HA MUERTO EL GUIONISTA RAFAEL AZCONA
[Acaba de morir Rafael Azcona, en realidad murió hace dos días, pero la familia lo ha confirmado ahora. Padecía cáncer. Él siempre ha querido pasar inadvertido. Pasar por la vida, con su lucidez maravillosa, pero sin llamar demasiado la atención, sin molestar. En los últimos años, he coincidido varias veces con él. En el verano de 2006, después del homenaje a Julio Alejandro, en mi vieja Serena granate, con poca calefacción, lo traje a él, con José Luis García Sánchez y Luis Alegre, a comer a Zaragoza, a Casa Hermógenes. Acaba de reeditar Los europeos, una novela en la que hablaba de su juventud zaragozana… Una década atrás, en uno de esos días imborrables, que contaba y recreaba mejor que nadie, y que contó y recreó mejor que nadie, antes y después del entierro de Julio Alejandro, hablamos de su vida y de sus misterios, de su arte y de sus amigos, desde Ferreri y Rossi a Berlanga, a los pies del Moncayo. Aquella vez me quedé admirado por ese hombre sencillo: era el talento puro, la inteligencia, la humanidad, el ingenio chispeante, la capacidad de observación, y era sobre todo el interés por lo humano. Creo que fue entonces cuando hablamos por primera vez de fútbol, en concreto de aquel Boszik húngaro, que debió inventar la figura del medio centro con la legendaria Hungría. Rafael Azcona sabía de todo. Y animaba cualquier charla: era una lección de vida, una enciclopedia directa de humanismo, de sensibilidad y de cariño. Le apasionaban Galicia, los viñedos de José Luis Cuerda, las novelas de Fernández Flórez, algunos libros de Manuel Rivas (adaptó La lengua de las mariposas, adaptó El bosque animado, ambas para Cuerda) y Rosalía de Castro. Escribió algunos de los mejores guiones del cine español: El verdugo, Plácido, Ay, Carmela (adpatación de una obra de Sanchís Sinisterra), y siendo un genio indiscutible jamás se dio importancia alguna. Ni siquiera para morir. Copio aquí, como nota urgente, las palabras que escribí en mi blog el 17.06.2006.]
HUESCA, 17.06.2006
Rafael Azcona (Logroño, 1926) es una de esas personas felices que se han aburrido poco en la vida. Como Julio Alejandro Castro Cardús (1906-1995), que ya dijo en 1988 que no se había aburrido ni un cuarto de hora, tal como recuerda Emilio Casanova en su documental “Julio Alejandro: un mar de letras”. Ha escrito casi cien guiones, muchas novelas, inventó al repelente niño Vicente y conoció en un tiempo lejano la Zaragoza de Ambos Mundos, el Tubo, el Plata y el Oasis, algo que reaparece en la novela “Los Europeos”, que ha reescrito por completo para Tusquets. Más tarde, fue un bohemio divertido que intentaba abrirse camino en el viejo Madrid de la posguerra, que “fue interminable y una auténtica fábrica de castración mental”. Frecuentaba los cafés, coincidía con los grandes creadores de un país a la deriva, y seguramente oyó decir alguna vez a Jardiel Poncela, a ver al taciturno dramaturgo: “Ahí está Buero Vallejo, que en paz descanse”.
Azcona hizo películas para Marco Ferreri, Berlanga y luego para casi medio mundo; en los últimos años forma un pareja de hecho para el cine y para las tertulias con José Luis García Sánchez: ambos, de aquí para allá, exhiben su sentido del humor, el caudal de historias y anécdotas, y además se divierten haciendo películas. Azcona es uno de los hombres más modestos, geniales y apacibles del mundo. En eso también se parece a Julio Alejandro. No presume de nada, no mixtifica nada. Sostiene que el trabajo del guionista se termina en cuanto entrega el texto: luego el libreto pertenece por completo al director. Lo mismo decía Julio Alejandro: él entregaba sus diálogos a Buñuel, que les daba a la vuelta como a un calcetín.
En los últimos años, desde distintos frentes se ha iniciado la reedición de las novelas de Azcona: son crónicas de la posguerra, historias de seres humanos que buscan aliviar la represión a través del amor y del sexo. A Rafael solo le interesa la gente. Es un contador que escucha. Es un fabulador que sabe oír. Y lo más hermoso de él es que mira la vida desde casi los 80 años con la serenidad de quien no tiene ningún resentimiento y de quien sabe que el triunfo más hermoso es el de la alegría. Por eso está radiantemente joven.
30.10.06. POZOBLANCO
Y por allí, en los Encuentros Literarios, organizados por Antonio Rodríguez Jiménez y Serafín Pedraza, anduvieron también, entre otros, dos personajes que son ya medio zaragozanos: Rafael Azcona, que conoció como nadie el Tubo zaragozano y le dedicó algunas páginas en “Los europeos” (Tusquets, 2006) y David Trueba, que tiene en Zaragoza y en la casa de Luis Alegre su segunda residencia en la tierra. Félix Romeo conversó con ellos y los tres provocaron risas, emoción, pálpito de inteligencia y conocimiento. Una noche, de retorno al hotel, me ocurrió algo que me parece digno de un cuento: le canté “Negra sombra” de Rosalía de Castro a Azcona, una pieza que conocía muy bien por múltiples razones: su adaptación de “El bosque animado” o de “La lengua de las mariposas”, pongamos por caso.
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