FRANCISCO ALBIÑANA: UN PROFETA DE LA VIVIENDA PÚBLICA
[Leo un estupendo y erudito artículo de Sergio del Molino sobre la casa del doctor Lozano Blesa, obra de Félix Navarro. Alguien elogia con toda la razón del mundo el texto (Sergio se está convirtiendo en uno de los periodistas más sólidos de la ciudad), y recuerda la figura de Albiñana, un personaje absolutamente fascinante. Hace algo más de dos años, le dediqué un artículo y un programa monográfico en “El Paseo” de Heraldo Televisión. Recupero este texto, que contiene algunas de las maravillosas y espeluznantes historias de Zaragoza. ]
Francisco Albiñana, el arquitecto de los pobres
Zaragoza rendía homenaje a uno de los grandes arquitectos aragoneses del siglo XX: Francisco Albiñana (1882-1936). Lo hizo en la nueva sede de Cajalón, en antiguo Casino Mercantil cuya reforma total emprendió él en 1911.
José Antonio Lorente, comisario de la muestra “Francisco Albiñana. Arquitecto, político e intelectual. 1882-1936”, junto a Carlos Martín La Moneda y Teólfilo Martín Saenz, calificaba al arquitecto de relativamente “marginal” y lo vinculaba a un modernismo tardío, “bajo formas de ‘sezession’ o ‘novecentistas’; por otra parte, su adscripción racionalista se inscribe en un racionalismo epidérmico o ‘proto-racionalismo”. Afirma Lorente que su trabajo –desarrollado entre 1911 y 1936, y compuesto por 3350 proyectos: 3.150 de viviendas y parcelas, y 175 de viviendas plurifamiliares- puede agruparse bajo el término eclecticismo, “dentro del cual cabe distinguir distintos periodos, gustos o estilos, sumariamente: influencia vienesa o ‘sezzesion’, influencia clasicista, nacionalismo o regionalismo, arte-decó, cubismo…”.
Albiñana se moverá bajo estas coordenadas estéticas, en una perfecta simbiosis de arquitectura y construcción, durante un periodo convulso donde son asesinados su amigo José de Yarza Echenique y los operarios municipales César Boente y Joaquín Álvarez, en agosto de 1920, mientras reparaban el alumbrado municipal, o el cardenal Juan Soldevila en junio de 1923 al regresar de la Escuela Asilo del Terminillo. Una época que supone el crecimiento y la expansión hacia los barrios de Zaragoza, y que conoce el entusiasmo civil ante la proclamación de la II República y la posterior y dramática decepción de la guerra civil.
Pero más allá de sus obras, que se inician con dos magníficos proyectos, apenas concluida su licenciatura en febrero de 1911, un edificio de viviendas en Costa 4 y la reforma total del Casino Mercantil (que acoge ahora su exposición), Francisco Albiñana fue un personaje complejo, de un temperamento visceral y refinado, capaz de aprender alemán en tres meses o de organizar una excelente biblioteca de libros extranjeros, presidida acaso por uno de sus autores favoritos: Leon Tosltoi.
Albiñana nació en la calle Palomar 4 en 1882. Su padre, Francisco de Paula Albiñana (Tarragona, 1841), era un buen dibujante y acuarelista, se había hecho maestro de obras en Barcelona y se convertiría en Zaragoza en ayudante de Ricardo Magdalena y en jefe de bomberos. Incluso, como le sucederá a su hijo, llegó a ser profesor en la Escuela de Bellas Artes. Por tanto, debió contagiarle la pasión por la arquitectura, y su madre, Anacleta Corralé, culta, más bien conservadora y aficionada a la ópera, le transmitió sus gustos. Francisco de Paula Mariano de Guadalupe José fue monaguillo y cantor del coro; poseía una voz de barítono que le llevó a cantar “Marina”. Este fervor religioso, que evolucionará hacia el agnosticismo y un buen conocimiento de otras religiones (sabía versículos del Corán y elogiaba el budismo y a los lamas), le llevó a marchar de casa a los quince años con la intención de alistarse con los carlistas. Pasaba los veranos en Tarragona y estudió en el Politécnico de Nuestra Señora del Pilar. Cuando se desplazó a Madrid para realizar la carrera de Arquitectura, ya había hecho sus primeros escarceos al dibujo y a la acuarela, con el Puente de Piedra y el Pilar como fuente de inspiración. Allí, además de aprovechar su estudios, fue voluntario de bomberos y debió de entrar en contacto con la política y con la masonería, en la que “militó” desde 1916 –a través de las logias Constancia 16, bajo el nombre de “Fidias”, con los hermanos Alcrudo o Francisco Campos Pellegero, “Hermes”, y de la logia Moncayo- hasta su fusilamiento en Valdespartera, el dos de octubre de 1936. Recuerdan Martín Saenz y Lorenzo en un cuidado catálogo, en el que también participan Jesús Martínez Verón y Pedro Navascués, que le interesaban la fotografía, la ópera, el teatro, y que practicaba boxeo, esquí, natación y gimnasia sueca. También era muy aficionado a las máquinas, en especial a las locomotoras; al parecer llegó a manejar el tren de Tarragona a Mora de Ebro, y realizó las duras faenas del fogonero.
