A GOLPES DE PICO: LA MUERTE Y LA NIEVE*
Andrea Maria Schenkel vivió de joven en un pequeño pueblo de Baviera e intuyó, más allá de la paz y el sosiego, un clima enfermizo, una tensión soterrada, una violencia que parecía aliarse con el rencor. Regresó un tiempo después y la gente la acogió como una reaparecida de la familia: le contaba historias de toda índole, le hacía confidencias casi impúdicas e inesperadas. Años antes su propia abuela, como si le narrase un cuento de miedo o la instalase deliberadamente en una pesadilla de E. T. A. Hoffmann, le hablaba de Tannöd, ese lugar casi impronunciable en el que casi 80 años atrás se había producido un crimen horrible: los cinco miembros de una familia y su sirvienta habían sido asesinados de una manera terrible. A golpes de pico. Sin compasión alguna, ni siquiera con los niños. Andrea Maria Schenkel decidió retomar esa historia, que evoca espantosos recuerdos e imágenes en Alemania, y contarla de nuevo. Entre otras cosas, ese relato macabro tenía un final sin aclarar: nunca se había sabido quién había sido el monstruoso criminal.
“Tannöd, el lugar del crimen” (Destino, 2008; 166 páginas), traducida con eficacia por Carles Andreu, es un auténtico acontecimiento literario en Alemania. La publicó un sello minúsculo, ha vendido alrededor de 600.000 ejemplares y además es la primera novela de Schenkel, ha sido galardonada en abundancia y la lleva al cine el productor de “La vida de los otros”. Schenkel tenía mucho que contar, pero eligió un procedimiento netamente periodístico, de reportaje. Usa de cuando en cuando una neutra tercera persona que explica algunas claves de contexto y aclara pequeños enigmas, y luego da la voz a distintas personas, que estuvieron cerca del crimen y de la familia por distintos motivos: porque habían sido sirvientas de los Danner, la familia asesinada, porque eran amigos o familiares de algunas criadas, porque son profesores de la pequeña Anna Maria, o porque son el alcalde y el sacerdote, o los vecinos campesinos. E incluso hay un testimonio de un montador que acude a la casa a reparar una máquina agrícola y nota la soledad, el vacío aterrador, la ausencia de los Danner, y no llega a percatarse de que ya se ha producido el espeluznante homicidio.
Con ese método de la cámara fría, o del micrófono que recoge testimonios, avanza la narración. Y, sobre todo, conocemos mejor dos elementos fundamentales: la vida rural en la inmediata posguerra, tras el periodo nazi, y conocemos a una familia oscura y mezquina, que apenas se relaciona con los demás y que, cuando lo hace, suele mostrarse más bien desalmada. El patriarca Danner no tiene compasión ni con los vagabundos. No es que pretenda Schenkel justificar el crimen, ni mucho menos. La familia asesinada en 1928 también era así. Los testimonios también crean un halo de misterio, de terror, de incomunicación, de autoridad casi insoportable e incluso de incesto.
“A mí Barbara me caía bien y no sé nada de las historias que se cuentan de ella, no son de mi incumbencia. Si tuviera que hacer caso de todo lo que me cuenta la gente, figúrese, no me quedaría tiempo para nada más. Podría escribir libros, libros enteros, pero no es asunto mío”, dice uno de los personajes. Barbara es la hija del viejo Danner, que ha perdido el interés por su esposa (ésta se ha refugiado en un cerril catolicismo), y es la madre de los niños, atribuidos a distintos padres: uno al huido Vincenz y otro, probablemente, al campesino Hauer. Sobre Barbara, y sus amoríos y su ambición y su falta de escrúpulos, se concentran los rumores maliciosos, aunque también se sabe que los Danner tienen mucho dinero en casa, oculto en algún lugar. Esa certeza es la que lleva a entrar en “el caserón de la muerte” al buscavidas Mich, que asiste a los obscenos y grotescos rituales de la familia.Schenkel ha prescindido de detectives, investigadores o policías. Esa cámara fría, ese micrófono glacial oye las voces. Y todo funciona a la perfección. Todo progresa adecuadamente, con limpidez, con una penetrante carga psicológica, con una evocación que se desgaja del paisaje, de la nieve, de la soledad de los páramos, del olvido. Se ha comparado esta novela con “A sangre fría” de Truman Capote: la relación se ciñe al crimen, a la bárbara resolución final (a golpes de pico, incluido el bebé que está en la cuna), y el uso del procedimiento periodístico.
El texto de Schenkel es más breve, apenas 160 páginas y no vincula explícitamente a ningún personaje con los asesinos, o con el asesino (asunto fundamental en “A sangre fría”), aunque la escritora alemana también parece conjeturar un criminal.
“Tannöd, el lugar del crimen” es una excelente novela de género, con una original (o cuando menos no abundante) metodología narrativa, que posee tensión, emoción, espanto, y te deja con el corazón asustado y en vilo. Incorpora las plegarias de misa que son, en el fondo, las plegarias del pueblo que más que llorar a los difuntos llora por la incertidumbre de su propio futuro.
*Este artículo apareció el pasado jueves en el suplemento "Artes & Letras" de Heraldo de Aragón. Retrato de Andrea Maria Schenkel.
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