ROSENDO TELLO: FRAGMENTO DE "NATURALEZA Y POESÍA"
El azar de mi nacimiento
Luna hermosa de agosto, que llegas ahora remontando los cerros, muy ajena ya de un tiempo, pero dentro del tiempo. Tú, gloriosa y ciega señora de la noche inmemorial, ilumina la noche de mis sueños y ayúdame a recordar los lances más salientes de mi tierra, de mi vida y de los nombres de unos seres adorables que me fueron tan queridos y se fueron un día para siempre. Sedme también propicias vosotras, mis amadas estrellas.
Nací en Letux, un pequeño pueblo de la provincia de Zaragoza, nombre sagrado que pronuncio siempre cerrando los ojos. ¡Letux! El embrujo de su fonética, tan poco habitual y tan extraña, me ha acompañado en todo momento, pues, además de pronunciarlo, yo necesitaba escribirlo en el aire, si me hallaba de pie, y con los pies, si me hallaba sentado. Es una manía nerviosa que quizás exigiría explicación psicoanalítica. Pronuncia-mos un nombre querido y equivale a pronunciar el nombre de la mujer amada, singularizándolo desde el arrobo que nos produce su mención, tan distinta a la provocada por otros nombres. El amor se afianza con el nombre de todo lo que amamos.
El hechizo del nombre, por otra parte, singulariza a Letux, dada su íntima cerrazón aguda, frente a la abertura plana de casi todas las poblaciones limítrofes del mismo campo comarcal. Islote hermético y mágico a cuya pronunciación y conjuro el río se detiene, parpadea el cielo, se ilumina una umbría o salta una fuente. Aunque decir Letux, así lo quiere un poema mío, quizás sea decir simplemente Letux, con la equis colgada como una araña de los cielos de mi infancia. Sonido y sentido prendidos en la urdimbre que tejió la araña del destino.
Nací un 19 de enero de 1931, bajo Capricornio, signo del que heredé doble naturaleza: una que mira al abismo de las aguas y otra a la altura de las montañas. Capricornio se inicia en el solsticio de invierno, abre las puertas del año y gesta el trabajo lento de la vegetación en las profundidades del sueño de la tierra. Sueño que me permite recordar lo que mi madre contaba de mí. Decía que yo dormía tanto que pensaba si no estaría muerto: “¿No estará muerto este hijo?”, y me observaba con vigilante preocupación. Buena manera, la mía, de matar el tiempo devorador, en retracción hacia mi concentración ensimismada. Mi signo está regido por Saturno. Me gustan las asociaciones saturnianas que me relacionan con la edad de oro, la del héroe civilizador y el cultivo de la tierra, y las saturnales, fiestas que celebran las inversiones temporales, históricas y sociales.
Me alumbró mi madre en el palacio del Marqués de Lazán, donde había nacido también mi hermano mayor, Emilio. En el palacio, antes de nacer nosotros, se habían habilitado unas viviendas por las cuales se pagaba un alquiler. Mis padres, al no disponer de casa propia, se instalaron en un pabellón majestuoso, en el extremo y a la izquierda de la puerta que da acceso al palacio, si se la contempla desde el centro de la plaza principal. La puerta del palacio era gigantesca y todavía campea, sobre el arco que la ciñe, el escudo en alabastro del Señorío, convertido después en emblema de Letux.
Parece que mis padres ocuparon una vivienda en la planta baja; desde ella se accedía a un enorme corralón, en el que correteaba una parvada de gallinas, con una cochiquera para cebar cerdos. Yo siempre creí que mi alumbramiento había tenido lugar en nuestra casa de la calle Mayor, hoy calle Mínguez, e incluso había fantaseado sobre mi venida al mundo en una alcoba, gruta me parecía, dentro del dormitorio de mis padres. Mi madre, con motivo del desplazamiento de la vivienda del palacio a la casa de la Calle Mayor, relató los avatares de mi nacimiento, con mi consiguiente desencanto: no, yo no había nacido, según creía, en la casa de mis padres.
El choque fue brutal. Sentí que el suelo firme en que había transcurrido mi infancia se resquebrajaba y que yo me hundía en él. La conmoción fue profunda, como si se me hubiera comunicado que mis padres no eran padres biológicos sino padres putativos. Yo era un árbol que había sido arrancado de su medio natural para ser trasplantado a un medio extraño. Haber nacido en una casa desconocida, habitada antes y después por otros inquilinos, por muy palaciega que fuera, debilitaba mis raíces familiares, me despersonalizaba y me convertía en un ser al que le fallan los fundamentos esenciales.
Tal ambivalencia de raíces, la creencia segura de pertenecer a un lugar, ser desposeído de él y haber de crecer desde entonces en una tierra que nos es extraña y ajena por naturaleza, en más de una ocasión me empujaría a reflexionar sobre mi condición de habitante extranjero en tierra de nadie. Con el tiempo la impresión traumática producida por la revelación de mi madre se curó o más bien hice que se curara, hasta retraerse a las capas profundas del inconsciente. En mi libro Fábula del tiempo, el poema que lleva el número II del título general, “Letux”, se inicia con los siguientes versos: “Yo nací en una casa/ de adobes luminosos”, en clara referencia a la casa de mis padres y no a la casa del palacio. Aún estaba yo lejos de sentir las preocupaciones que, al cabo de no muchos años, me habían de producir, no los sucesos de mi nacimiento, sino el abandono y las ruinas del hermoso palacio donde me nacieron.
El paso del tiempo cicatriza las incisiones del alma y hoy contemplo el acaecer de mi nacimiento a otra luz simbólica: haber nacido en un palacio no confiere titulación de clase o abolengo, pero robustece la conciencia de saber que hasta una historia personal puede insertarse en un plano de revelaciones intemporales. Mi madre, al relatar las circunstancias de nuestra vida en el palacio, destacó otros acontecimientos que yo también ignoraba y que, a pesar de exponerlos al modo de un suceso natural, me causaron fuerte impresión.
Naturaleza y Poesía. Memorias (1931-1950). Rosendo Tello. Prames. 2008. 340 páginas. [La fotografía es de Virxilio Vieitez].
4 comentarios
Niggerman -
Entiendo que resulta sano discernir una cosa de la otra. Quienes participan en este blog (como en casi todos, esto es común) parecen usarlo, básicamente, para dejar caer sus opiniones amistosas sobre los temas y las personas. A modo de peña virtual, vaya. Y digo yo que eso está bien, pero que las opiniones en un blog deberían ser también de otra índole, ¿no?
mayusta -
Fernando -
Niggerman -