PACO URIZ E INGMAR BERGMAN: CITA CON LA PALABRA*
[Acaba de morir Ingmar Bergman a los 89 años. No tengo ahora tiempo para escribir una nota extensa sobre él: vi muchas de sus primeras películas en los Multicines Buñuel, ahora desaparecidos. Como “Un verano con Mónica”. Me enamoré perdidamente de Ingrid Thulin en “Fresas salvajes”. Y dos de mis películas predilectas son “El manantial de la doncella” y la turbadora “El séptimo sello”. Por ello, quiero colgar un texto que escribí hace algún tiempo sobre el traductor Francisco J. Uriz, tan vinculado a él por varias razones que aquí se cuentan.]
Francisco J. Uriz pertenece a esa generación no sabemos si decir de excéntricos sin afectación, caballeros clandestinos, europeístas o raros maravillosos. Pensamos en Román Escolano, que estudió esperanto en su juventud y viajó alrededor del arte cuando pocos sabía lo que era el informalismo; en Borau, que se desplazaba a Cannes o a Venecia y leía a Alberto Moravia en lengua original; en el anarquista Luis Lacasta, que ya andaba por el mundo con su aspecto de revolucionario de pelo hirsuto y tumultuoso, salido de una cinta de Eisenstein; en Alfredo Castellón, que se iría a Italia a trabajar con Antonioni y pasear al atardecer con María Zambrano y un pelotón de gatos hambrientos por Roma. Castellón dice que cuando se encuentra con Uriz no recuerdan los años de Universidad en Derecho ni los paseos, arriba y abajo, por Independencia por los alrededores del kiosko de Pórtico: hablan sólo de atletismo, de las impresionantes carreras de 400 metros lisos (especialidad del cineasta, récord de Aragón durante años) y de 400 vallas, la carrera predilecta de Uriz, para la cual les adiestraban Alonso Lej, Alberto Portera y Barrachina en la plaza de los Sitios con una columna de sillas a modo de obstáculos. En realidad, Uriz es de estos tipos con el que se puede hablar un día entero de las vaselinas y la elegancia con desmayo de Michael Laudrup, de los memorables combates de Sugar Ray Robinson contra Jake La Motta, Turpin u Olsson en los años 50 o de los partidos heroicos de John McEnroe y Bjorn Borg en el Open USA y en Wimbledon a principios de los 80.
Uriz siempre miró a Europa y las lenguas. Quizá desde aquel día remoto en que Joaquín Alcón, el fotógrafo aragonés de vanguardia de los 60, el retratista ideal de Miguel Labordeta y Julio Antonio Gómez, volvió de un viaje por Italia con Federico Torralba y exhibió unos grandes caballos de Florencia, paisajes de Venecia, etc. Uriz --a quien Don Federico había incorporado sutilmente al universo del ballet, de la música clásica y de la buena literatura-- intuyó allí su destino: conocer mundos, saborear la emoción de la vieja y fascinante Europa. Primero estuvo en Caen y en Bélgica, donde coincidió siquiera fugazmente con Madariaga, otro abanderado del europeísmo y del antifranquismo; luego trabajó en un campo de trabajo en Inglaterra, en el cual entabló amistad con una joven finlandesa. Ya sabemos que el amor precipita nuestro sino: nos lleva y nos trae, nos vuelve del revés. Uriz, aunque no quiera remover en el pasado de un afecto del que quizá ni recuerde el rostro, marchó a Finlandia. Y de allí, ya sin amante y sin nostalgia, arribó a Suecia junto a un joven realizador de cine con el que iba a escribir una biografía de Ingmar Bergman.
Allí empezó a todo. Se volvió a cruzar en su camino Luis Lacasta, y una joven traductora gallega, Marina Torres. Uriz, sin haberlo soñado apenas, conoció a través de Sunn Axelson --que había sido amante o nínfula de Nicanor Parra-- a Artur Lundkvist, que adoraba España, no en vano había traducido a muchos poetas y especialmente a García Lorca y su Poeta en Nueva York sin demasiada suerte. El zaragozano Uriz se inició con él en el que había de ser su oficio y el reducto más acentuado de su sensibilidad poética. Tradujeron juntos varias antologías de poesía española e hispanoamericana, a Pablo Neruda, a García Lorca, en concreto la pieza surrealista Así que pasen cinco años, y poco a poco, con esa constancia que le distingue y con la fidelidad por norte, dio el salto: empezó a traducir a Harry Martinson, a Peter Weiss, al grandísimo poeta Gunnar Ekelöff, a Marta Tikkanen y al propio Ingmar Bergman, con el que dialogó junto a su inseparable Marina largo y tendido para la revista española El público. Incluso tradujo a principios de los 80 la biografía novelada Goya de Artur Lundkvist. A nadie se le escapa que Lundkvist era un integrante fundamental de la academia sueca que otorga el Nobel de Literatura: a él más que a nadie, le deben sus galardones Gabriel García Márquez, Camilo José Cela y Octavio Paz, entre otros.
Otra experiencia fascinante para Francisco J. Uriz fueron sus viajes con Olof Palme, como intérprete personal y amigo. A su lado, pudo conversar con Fidel Castro, Daniel Ortega o el propio González, que se le parecían más bien poco. Palme era cuidadoso con sus colaboradores, comprometido hasta el fondo con sus ideales y un líder un gran carisma. Así lo define el traductor y poeta: "Parecía un personaje de fuera del mundo. Era impresionante, de una generosidad increíble". Ese talante lo pagó con la muerte, en un país donde rara vez hay atentados.
En 1988, claveteado por el rejón de la nostalgia y animado por el ex--alcalde Moreno Lapeña y Vicente Sánchez, Uriz retornó para crear La Casa del Traductor. Al principio, desde diversas instituciones, le ofrecieron el oro y el moro, palacios, delirios de grandeza (Veruela, sería la sede de la Fundación Europea para la Poesía; Eguarás una residencia de escritores; Tarazona, el espejo y la cuna de la creación, etc.), pero él, despaciosamente, sin molestar en exceso, inclinado en el trabajo tarde tras tarde, sacó adelante el proyecto con traducciones, publicaciones como Poetaria o Papeles de Tarazona; recibió traductores del mundo entero en el chalet de la calle Borja (Bernardo Atxaga, la ex--miliciana Sofia Szleyen, Gerard Herberiche y tantos otros). El reconocimiento a su esfuerzo fue premiado con el Premio Nacional por su traducción de las mil páginas de Poesía Nórdica (en colaboración con Fernández Romero; Ediciones de la Torre), elogiada por Cela, y por su trayectoria de difusión de la cultura sueca, distinguida por la academia del país.
*Ingrid Thulin en "Fresas salvajes" (1957).
5 comentarios
Rådmansson -
Schori hizo a Uriz traductor oficial del Ministerio de Exteriores, en competencia con otra persona que era mejor traductor que Uriz y que había sido propuesto por el personal del ministerio. Los militares suecos quedaron tan descontentos de que les metieran a un comunista como intérprete, que dejaron de usar el español en sus contactos con los militares hispanoparlantes. Se pasaron al inglés. La calidad de traductor del sueco de Uriz no es tan extraordinaria tampoco. Recuerdo una traducción de un librito de información social de Suecia que tuve que revisar en detalle porque confund+ia incluso el nombre de unos organismos públicos con el de otros.
Me han dicho que tampoco le ha faltado controversia en Tarazona, en el instituto de traductores.
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Angela -
Antón -
Un abrazo.
paco -