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Antón Castro

POR LA LECTURA, CONTRA EL CANON*

POR LA LECTURA, CONTRA EL CANON*

*[El escritor, profesor, traductor y crítico literario José Giménez Corbatón publica hoy este artículo en Diario de Teruel, donde colabora asiduamente. José presentaba el pasado martes su extensa novela Licantropía (Huerga & Fierro), centrada en el escritor francés Petrus  Borel, narración de la que ya hemos dado cuenta otro día. Es autor de libros como El fragor del agua, Tampoco esta vez dirían nada, La fábrica de huesos o, entre otros, El hongo de Durero.]

 

POR LA LECTURA, CONTRA EL CANON

 

Por José Giménez Corbatón

 

 

         Se puede leer estos días en Internet un inteligente artículo del escritor José Luis Sampedro titulado “Por la lectura”. Lo escribe contra la intención de la SGAE de hacer pagar a las bibliotecas, siguiendo no sé qué directrices europeas, un canon de 20 céntimos por cada libro que presten al usuario. El dinero iría a parar al autor o autores del volumen. Sampedro evoca la figura de un Maestro Nacional de Aranjuez que, en 1931, ya a punto de jubilarse, creó una biblioteca en su escuela, con libros propios y donaciones, abriéndola incluso los sábados. Gracias a esa iniciativa, muchos niños y adultos –el hoy escritor formaba parte de los primeros- conocieron a los clásicos, desde Dickens hasta Karl May.

         Sampedro describe también otra experiencia insólita de animación a la lectura, la de la biblioteca de atención al paciente de un hospital valenciano, iniciativa que ha merecido el premio del gremio de libreros. A continuación se pregunta que, si en la vida se paga a cambio de obtener algo o por ser objeto de una sanción, ¿qué obtiene una biblioteca pública si el libro ya ha sido pagado a sus artífices? ¿O es que hay que sancionar el acto de impulsar a leer? ¿Y los autores? ¿No han cobrado ya sus derechos cuando la biblioteca ha comprado el libro? ¿No puede ocurrir que alguien acabe comprando un libro que ha leído en una biblioteca porque el libro le ha gustado y quiere que le acompañe el resto de sus días, sirviendo así el préstamo bibliotecario de publicidad para el autor? ¿Acaso vende menos el autor que es leído en una biblioteca que uno cuyos libros no solicita nunca nadie en préstamo?

         Añado yo: ¿gana menos un autor de best-seller porque algunos lectores tomen prestados sus libros? Y, si prestamos los libros de nuestra propia biblioteca privada a amigos y familiares, ¿estamos delinquiendo a ojos de la SGAE?

         Por desgracia me temo que este tipo de medidas encuentre apoyo en muchos escritores deseosos de vivir tan sólo de la pluma, olvidando que en España son muy pocos los que lo consiguen, y que dicha especie –repito, muy escasa- lo hace a costa de unas determinadas condiciones, a saber, multiplicando sus actividades supuestamente literarias en mil campos que no son el de la elaboración estricta de su obra, o zambulléndose en lo mediático sin sonrojo alguno. España es un país donde una buena parte de la “celebridad literaria” –sí, entre comillas, pues no me gustaría que se confundiera la labor lenta y callada del creador con otras salsas de preparación rápida- la alcanzan sujetos televisivos que se fingen letraheridos, o supuestos letraheridos que se convierten en sujetos televisivos. Y mi temor se debe a que la SGAE no es la única en ocuparse de esos órdagos. Me han pasado hace poco una revista editada por una asociación de escritores aragonesa –revista subvencionada por el Departamento de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de nuestra Comunidad- en la que se hace publicidad informativa de CEDRO, una entidad encargada de cobrar derechos reprográficos a mayor alimento de autores y editores. Allí se dice que la entidad cuenta con más de once mil autores y más de mil editores. No me extraña que haya tantos libros que apenas lleguen a las mesas de novedades de las librerías.

         Por supuesto que me uno a la proclama de José Luis Sampedro en contra de la cuota sobre el préstamo bibliotecario. Pero quiero añadir que me parece un freno a la lectura tan grave como el que él menciona el hecho de no poder hacerse –legalmente- una simple fotocopia de un libro o de un periódico. Contaré sólo dos casos que he vivido en mis propias carnes. Hace poco apareció en el diario de mayor tirada en el ámbito nacional una magnífica historieta de Andrés Barzi –de su serie semanal Tres en uno. En ella se animaba, con mucha gracia, a leer a los clásicos –Kafka, Homero, Cervantes o Shakespeare- antes que a los autores de best-seller –con mención expresa al tufo templario y otros adláteres. Me pareció que valía la pena disfrutarla y comentarla con mis alumnos de literatura en el Instituto de Secundaria donde trabajo. También pensé que si la reproducía en el propio centro, donde sólo tenemos fotocopiadora en blanco y negro -¡faltaría más!-, la historieta perdería atractivo. Así que me fui a una tienda de reprografía dispuesto a sacudirme el bolsillo con tal de pasar un buen rato con mis chicos. Pues bien, imposible: una amable señorita con bata blanca me dijo que el periódico tenía copyright, algo así, entendí yo, como un cinturón de castidad, a juzgar por el tono del que se sirvió la señorita para frenar mis impulsos. Mujer, le dije, cómo no va a tenerlo si es el periódico más famoso del país. Pero una canita al aire no hace mal a nadie. Ni hablar, me respondió y miró hacia otro lado. Casi hizo que me sintiera sucio. Mis chicos se quedaron con Barzi en blanco y negro, aunque hice pasar el original de mesa en mesa, como un fruto prohibido.

