CORTAZAR, VISTO POR SERGIO DEL MOLINO
[Durante algunos años, Julio Cortázar fue mi autor favorito. Conocía todos sus cuentos, los contaba, se los leía a mis hijos de seis, siete u ocho años. El verano de 1987 en Camarena de la Sierra les hablaba de “La noche boca arriba”, “La caricia más profunda”, “Carta de una señorita de París” o “Circe”, uno de mis predilectos con “Las armas secretas” y “Continuidad de los parques”, dos páginas de vértigo. Compraba cuanto encontraba de él y por aquella pasión amplié el campo de mis aficiones a la radio, al jazz, al boxeo, a la música, a las ciudades, a los autores que a él le gustaban como la danesa Isak Dinesen o la belga Marguerite Yourcenar. El día que se murió Cortázar entré en la librería Pórtico y me gasté más de 20.000 pesetas, casi la mitad de lo que ganaba en el bingo. Ahora, Cortázar ya me cae lejos, y me gusta el Cortázar que escribe de Keats, el que recuerda a su madre pegada a la radio mientras boxea Luis Firpo, el traductor de Gide, Yourcenar o Poe. Apenas lo leo, pero me sigue conmoviendo. Uno de los grandes cortazarianos de Aragón es el periodista y escritor Sergio del Molino, que tiene en Juan Aguirre (la mitad de Amaral) a un fan absoluto. Sergio le ha dedicado varios artículos a Cortázar. Copio éste aquí por las vinculaciones con Galicia, a través de la excelente traductora Aurora Bernárdez, y con Aragón que tiene el texto de Sergio, que apura novela, un libro de relatos y un relato periodístico muy bien ilustrado sobre los alemanes en Aragón.]
DICE SERGIO DEL MOLINO
Siento ser tan pelma, pero me veo obligado a seguir hablando de Cortázar porque vengo de ver una exposición que creo que ya se exhibió en Madrid, pero que hasta el 30 de marzo puede verse en la Maison de l'Amerique Latine y en el Instituto Cervantes de París: Cortázar, le voyage infini (Cortázar, el viaje infinito). Una nueva vuelta de tuerca a la mitomanía que nos subyuga a algunos.Lo que se expone en las salas es parte del legado que Aurora Bernárdez, viuda de Julio, cedió el año pasado a la Xunta de Galicia (ya que ella es hija de emigrantes gallegos) y que ahora se pasea por varias ciudades europeas antes de reposar en un centro que el gobierno gallego habilitará para ello. Son fotos, cartas, documentos, objetos personales y algunas películas locas y absurdas rodadas en Super 8 durante algunos de sus viajes. La reseña que ha hecho Le Monde de la exposición es muy poco complaciente (de hecho, la pone a parir en tres párrafos), pero se comprende la crítica, porque la verdad es que los comisarios no la han adaptado al público local: ninguna carta ni documento está traducido al francés, y los audiovisuales (entre ellos, una crucial entrevista que concedió a TVE en 1977) no están ni subtitulados ni doblados. Vamos, que si no sabes español, no te enteras de nada, porque las explicaciones en francés de los paneles son mínimas. Y es una pena, la verdad, porque, al fin y al cabo, Julio era también un parisino.
Es una muestra para fans muy fans (como es mi caso). Están las fotos que Carol Dunlop hizo para Los autonautas de la cosmopista. Están las gafas, la pipa y la máquina de escribir. Está la citadísima carta de agradecimiento (Cortázar siempre guardaba una copia de todas las cartas que enviaba, y eso ha permitido reconstruir todo su epistolario) que mandó a su editor, Francisco Porrúa, cuando recibió por correo desde Buenos Aires un ejemplar de la primera edición de Rayuela (que, por cierto, en el mercado anticuario se cotizan ya a 300 y 400 euros la unidad) en la que le reprocha elegantemente lo rácano que ha sido con el grosor del papel y en la que anuncia: "Pronto cumpliré 50 años. Será hora de que empiece a dedicarme a algo serio". Está la carta que envió a Luis Buñuel cuando éste se interesó por adaptar uno de sus cuentos. Están las primeras fotos que envió a su madre desde París, con unos párrafos llenos de entusiasmo. Otra carta donde confiesa su admiración por Alejandra Pizarnik. Está también su pasaporte y el visado consular de su madre.
Hay también una serie de fotos absurda y cronopial en la que coloca a una muñeca en varias posturas pornográficas. Hay un vídeo en el que él y Octavio Paz aparecen bailando con unos niños en la India, en la época en la que Paz era diplomático allí e invitó a Julio y Aurora. Hay también muchos cronopios, pero ningún fama. También han puesto un rincón donde te puedes sentar a escuchar el jazz que le gustaba y del que tanto escribió. Hay tura, pura tura, y hay himperfecciones himportantes, habsurdas y hortográficas y esa-picazón-que-sientes-en-la-nuca-cuando-te-quedas-mirando-fijo-el-cielo-raso. Podría parecer un panteón, pero es Julio. Es juego, es divertido. Aurora Bernárdez, que sigue como loba celosa el papel de guardiana de la memoria del que siempre fue su gran amor, lo está haciendo muy bien, dosificando con elegancia y manteniendo viva la versión que Cortázar quiso dar de sí mismo. Chapeau.
Julio Cortázar con su última compañera Carol Dunlop. Cortázar murió por un contagio de sangre de infectada de sida.
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