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Antón Castro

SPECTRUM SOTOS: HISTORIA DE UNA PASIÓN POR LA LUZ*

SPECTRUM SOTOS: HISTORIA DE UNA PASIÓN POR LA LUZ*

La galería Spectrum me avisó de su existencia, por vez primera, con un cartel de August Sander de dos jóvenes boxeadores: uno más bien adusto, y el otro grueso y sonriente. Poco después asistiría de cursillista a las clases de Enrique Carbó, que enseñaba no sólo técnicas de revelado, sino el sistema de zonas aplicado a un gran portal del Pirineo. Hay cosas que no se olvidan: el olor de Spectrum, el estudio, el laboratorio, la excelente biblioteca (jamás me habría imaginado que existiesen tantos libros de fotografía), aquel aire de concentración y de simpático despiste de Carbó, y un retrato de Richard Avedon de Groucho Marx. Era un retrato sin bigote, con un rictus de doliente añoranza.
Desde entonces, Spectrum ha sido una galería de referencia. Antes que nadie entre nosotros, fue trazando una historia de la luz, una historia de las imágenes. Año tras año accedíamos a la obra de Louis Stettner, Cecil Beaton, Ralph Gibson (uno de esos artistas que te impresionan por el calculado y sutil lado de la sombra en que se mueve), Dorothea Lange, Man Ray, Edward Weston, André Kertész, Walker Evans, Diane Arbus, Ferdinando Scianna, Bernard Plossu o Jean Dieuzaide. Y más tarde, con alguna polémica contenida, Robert Mapplethorpe o Witkin. Pero también nos llegaban artistas como Graciela Iturbide, Juan Rulfo, Gabriel Cualladó, César Domela, Manuel Vilariño, y fotógrafos aragoneses como Rafael Navarro, Pedro Avellaned, Gómez Buisán, Javier Inés, Ángel Carrera, Carbó, Mario de Ayguavives, o Aranzazu Peyrotau y Toño Sediles. La lista resulta casi inacabable y ofrece un completo y apasionante trayecto por la historia de un arte que ha decidido ser mayor, sin complejo alguno.
         Julio Álvarez  lideró otros proyectos como Tarazona-Foto o Huesca-Imagen. Son los más renombrados. Tarazona-Foto fue una puerta abierta al mundo: no sólo se impartían cursillos de retrato,  bodegón, paisaje o desnudo, sino que se exponían a los grandes creadores de la historia y del momento. Tarazona era, cada verano, una fiesta de la imagen, un manual abierto de instantáneas. Y Huesca-Imagen logró reunir a los mejores fotógrafos de Portugal, México o Hungría. Julio ha colaborado en multitud de proyectos en Aragón, España y Francia, sobre todo, ha asistido a ARCO sistemáticamente, y ha cumplido a rajatabla con una pedagogía íntima: cultivar la pasión por la imagen. Alentarla.  En el fondo, Julio Álvarez Sotos tiene alma de investigador que difunde y exhibe sus hallazgos. Siempre ha estado volcado hacia las vanguardias, hacia las nuevas tendencias, hacia los parentescos de la creación más plural con la fotografía, y ha ido completando su catálogo y su autorretrato con nuevos autores. Y eso, por citar un ejemplo reciente, se ha visto en el proyecto híbrido de Fernando Navarro, donde se mezclaban la foto, el collage, el grabado, el juego casi matemático y la escultura de bajo relieve. Eso que podía resultar chocante, era un síntoma, una tarjeta de presentación, una forma de entender la disciplina y la odisea misma de una galería.

         Spectrum cumple 30 años. Ha sido como un libro abierto de imágenes. Nos ha enseñado a ver y nos ha contagiado la curiosidad, el interés por un arte que siempre ha pugnado con su identidad: ¿es la fotografía una forma de artesanía o es arte como la pintura? La respuesta es inequívoca: la fotografía es un arte mayor, con un código que arranca de lo real, de lo que podemos ver. En un plano estrictamente personal, en la reducida estancia de su biblioteca, Julio Álvarez me enseñó a mirar para ver. Pasaba catálogos y catálogos, comentaba trayectorias (durante un tiempo compartimos una loca admiración Diane Arbus), y me decía cuál era el secreto de una foto, por qué era tan excepcional Henri Cartier-Bresson o por qué Robert Mapplethorpe era un artista clásico, con temas polémicos, cuya divisa última era esculpir con la luz. Por eso era un creador esencialmente académico en pos de una pureza antigua donde la iluminación peinaba la piel y le extraía texturas y exactitud. Sus favoritos, durante un tiempo fueron Robert Frank y Ernest J. Bellocq. En una ocasión, Julio Álvarez  resumió así su labor: “Es fruto de la pasión por retener la belleza de las imágenes y ofrecer a quien quiera mirar historias infinitas contadas por los mejores fotógrafos”.

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