         Hace ya unos años, me invitaron a dar una charla a alumnos universitarios: tenía que hacer comentario de textos de uno de los relatos de mi último libro. Intenté no quedar como un memo y preparármelo a fondo –eso de comentar un texto de uno mismo me parecía un reto complicado. Decidí que lo mejor era fotocopiarme las páginas del libro que contenían el relato para poder subrayar palabras con colorines, escribir en los márgenes, apuntarme toda clase de cosas y de ocurrencias que me ayudaran a mantener un discurso más o menos fluido e ingenioso sobre lo que había querido hacer o decir con aquel cuento que había escrito un par o tres de años atrás. ¡Otra vez imposible! De nada me sirvió enseñar mi carné de identidad, intentar poner la misma cara que en la foto de la contraportada, para que se viera que era yo, y que me daba igual pagar por reproducirme a mí mismo, y que no quería que nadie me devolviera un porcentaje de mi propio desembolso, oiga, que no me chivaré ni a la SGAE ni a CEDRO ni al sursum corda. No hubo manera humana. Me tuvo que hacer las fotocopias el conserje de mi instituto, que me miró como si me estuviera volviendo  chaveta dado mi interés repentino en reproducirme a mí mismo.

         Creo que, si de verdad queremos fomentar la lectura, no tenemos que ponerle zancadillas a la difusión del libro, sea cual sea el soporte. Al escritor debe satisfacerle que le lean, incluso si le leen gratis. Quizá la clave está –ya lo he apuntado antes- en que el escritor no viva en primer lugar de su escritura, sino de otra cosa. Sólo entonces escribirá por una necesidad ineludible y desprovista de intereses espurios, y disfrutará compartiendo con los lectores el resultado de su catarsis creadora. Cobrar por ese trabajo es, por supuesto, importante –todo trabajo merece esa dignidad-, pero no lo primordial. Se supone que al verdadero escritor le mueven, ante todo, otros motivos de mayor aliento que el pecuniario.

*La foto es de Curtis Moffat.

 

 

5 comentarios

cheap jordans -

Aprender español puede ser divertido. ábrete sésamo.

Inde -

Nadie está en contra de los derechos de autor, que cada cual negocia como puede con la editorial que le publica. De lo que se trata aquí es de cuestionar los "peajes" abusivos que se imponen, por parte de algunas entidades de gestión, en nombre de esos derechos...

El señor Giménez Corbatón (qué poca categoría muestra quien hace juegos tontos con los nombres de la gente... y de paso esconde el suyo) expone su postura con argumentos. El Sr. Abedul coge el rábano por las hojas.

abedul -

pero ¿el señor corbatín no es profesor de literatura? ¿y por qué no da las clases gratuitamente? con lo maravilloso que es contagiar la pasión por la lectura. pero él no, él cobra por ello. ay. estos comunistillos son como los curas, que nunca predican con el ejemplo

Inde -

La campaña contra el pago por el préstamo en bibliotecas lleva rulando dos años o tres, sobre todo en internet, y me temo que va a tener que seguir peleando bastante más, porque la cosa está cruda. Cuánto me ha gustado el artículo de Giménez Corbatón, y qué de agradecer es que lo escriba un autor de varios y buenos libros...

Quien quiera sumarse a la campaña contra el pago en bibliotecas, y estar bien informado de todo este asunto, puede consultar esta página web: http://noalprestamodepago.org/

También recomiendo, si me permites, la página contra el canon digital en general, que casi basta, para saber que es buena, el hecho de que le moleste a CEDRO (que vaya que si le molesta, se puede comprobar en su página, que no enlazo, hala, pero que ddice que "manipula a la ciudadanía y actúa en contra de los consumidores y usuarios", toma ya): http://todoscontraelcanon.es/

Finalmente, y si os queréis reír con una historia sobre este tema llevado al absurdo, podéis visitar esto: http://pierrenodoyuna.blogspot.com/2007/03/propuesta-de-canon.html

No es tema para tomárselo a risa, pero sí para no dejarse tomar el pelo. Hagamos notar, solamente, un matiz: para referirse a la labor de los escritores y editores, CEDRO habla de "industria de contenidos"...

Antonio Serrano Cueto -

Como animal de biblioteca que soy por razones sobre todo laborales, he firmado cuanto ha caído en mis manos en contra de este estúpido canon. Me sumo ahora a tu proclama y a la de Sampedro.