EL MOMENTO DE ORO DE LUIS ALEGRE
DISCURSO AGRADECIMIENTO MEDALLA DE ORO DE SANTA ISABEL
Excelentísimas autoridades, familiares, amigos y bienvenidos a esta hermosa iglesia. Tenían razón Carlos Forcadell y Antón Castro cuando ahora me decían que resultaba curioso que reciba esta medalla al lado de mis garitos nocturnos favoritos de los años 80, La Ópera, La Marioneta y El Oasis. Si entonces me hubieran dicho que hoy iría a recibir aquí la Medalla de Santa Isabel de Portugal, hubiese creído que alguien me estaba tomando el pelo.
Muchas gracias en primer lugar a José Antonio Acero por su cariñosa semblanza y muchas gracias a la Diputación Provincial de Zaragoza por haberme considerado para un reconocimiento tan distinguido. Es un placer estar en compañía de personalidades de la altura de Vicente González Loscertales, Bruno Catalán Sebastián, José Manuel Paz Agüeras y Miguel Plou Gascón. Enhorabuena compañeros
Llevo casi 28 años en Zaragoza y, esta Medalla la percibo como un momento de oro en mi historia de amor con esta tierra. Y eso que el remoto comienzo de esta historia no fue precisamente feliz. Cuando yo tenía 5 o 6 años y vivía en Lechago y Calamocha, para mí Zaragoza era una especie de ciudad mítica por una exclusiva razón: en Zaragoza jugaba el Real Zaragoza. En Zaragoza vivían mis héroes de entonces. Recuerdo muy bien la primera vez que viajé a Zaragoza con mis padres y hermanos. Veníamos a la Basílica del Pilar, a la boda de mi prima Maribel. Pero si a mí me hacía ilusión venir a Zaragoza era, sobre todo, porque yo creía, ingenuamente, que en cualquier momento me podía tropezar con Marcelino o con José Luis Violeta. Me pasé el día de la boda mirando de un lado a otro, por si de repente aparecía por allí uno de ellos. Pero no sólo eso no sucedió sino que, encima, el viaje me sentó fatal, me mareé en las endiabladas curvas que tenía aquella carretera y tuvimos que parar el coche varias veces para que yo vomitara.
Superado el chasco de la primera vez, el resto de mi relación con Zaragoza ha sido, está siendo, excelente. Y no sólo con la ciudad de Zaragoza que, es directamente, mi casa. Hay otros muchos lugares de esta provincia asociados a instantes magníficos que casi siempre tienen que ver con el cine. Entre mis 12 y mis 14 años residí con mi familia en las afueras de Fuentes de Jiloca, donde me recuerdo por sus montes escuchando en Radio Zaragoza a Paco Ortiz glosando las gestas de Arrúa, Diarte o Perico Fernández. Me recuerdo años después en Sos del Rey Católico, con Alberto Sánchez, Luis Berlanga, Alfredo Landa, José Sacristán, Fernando Baldelloú y Pascual Peiró en el rodaje de La vaquilla; me recuerdo en Fuentes de Ebro, en la Semana de cine con José Antonio Aguilar y Cristina Palacín. Y con Cuchi, Carlos Pérez Anadón, Roberto Fernández y Asunción Balaguer el día en el que María Pilar Palacín, la entonces concejala de cultura de Fuentes, decidió dedicarle una calle a su ídolo, Paco Rabal; me recuerdo en Bulbuente, con Julio Alejandro y Agustín Sánchez Vidal; me recuerdo en Monegrillo con Bigas Luna, Penélope Cruz, Javier Bardem, Jordi Mollá, Anna Galiena, Chema Mazo y Stefanía Sandrelli; me recuerdo en el Monasterio de Veruela con José Luis Cuerda, Antonio Resines y Alfredo Landa en el rodaje de La Marrana; me recuerdo con Carlos Forcadell enseñándole el pueblo viejo de Belchite a Perico Beltrán; me recuerdo en la comarca de Calatayud, con Fernando Fernán Gómez, Antonio