JAVIER BARREIRO: UNA ENTREVISTA CON FONDO MUSICAL
[El escritor y profesor publica "Primeras grabaciones fonográficas en Aragón, 1898-1903. Una colección de cilindros de cera"con Gabriel Marro.]
“La música me ha interesado desde siempre –confiesa Javier Barreiro-. Mi madre cantaba y lo hacía bien, en casa. Zarzuela, coplas, jotas. Y yo sabía un montón de piezas de oírselas a ella. De niño, ya tenía una voz fuerte como la de ahora. Y la pena fue que no entrase en el coro. Estudiaba en los jesuitas. Nos pasábamos media vida allí: de ocho a dos, y de cuatro a ocho. Así que cuando se habló de integrarme en el coro, alguien dijo: Ni se te ocurra. Eso supone una hora más aquí”.
¿Le ha pesado?
Muchísimo claro. En la otra vida lo primero que haré será estudiar música. Mi padre sabía solfa, entonces se decía solfa, y no deja de ser curioso: era capaz de tocar la armónica, la pianola, la flauta, pero no tenía oído, ni siquiera le gustaba la música.
¿Cómo evolucionaron sus gustos?
Como los de cualquier persona de mi época: entre los catorces y dieciséis años descubrí a Los Beatles y el rock sinfónico, del que era muy aficionado. Y a los 23 redescubrí la copla que cantaba mi madre. Me dije: “Qué bonito es esto”. Y poco después, pasé de la copla al tango. Me volví auténticamente loco con Carlos Gardel, algo que también le ha pasado a mucha gente. Me convertí en un adorador suyo.
Una pasión por el tango como la suya no es frecuente. Incluso escribió libros.
Con el primer dinero que tuve, empecé a viajar y me fui a Argentina. La gente me recibió muy bien, le producía gracia que un españolito tan joven se interesase tanto por el tango. Y tuve la fortuna de oír a Rosita Quiroga, de visitar la academia de lunfardo y de comprar centenares de discos. Entre 1978 y 1979 redacté un libro sobre el tango, que iba a publicar Hiperión, pero me pidió que gestionase yo todos los derechos, y se quedó paralizado el proyecto. Apareció en 1985 en Júcar bajo el título “El tango”, y al año siguiente organicé una gran exposición en el Palacio de Sástago y publiqué un libro: “El tango hasta Gardel” (DPZ, 1986).
¿Cómo llevaba su actividad de escritor?
Era mi actividad principal. Yo era escritor, había empezado como poeta, gané premios, adquirí cierto renombre, pero mi problema es que era un poeta de verdad.
¿Un poeta de verdad? Explíquese...
Sí, sufridor, hipersensible, tenía una visión apocalíptica de la vida. Vivía la literatura como una satisfacción puramente estética, sin ninguna satisfacción vital. Y decidí cambiar. Así que estuve entre ocho o nueve años sin escribir. Entre los 23 y 31, más o menos.
¿Y qué hizo?
Una auténtica inmersión en la vida. Recorrí toda España, y me interesé por lo tabernario, por el barro, por los submundos, los elementos populares, los ambientes canallas, las varietés. Y en Zaragoza también me convertí en un especialista en tascas y reductos, de la Zaragoza de los barrios bajos de los 70. Hacia 1983, creé con algunos amigos como Juanjo Vázquez, José Miguel Martínez Urtasun, Miguel Viñerta y Fernando Seral la peña “El Tronío”. Y convencimos al concejal Luis García-Nieto, podríamos decirlo así, para que trajese a Marifé de Triana, Juanito Valderrama...
¿Cómo entró el cuplé en su vida?
La derivación de mi atracción por la copla fue el cuplé, pero los cantantes no te emocionan igual, la música es pobre. Las intérpretes, en el fondo, cantaban todas como gallinas. Pero eran auténticos fenómenos sociales que aparecían en las revistas del corazón del momento y fascinaban a los intelectuales. Escribí muchos artículos, me invitaban congresos, más tarde redacté libros sobre Raquel Meller y otras cupletistas aragonesas, y guardaba todo, recortaba. Siempre me ha interesado mucho la documentación. Creo que he dedicado más horas al archivo, al vaciado de documentos que a la redacción misma.
