EL ARAGÓN DE SAURA, EN LA EXPO 2008
Carlos Saura redescubre Aragón
El director apuesta en su documental o sinfonía audiovisual para el Pabellón de la Expo por los paisajes más exuberantes, la jota y los tambores de Calanda.
Carlos Saura (Huesca, 1932) es un creador que no cesa. Siempre maneja dos, tres o cuatro proyectos simultáneamente, y los realiza con facilidad, con entusiasmo, con una pasión que tiene algo de hiperactividad apacible. Desde hace algunos meses ha estado trabajando en un ambicioso documental de paisajes y tradiciones etnográficas para el Pabellón de Aragón. “Ese audiovisual, que me resulta muy difícil de explicar, ya está prácticamente montado”, dice Saura, y se proyectará en ocho grandes pantallas de doce metros de largo por siete metros de alto que taparán toda la primera planta. Esas imágenes, “entre las que dominan los paisajes”, se reflejaran las grandes columnas o “prismas” que sostienen el edificio y que estarán recubiertas con láminas reflectantes, con la idea más o menos metafórica de que el visitante se sienta envuelto y acunado por el Aragón “tan cambiante y hermoso” que ha captado Carlos Saura.
El realizador explica: “Conocía bien Aragón, claro, pero a veces lo había visto desde el punto de vista del turista y ahora, en cierto modo, he redescubierto mi propia tierra. Hemos grabado muchas, muchísimas horas. Lo verdaderamente difícil ha sido el montaje, la elección de imágenes. Yo habría querido hacer una obra más personal, con mayor experimentación, pero hubo un momento en que me pregunté: ‘Pero, ¿qué quiere ver la gente?’. Y realmente no me he atrevido a hacer algo más mío, más rupturista”. Carlos Saura asegura que ha contado con un equipo excepcional, que ha estado muy bien asesorado en todo momento. La naturaleza es la gran protagonista de la pieza de quince minutos. El equipo ha visitado, entre otros lugares, Bujaruelo, Ordesa, Loarre, Huesca, Calanda, Bielsa, los Mallos de Siglos, San Juan de la Peña, el monasterio de Piedra y distintas ubicaciones de los Monegros.
“No se verán muchos edificios ni tampoco pueblos. He querido huir de eso, aunque sin renunciar a una carga etnográfica en ocasiones. Por supuesto que salen lugares emblemáticos como San Juan de la Peña o Loarre. Me ha resultado especialmente emocionante recorrer Loarre o los Pirineos en helicóptero. A mí me apasiona la fotografía, tomas unas cuantas instantáneas de esos lugares, las ves y dices: ‘qué bonitas’. Pero la percepción que se tiene desde el aire es increíble. Hemos capturado imágenes muy hermosas de Loarre desde todos los puntos de vista. Tienes las sensación de que el castillo crece o se mueve ante tus ojos”. Carlos Saura dice que han rodado con cámaras digitales, a veces llevaban dos, tres o cuatro, pero también rodaron con una sola, como ocurrió con la jota de Miguel Ángel Berna. “Hemos seguido el Ebro y hemos rodado en Mequinenza, Caspe y Fayón; nos hemos detenido especialmente en los Monegros y en la Hoya de Huesca. El documental puede definirse como un ‘sinfín’ de quince minutos. En Teruel hemos rodado un poco menos, hemos escogido pocas cosas –agrega el director de “Iberia” o “Elisa, vida mía”-. Lo que más me ha sorprendido del trabajo es ver cómo cambia el terreno. Es evidente. Del sur al norte hay cambios vertiginosos de luz, de paisaje. Aragón posee una naturaleza variada y cambiante”.
Una jota zen
En el documental no hay actores o puesta en escena, salvo en dos incorporaciones muy queridas por el director, y vinculadas con la música: la jota y los tambores de Calanda. “En el documental, la música es muy importante. Importantísima, como en todas mis películas. Por eso hemos querido incorporar una jota, no una jota mística como dije el otro día un poco exageradamente, pero sí una jota escueta, un poco zen, sí, con la que pretendo resaltar la calidad del baile y de la interpretación. La baila Miguel Ángel Berna”. Miguel Ángel Berna ya había colaborado con el realizador en “Iberia”, donde nació una complicidad especial.
