de fútbol desde Barcelona.
        

En Zaragoza jamás podrá ser olvidado: goleó con generosidad, resolvió muchos partidos difíciles y se entendió a la perfección con los excelentes centrocampistas que le tocaron en suerte: Güerri, Pérez Aguerri, Señor o Herrera. Logró un total de 119 goles, 71 de ellos en Primera División, y figura en la lista de honor de goleadores de leyenda del Real Zaragoza con Marcelino y Murillo.
 

*Cuelgo aquí este retrato de Ángel Pichi Alonso, que apareció en una serie que escribí sobre jugadores del Real Zaragoza titulada “La leyenda del tiempo”, porque mañana es el invitado al programa “Avispas y tomates” de Aragón Televisión, a las 21.45 horas, que presenta el simpático y gran comunicador Juan Martínez. 

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