JONÁS TRUEBA LEE A IAN McEWAN
[Mañana no hay suplemento de Artes & Letras. El jueves anterior comentaba la novela Chesil Beach (Anagrama. Traducción de Jesús Zulaika) de Ian McEwan, una novela que me impresionó por el soberbio retrato de los personajes y por la maestría para contar los estados de ánimo, la atmósfera y, sobre todo, llevar la acción a su antojo sin que decaiga el interés. Uno de mis comentaristas favoritos, de cine y literatura, es desde hace algún tiempo Jonás Trueba, que debutará en el cine con un largo dentro de unos meses. Jonás alimenta un blog en los dominios de El mundo, además es editor, guionista y futuro cineasta. Y es, sobre todo, un magnífico espectador, un estupendo lector. Copio su nota sobre esta deliciosa novela de McEwan.]
Leí Chesil Beach (Anagrama) de Ian McEwan en dos sentadas. Tiene la apariencia de una novela menor o de transición, pero creo que es todo lo contrario. Yo soy fan de McEwan desde que leí El inocente hace años y seguí entregado a la causa con Jardín de cemento, Niños en el tiempo o Primer amor, últimos ritos. Pero confieso que después necesité descansar de la inquietud y la angustia que me producían estas lecturas, y me perdí su etapa más intelectual, la de Amsterdam, Amor perdurable o Sábado. Ni siquiera leí Expiación, la de más éxito de crítica y público. Su versión cinematográfica me defraudó tanto que ahora sólo rescataría la novela en busca de lo que la película sugiere y no sabe contar.
Así que me he reenganchado a McEwan con Chesil Beach, que es una novela ligera y profunda, triste y placentera. Pocas veces se apuesta por concentrar una historia en una escena de un solo acto que se dilata hasta lo insospechado, en un gesto, una nota sostenida, y me gusta y admiro a los narradores que son capaces de hacerlo, en la literatura o en el cine. Aquí la escena consiste en una pareja de jóvenes recién casados, metidos en una habitación de hotel en su noche de bodas. Son torpes, ingenuos, vírgenes… y viven en la Inglaterra puritana de principios de los sesenta, antes de los Beatles y todo lo que vendría después.
Me hizo pensar en 4 meses, 3 semanas, 2 días, la película del rumano Critian Mungiu, que comparte con Chesil Beach una asombrosa capacidad para retratar una sociedad represiva sin apenas mostrarla (ambos dramas transcurren en una habitación de hotel). Al igual que Mungiu, a McEwan le gusta contextualizar para hablar de cosas que nos afectan hoy. Y decide hablarnos de cómo el amor se viene al suelo cuando no somos capaces de expresar nuestros sentimientos, de esa pelota que se va haciendo más y más grande por el rencor acumulado de las cosas no dichas.
Creo que hay que ser un gran escritor para viajar de la cabeza de un personaje a la del otro con tanta facilidad como lo hace McEwan, sin siquiera saltar de párrafo, manteniendo la distancia justa del narrador y haciendo que sean siempre los personajes los que hacen avanzar la historia. Muchos escritores tienden a despreciar la trama, se olvidan de construir bien sus historias y se refugian (y hasta se relamen) en “su literatura”. Les haría falta un buen guionista que les hiciera de Pepito Grillo. Pero no es el caso de McEwan, un gran novelista que sabe contar historias como sólo los mejores guionistas saben hacerlo.
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