Insiste Saura: “Yo quería que grabásemos una jota limpia, de una gran pureza, inmersa en la tradición. Y escogí para ello a un músico de un talento extraordinario como Roque Baños, con el que he colaborado en ‘Goya en Burdeos’ o en ‘Iberia’, entre otras películas. Es el músico perfecto para lo que yo quería hacer. Y él ha escrito una jota no tradicional exactamente, contemporánea, en la línea de lo ha hecho Shostakovich con el tango, pero la pieza tiene nuestro ritmo”. Carlos Saura quiso ser bailaor y se presentó en las clases de la Quica. Ésta lo aceptó, “eres delgado y tienes buena planta. Vamos a ver qué es lo que sabes hacer”, le dijo, pero tras la prueba, su consejo fue bien distinto, demoledor: “Miro, hijo, es mejor que te dediques a otra cosa”.
Calanda, Buñuel y el desvelo
Carlos Saura había visitado varias veces Calanda, antes de rodar “Peppermint Frappé” (1967). Ha contado que en su primera visita se quedó a dormir en su coche, alejado del pueblo, pero aquellos “tambores de duelo, tambores de guerra” no le dejaron dormir. “Estuve en distintas ocasiones en Calanda, varias veces con Luis Buñuel. Lo he recordado estos días atrás al repasar mis fotografías, las fotografías que tomé entonces: muchas de ellas ya eran en color. Lo que no recuerdo es haber visto la rompida de la hora; no sé si antes no se hacía, al menos de modo tan espectacular, o si llegué tarde”.
Carlos Saura confiesa que una de las cosas que más le sorprendió fue ver a una sobrina de Luis Buñuel tocando el tambor, algo muy inusual en los años 60. “Hasta entonces no había visto a ninguna mujer hacerlo, o por lo menos había muy pocas, y fue esa imagen insólita la que sirvió de base para la película donde Geraldine Chaplin tocaba el tambor en ‘Peppermint Frappée’. Este año la impresión ha sido muy distinta: la mujer ya está incorporada y a veces tienes la sensación de que toca casi tanto o más que el hombre”. Carlos Saura recuerda que aquella estampa femenina le había resultado “misteriosa y erótica”, a la que acompañaba el sonido único de los tambores de Calanda. Esa escena y otras fueron su homenaje a Buñuel, a quien dedicó la película. “Por eso he vuelto. ¡Cuánto ha cambiado todo!, pero persiste el encanto, la fuerza y el misterio”.
El documental se ha montado en una nave de Sevilla. Falta por grabar, con orquesta sinfónica, la música que ha escrito Roque Baños, y la edición definitiva. Carlos Saura revela un deseo, un sueño, tal vez un proyecto en marcha: “Tenemos tanto material, de una calidad estupenda, que nos gustaría montar un documental más extenso cuando pasase la Expo”.
Primer viaje a Calanda
En el prólogo del volumen “Calanda. Un sueño de tambores”, Carlos Saura recuerda esta anécdota: “Cuando fui a Calanda por vez primera, recibí un fuerte impacto sonoro y emocional. Conocí entonces a los familiares de Luis Buñuel que conservaban el caserón familiar en la plaza del pueblo y que siempre fueron muy afectuosos conmigo, y tuve la oportunidad de tocar uno de los grandes tambores. Con gran sorpresa y ante mi ineptitud me encontré envuelto en el aturdidor sonido de cientos de tambores y comprendí hasta qué punto ese ritmo continuado, rítmico y persistente podía ser hipnótico hasta envolverte en un ambiente sonoro, único e inolvidable. Era como si estuvieras enganchado a una droga que te aturdía y excitaba, hasta el punto de que no te dabas cuenta de que tenías los nudillos de los dedos ensangrentados de su roce con el cuero del tambor”.
*Pabellón de Aragón de Daniel Olano y Alberto Mendo, donde se va proyectar el trabajo de Carlos Saura.
5 comentarios
Raul -
Chavi -
Isabel Calvo Cebollero -
Carlos Moliner -
PILAR VICENTE -
Muy Bonito