Blogia
Antón Castro

RÍO ABAJO / FUEGO EN EL CIELO.1

RÍO ABAJO / FUEGO EN EL CIELO.1

 

[Ayer inicié en Heraldo-Expo una colaboración con el título de Río abajo. José Antonio Melendo me ha escrito anoche, me ha contado una espléndida travesía nocturna con el fotógrafo Javier Burbano, y me pide que cambie el título de la sección por el de Río bravo. Por una vez, no le hago caso. Cuelgo el texto completo y pongo una preciosa foto de José Antonio Melendo de la Torre del Agua de Enrique de Teresa y del ingeniero Julio Martínez Calzón. Todos los textos van a estar protagonizados por ese fotógrafo amateur, separado, con dos hijos…: Manuel Martín Mormeneo.]

 

Fuego en el cielo

 Manuel Martín Mormeneo se define a sí mismo como fotógrafo y un mirón apacible que se enamoró un día de la hospitalaria Zaragoza. Aquí se ha quedado a vivir. Se siente un hombre de suerte. El pasado viernes, la periodista y presentadora Pilar Estopiñá lo invitó a su programa en directo en ZTV. Pilar, que se sobreponía al cierzo desde una de las terrazas del Centro de Prensa, ese edificio elegante y prístino de Basilio Tobías que evoca el universo de la Bauhaus, quería que le contase a sus espectadores cómo veía un fotógrafo la Expo: qué reclamaba su curiosidad, qué fotos había tomado, qué edificios constituían sus mejores imágenes. Martín Mormeneo disfrutó inicialmente del entorno: visitó a los periodistas de todos los países, subió y bajó escaleras, pero lo que realmente le seducía era cómo iba cayendo la noche, cómo el cielo se volvía cárdeno y cómo una media luna de pan se colgaba del mimbre metálico del Pabellón de Aragón. Martín Mormeneo le dijo a Pilar Estopiñá que había disparado desde el otoño de 2004 alrededor de 87.300 fotos y que tenía un auténtico diario visual de la transformación de Ranillas, de los accesos a la ciudad y de la recuperación de las riberas. Antes de demorarse en la pasarela del ingeniero Manterola, dijo que sus lugares favoritos eran el jardín con ranas junto al Ebro, próximo al puente de la Almozara (se atrevió a decir que había sorprendido una nube de terciopelo en los ojos de los anfibios de Arrudi y Bayo), y la pasarela oriental de madera en la desembocadura del Huerva en el Ebro, “refinada como el tránsito de un jardín japonés”. Tras los discursos, la danza “El gozo del agua” y el himno de Julio Mengod, que le sonó a sintonía con una efectista guitarra moderna en medio, Martín Mormeneo le dijo a Pilar que aquella era una noche inolvidable, el principio de la felicidad. Se volvió hacia la Torre del Agua, que tenía ese brillo trémulo, casi irreal y azulenco, de los sueños. Y de repente, el cielo empezó a henchirse de estruendos, de color, de arabescos de luz. Abajo, la gente miraba con expectación y arrobo. Martín Mormeneo se acercó a Pilar y le musitó al oído: “Hasta hoy, nunca me habían gustado los fuegos artificiales”.

0 comentarios