¿Por qué le ha interesado tanto la documentación?
No lo sé. Creo que es un temperamento obsesivo heredado de mi familia. Mis abuelos eran obsesivos, y mi padre, y mi hermano. Mi padre no paraba de hacer siempre el mismo solitario; mi hermano inventó un juego propio con ciclistas, y yo empecé desde pequeño a recortar cosas, a confeccionar tablas de goleadores del Real Zaragoza.
Sigamos.
Me gustaría recordarle que la copla empieza a surgir con gran fuerza a partir de los años 20. Mi tema en realidad es la Edad de Plata. Al cuplé se le suman otras referencias e influjos, y empiezan a aparecer cantantes extraordinarios como Angelillo, Imperio Argentina, Juanita Reina, Pilar Arcos, Miguel de Molina luego, Concha Piquer. Respecto al cuplé, la copla aportó nuevos valores letrísticos y nuevos valores musicales. La riqueza es incomparable. La copla ha contado con un extraordinario letrista como Rafael de Léon, el mejor, y con un músìco excepcional como el maestro Quiroga. Había una riqueza de orquestaciones que daba gusto. Mucho mejores que las de ahora, aunque entonces los músicos trabajaban mucho y vivían peor. A veces se tocaba por el café o la comida...
¿No estará exagerando?
No, no. Piense en la cantidad de piezas magistrales que hubo entre 1925 y 1960. Incluso intérpretes de segunda fila como Margarita Sánchez, que actuó en el Oasis, cantaban como los ángeles.
Demos el salto a otra de sus pasiones más constantes: la jota.
Me gusta desde pequeño. Mi madre era vecina de Pascuala Perié, y de ella aprendió. Tuvieron amistad. La jota estaba en la calle, en la vida. Se cantaba en cualquier lugar, y en los pueblos más. Cuando oigo decir que la jota fue un invento de Franco o de Millán Astray, me parece que esa opinión refleja la dramática estulticia de los progres...
¿Le molesta que digan que la jota es reaccionaria?
Claro que me molesta. ¿Por qué va a serlo? La jota no es reaccionaria en el siglo XXI ni antes. Habrá algunas letras, y es verdad que el franquismo quiso llevar el ascua a su sardina. Lo que hizo con la jota también lo hizo con la gastronomía, la educación o el deporte. La jota era popular. En realidad, yo no había escrito de jota hasta que Guillermo Fatás me encargó un libro para CAI-100. Luego he escrito más: lo último, con José Luis Melero, “La jota, ayer y hoy” para Prames. Pero ya le digo: me gustó la jota, pero no he vivido el ambiente de cantadores ni de bailadores. ¿Puedo hacerle una confesión?
Debe hacerlo.
La jota me emociona profundamente. He asistido a los certámenes de jota, desde las once a las tres, y he estado las cuatro horas llorando. Con la jota soy de lágrima fácil para la música, muy llorón, y con la jota me ocurre eso. En todos esos años, me fui haciendo con la música de los grandes intérpretes, hasta el punto de que ahora tengo más de mil discos de piedra.
Estos días ha presentado, con Gabriel Marro, el cedé “Primeras grabaciones fonográfias en Aragón”.
El fonógrafo se inventó en 1877, y grababa y reproducía. Trajo el mito aquel de “las máquinas hablan”, es como un antecedente de los casettes, aunque por procedimiento mecánico. Se podía grabar encima, se empleaba para reproducir e incluso era utilizado como testamento oral de alguien que tenía el mismo valor que el testamento escrito. Cuando grababas se hacía una copia única, y a veces se grababa hasta con dos o tres fonógrafos. Por eso se prefería una voz fuerte a una delicada.
¿Cómo ha entrado en contacto con Marro?
Él es músico, ha participado en grupos. Hacia 1990 o así me llamó y me dijo que tenía un fonógrafo en casa, me hizo alguna consulta musical, le dije lo que sabía y ahí todo. Doce o trece años después reapareció y me dijo que había encontrado, en una colección de Barbastro, 153 cilindros de cera, datados entre 1898 y 1903. Me pareció un hallazgo fundamental e importantísimo. Llamamos al Gobierno de Aragón, al Departamento de Educación, Cultura y Deporte, y el viceconsejero Juanjo Vázquez reaccionó muy bien de inmediato.
