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Antón Castro

EL ORDENADOR Y EL MAR (CUENTO)

EL ORDENADOR Y EL MAR (CUENTO)

El verano es la mejor estación para cazar. Es el tiempo de la prisa, de la lasitud, de la confusión. Como buen depredador, sabe que hay lugares idóneos para sobrevivir: siempre hay una mochila al acecho, una cámara de fotos distraída. Cambia de sitio continuamente: un día va a la estación de autobuses, otro acude a la playa, al Prat o la estación de Sants. Allí se da cuenta de que Barcelona es cada vez más un territorio de mestizaje, un trabalenguas multirracial.

         Hay gente que anuncia en su rostro perplejo que el mundo le sobrepasa o que no está habituada a llevar bultos. La detecta de un vistazo. Así distinguió a su presa: con su chaqueta azul en el verano insoportable, los periódicos, una cartera de mano y la negra funda de algo que podría ser un ordenador portátil. La siguió con cautela, como una sombra invisible, y vio cómo se desesperaba con los teléfonos. No le funcionaba ninguno. La acompañó al andén a una distancia inocente. La víctima dejó sus bártulos sobre el banco y bebió un botellín de agua; confiado, se dio la vuelta y lo arrojó a la papelera. Era su oportunidad: percibió que era el instante decisivo del zarpazo. Cinco segundos después, el ordenador había desaparecido.

         Tomó el taxi con la calma habitual: había sido un golpe magistral y sencillo. En casa, sin ansiedad, abrió el aparato. Lo conectó a la red; comprobó que tenía dos antivirus y algunas fotos, firmadas en mayúsculas rojas por un tal Patricio Julve. De inmediato, un terrible golpe de mar le impidió reaccionar, y un oleaje furibundo lo arrojó al suelo. Ni siquiera tuvo tiempo de darse cuenta de que había robado a un escritor. Sus últimos libros --“Marinos y mujeres”, “Los grandes cetáceos y los poetas” o “La vida secreta de los océanos”— seguían allí, dentro, con toda el agua del mar, con toda la furia de la espuma. 

*Una foto, tomada en Brasil, de Elliot Erwitt. 

 

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