EL DIARIO DE ANTONIO MUÑOZ MOLINA*
Antonio Muñoz Molina escribió, entre Madrid y Nueva York, su novela “El viento de la Luna” (Seix Barral), en la que recordaba su adolescencia en el año en que Armstrong, Collins y Aldrich llegaban a la luna. Durante la redacción del libro, con la huella dolorosa de la reciente muerte de su padre, escribió un pequeño diario: “Días de diario”, que empezó un 10 de julio y concluyó el 11 de noviembre de 2005. Antonio Muñoz Molina habla de todo: de la vida íntima, de la incertidumbre del escritor, de su condición de padre y de la nostalgia que atosiga a los progenitores cuando los hijos están fuera o alzan el vuelo. Muñoz Molina habla de las cenas con amigos, del gusto de conversar al arrimo de un whisky, de las salidas, de los paseos por Madrid o por Manhattan cuando las tardes tienen una luz azulenca especial, cuando los sonidos cobran el valor de un recuerdo.
Este libro evoca el ritmo del existir, las pequeñas cosas, la visita a una hemeroteca para repasar qué pasó en 1969. Este libro, de frases bien trenzadas, de belleza serena y limpia, ajustada a la cadencia de los meses y al miedo a escribir (Muñoz Molina dice una y otra vez cómo el miedo le atenaza, cómo van y vienen los capítulos, cómo irrumpen los personajes que ya aparecían en “Beatus Ille” o “El jinete polaco”), también habla de la presencia de alguien que teclea con tanto fervor como él (Elvira), de algunas noches en la ópera o de la invisibilidad del escritor. Antonio Muñoz Molina ha concertado una cita con su admirado Philip Roth, cuyos libros lee en inglés y comenta (y critica con alguna razón, en una ocasión), y éste lo recibe con escaso interés, hasta el punto de que le pregunta: “What is your background?”. Muñoz Molina le contesta que es un escritor profesional, pero Roth ni se impacienta ni muestra demasiado interés. Algunas páginas más adelante, tras conocer a E.L. Doctorow reflexiona en la misma dirección: “Estos escritores, con sus novelas en tapa dura a las que les hacen caso en el mundo entero, con sus casas coloniales en el campo, dan una impresión de solidez que a uno le hace sentirse fatalmente encogido, con poca sustancia y poco fundamento. No sé por qué pero a mí los complejos se me acentúan según me hago mayor. Borges aseguraba, con coquetería de celebridad mundial, que él era un ‘mero escritos sudamericano’. Yo soy un mero escritor español, en un mundo tan grande. Me acuerdo del letrero que vi en una camiseta en una tienda del Village: I’m huge in Japan. ‘En el Japón soy alguien”.
En el libro, Muñoz Molina habla de paisajes, de estados de ánimo, de encuentros con amigos, de películas (le gustó mucho Capote), de episodios de noviazgo con Elvira Lindo, de zozobras de creador. Leo: “Éste es el momento que hay que salvar siempre, como se da un salto para salvar una zanja, sintiendo de golpe toda la torpeza y la cobardía del cuerpo”. Escribe de la presencia del padre muerto, del llanto ahogado de la madre viuda. De los recuerdos de Granada. Y habla de sus lecturas en el metro o en el bus. Tras leer un libro de Stanley G. Payne sobre la Guerra Civil española y el comunismo y la Unión Soviética, anota: “Las pasiones ideológicas son peligrosísimas. Uno puede pensar que las tensiones políticas son el reflejo de los conflictos de la realidad, pero en muchos casos son su origen. La política crea conflictos donde no existían y agrava los ya existentes en lugar de resolverlos. Véase la alarmante actualidad española. La política, en países como España, es echar sal en las heridas y gasolina en el fuego, y encender hogueras donde no las había. El presente inquieta más cuando se piensa en lo que fue el pasado”.
Lo he pasado muy bien leyendo este libro, tan pegado a lo cotidiano. Es breve, está hecho de fragmentos, de aliento de vida. La imagen que más me ha gustado es muy sencilla: el escritor ve como su madre lee en el sillón de su cuarto y silabea las palabras en voz baja. Le he visto hacer tantas veces eso a mi madre que he pensado en ella con emoción, con añoranza, con amor, como si yo también quisiera atrapar un tiempo perdido.
Días de diario. Antonio Muñoz Molina. Prólogo de Pere Gimferrer. Seis Barral. Colección: Únicos. Barcelona, 2007. 68 páginas. (La foto de Muñoz Molina es de www.tiempodehoy.com).
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