¿Qué quiere decir?
Nos dijo que convendría crear una asociación cultural, y así surgió la Asociación para la la recuperación del Patrimonio Musical y Sonoro, cuyo presidente es Gabriel Marro, y yo soy el vicepresidente. Nuestro primer proyecto, apoyado por el Gobierno de Aragón, son estas “Primeras grabaciones fonográficas en Aragón. Una colección de discos de cera, 1898-1903”, donde hay un poco de todo: jota, género chico, ópera, zarzuela, folclore, algo de canción francesa, un vals jota, cuentos e incluso discos de risas. He conocido a coleccionistas de discos de risas. Imagino que como la risa es contagiosa, quien oye esos discos terminará desternillándose. También hay bandas, se grababan muchas porque hacían mucho ruido y se oían muy bien.
Me gustaría que hablásemos de algunos personajes del libreto y de la recuperación. Por ejemplo, Balbino Orensanz.
Dedicó buena parte de su vida a la difusión, investigación y enseñanza de la jota. Había nacido en Hecho, pero recibió la medalla de oro de Zaragoza. Aunque es uno de los nombres míticos y pioneros de la jota, no se le conocían, y aquí canta, y no demasiado bien, una pieza.
¿El Baturrico?
No estamos seguros del todo que José Moreno, llamado también Niño Moreno y el baturrico de Andorra. Fue un niño prodigio y cantó ante el rey. Le oyó Santiago Lapuente y lo convirtió en su discípulo predilecto. Dijo de él que si no se malograba con el cambio de voz, llegaría a ser un nuevo Gayarre. Lapuente lo presentó en Madrid y cantó quince estilos. Su vida es un misterio: abandonó Aragón y se marchó a Argentina, y allí se pierde su rastro. Se dice que se volvió malevo, delincuente.
En todo el libro, se habla mucho de Santiago Lapuente. ¿Cuál es su verdadera importancia?
Es el mito de la jota por excelencia. Intentó fijar la jota, buscó los estilos primitivos y luego se lo enseñaba a los cantantes con la máxima pureza. De él nos queda los testimonios de sus alumnos, una herencia de boca a boca: transmitía oralmente sus conocimientos.
¿Tiene algún sentido hablar de la pureza de la jota?
Ése es un viejo mito. En realidad, yo le diría que no. La música popular no hay pureza: no es estática, no se canta siempre igual, se añaden elementos, evolucionan los cantantes. Los joteros empiezan a añadir florituras: van a cantar a teatros de Aragón y comienza el virtuosismo, los calderones, y para mí eso no es malo.
Cuenta Gabriel Marro que había dos locales donde vendían los fonógrafos.
Estaban aquí cerca en el Coso. Por una parte, la Óptica Oriental y Óptica Lacaze. No se sabe demasiado, y habría que hacer un rastreo en las hemerotecas. Yo ya he dejado de ir: ahora con los microfilmes me resulta muy incómodo, lento, se ve mal... He hecho mucho ese trabajo, pero en realidad ha sido para aprender, para conocer mejor nuestro patrimonio: Daniel Montorio, las voces de Aragón... En España se ha hecho poca investigación hemerográfica y además se ha perdido mucho material en la Guerra Civil. Se destruyeron muchos discos para fabricar balas, por ejemplo. Creo que un proyecto de este tipo es un primer paso hacia la creación de un Archivo documental sonoro o un centro de documentación que incluya lo musical, que es una necesidad ineludible de la sociedad aragonesa.
Está trabajando en el Diccionario de Autores Aragoneses Contemporáneos. ¿Cómo lo lleva?
Es un catálogo de 1885 a 2005, el “post Latassa”. Por ahora tenemos contabilizados entre 1.600 y 1.700 escritores. Y ahora mismo tenemos un fondo de fichas y notas de 19 millones de caracteres. Si un libro tiene alrededor de 400.000 mil, imagínese de qué estamos hablando. Cuento con un excelente colaborador, ordenado y entusiasta, Fernando Ruiz.
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