Se casó con Pilar Gayán en 1913 y se instalaron en la que había de ser su residencia y su estudio en el Coso 135. Tuvieron dos hijos, Francisco y Ángela. Y ella recordó así el piso con amplios balcones: “… unas escaleras lúgubres; un despacho o salón para recibir, un comedor-cuarto de estar, y el dormitorio principal dando a la fachada; un cuarto inferior frente al de mis padres era mi dormitorio, una habitación con tableros para 2 ó 3 delineantes, y los servicios, cocina, etc. en la parte inferior…”. Francisco Albiñana, que hubo de enfrentarse con calma a la contrariedad de que su hijo se hiciese falangista, adoptó al vástago de un amigo masón que falleció en 1917: le dio una completa educación hasta que obtuvo el título de aparejador. Era un defensor a ultranza de los métodos pedagógicos, se opuso a un intento de incendio de la Seo en medio de desórdenes callejeros con una arenga a los manifestantes y también era un tanto socarrón: propuso, medio en serio, medio en broma, que los masones firmasen no sobre “La Biblia”, como era lo habitual, sino sobre “El Quijote”.
En 1915 se presentó a las elecciones municipales por Izquierda Republicana y fue elegido, aunque no quedan demasiadas huellas de su paso por el consistorio. Se sentía próximo a la UGT –en cuyos salones pronunciaría en 1928 una famosa conferencia, donde dijo: “El trabajo es el único medio para hacer una patria grande y respetada”, o “Construcción, en su sentido elemental, quiere decir ordenación de elementos. (…) Para que una construcción sea arquitectónica, a la solidez debe unir la belleza”-, y siempre defendió al obrero, hasta el punto de que era conocido como “el arquitecto de los pobres”, porque no sólo fue el profesional que más viviendas hizo –“más de la mitad eran suyas”, se nos recuerda- en un periodo tan corto de tiempo, sino que incluso les regalaba los planos y los ayudaba hasta con sus propias manos.
En ese sentido, Albiñana fue uno de principales artífices de la expansión de la ciudad hacia los barrios del Arrabal, Venecia-Torrero, San José y Las Delicias. Realizó un viaje a Rusia y publicó en “La Voz de Aragón” sus cautelosas “Impresiones de un arquitecto zaragozano después de un viaje a Rusia”, que, a pesar de ser suaves y mostrar tan sólo la fascinación por el metro de Moscú, activarían la represión contra él, junto a su militancia masónica, que nunca disimuló. Poco después de iniciada la guerra civil, fue arrestado, desoyó los consejos para que se marchase en su veloz vehículo Avion Voissin,y ya en prisión recibió las visitas de su esposa y su hija. Fue interrogado y torturado, su mujer removió Roma con Santiago, y tal vez lo habría hecho de no haber llegado un nuevo gobernador a Zaragoza, y finalmente fue ejecutado. El parte médico anunció que había fallecido a causa del manido y eufemístico parte: “fractura de cráneo y hemorragia interna”. Dicen sus biógrafos que recibió una bala en la frente y que se despidió del mundo con una sonrisa en los labios.
RECUERDOS DE SU HIJA ANGELITA
La vida es una fuente constante de revelaciones. Angelita Albiñana ha recuperado de golpe, como en una película vertiginosa de la memoria, los mejores recuerdos de su padre, el arquitecto Francisco Albiñana (Zaragoza, 1882-1936). La doble exposición en el Centro Mercantil y en el Colegio de Arquitectos, que se prorroga hasta el cuatro de febrero, ha sido como un agasajo inefable y una victoria contra el olvido. Esa mujer, elegante y octogenaria, ha recuperado viejas emociones, recuerdos que había arrumbado en su estricta intimidad mientras repasaba el álbum de familia. Su padre la llevó alguna vez a reuniones de la UGT o en ese coche Avion Voissin, que pintó de verde; la adolescente le advirtió que cualquier día los animales del campo iban a pensar que era algo comestible. Y fue testigo de excepción de una experiencia familiar dolorosa, que sólo mitigó la bondad y el sentido liberal del arquitecto. Francisco Albiñana, socialista próximo a Indalecio Prieto y masón de la logia Constancia, vio como su hijo, tras hacer el servicio militar como voluntario en Madrid, se alistaba en Falange. Lejos de disuadirlo, le calzó las espuelas, lo abrazó efusivamente y le dijo: “Aunque es posible que nos encontremos frente a frente, cumple con tu deber en todo momento”. Más tarde, en la hora más amarga de su existencia tal vez, el 2 de octubre de 1936, Angelita fue a visitar a su padre a la cárcel de la calle Ponzano, sin sospechar que aquella era la despedida. Y supo que el hombre que iba a ser fusilado al día siguiente en Valdespartera (bromeó acerca de la falsa ejecución de “Tosca”), les dijo a sus verdugos: “No me disparéis a la cara que mi hija nunca ha visto un cadáver y no me gustaría que me recordase con la cara deformada”. Al día siguiente, o quizá el mismo del adiós inesperado, lo vio con un disparo en la frente y una tímida, “triste” sonrisa en la boca.
2 comentarios
Enrique -
S. del Molino -
En cualquier caso, y pese a tus esfuerzos, Antón, la memoria de Albiñana sigue demasiado escondida. Una pena.