Banderas, Ana Gracia, Alejo Lorén, Ramón Pilacés y Gabriel Latorre en el rodaje de Réquiem por un campesino español y con Terele Pávez y María José Moreno en el de El aire de un crimen; me recuerdo en Cariñena, con Julio Medem, Carmelo Gómez y Emma Suárez en el rodaje de Tierra; me recuerdo en Alfajarín, con Antonio Resines y el grupo de amigos de Ignacio Martínez de Pisón en el rodaje de su Carreteras Secundarias; me recuerdo aquí, en Zaragoza, con Miguel Ángel Lamata en el rodaje de Una de zombis y con Antonio Artero y José Antonio Labordeta y su hija Ana en el rodaje de Biografía interior; me recuerdo en Fuendetodos, con Joaquín Jimeno, Roberto Sánchez, Carlos Saura y Maribel Verdú en la casa natal de Goya; me recuerdo con Genoveva Crespo, Carmen Puyó y Lola Campos tratando de enseñarle a Jorge Perugorría el acento aragonés para que hiciera de Goya; me recuerdo con Imperio Argentina y José María Pemán y Luis María Garriga en Borja y en La Almunia de Doña Godina. En realidad en La Almunia me recuerdo con mucha gente. Aunque será difícil de olvidar aquel día en el que un chico de allí, de la Almunia, en un bar, le lanzó a Maribel Verdú uno de los piropos más divertidos que he escuchado en mi vida. Le dijo: "Hala maña, que si tú fueras mi madre, mi padre dormiría en la escalera".
José Antonio Acero se refería a mi admirado Antón Castro cuando me retrataba como alguien que hacía honor a su apellido. Sí, puede ser verdad. Pero mi tendencia a la alegría nace de una rotunda convicción: la vida puede llegar a ser muy borde, muy cruel y muy fea y no hemos de desaprovechar ninguna ocasión para atrapar y celebrar cualquier destello de bondad, de belleza, de afecto, de humor o de inteligencia.
Mi patria es mi memoria y los lugares, las cosas y las personas que me emocionan y logran sacar lo mejor de mí mismo, que me hacen pensar que la vida merece la pena. Entonces, como Lechago, Calamocha o Aragón, Zaragoza es, desde luego, una de mis patrias más queridas.
He interpretado que me habéis concedido este premio por algo que, de verdad, no creo que tenga demasiado mérito: tratar de contagiar mi amor por los lugares, las cosas y las personas que han contribuido a ser como soy. Al final, no he hecho otra cosa que tratar de contagiar las pasiones que me transmitieron cuando era niño. Mi abuelo Pedro fue quien, además de enseñarme a jugar al guiñote; me enseñó a leer; mi padre Alberto fue el primero que me habló de Luis Buñuel, Miguel Labordeta, José Luis Violeta, Alfred Hitchcock, Billy Wilder, Baltasar Gracián o Ingrid Bergman; mi madre Felicitas fue la primera que me habló del incomparable valor de un amigo y la primera también a la que le escuché cantar una jota que decía así: "Segadora, segadora, // qué aborrecida te ves; // todo el día en el rastrojo // y aún agua puedes beber".
Ha dicho también José Antonio Acero que tengo recuerdos innumerables de mi padre. Cierto. Uno de ellos, especialmente eufórico, es el de mi padre, abrazado a José Luis Melero, saltando de alegría por el Gol de Nayim. Estoy seguro que, desde su forofismo zaragocista, le haría mucha ilusión saber que aquel compañero de alegría, José Luis Melero se ha convertido en Consejero del Real Zaragoza. Y, desde luego, le haría mucha gracia comprobar que José Luis Violeta, el héroe de mi infancia, me ha aceptado como amigo y que esta tarde me honra con su presencia en esta Iglesia.
Gracias a todos los que habéis venido para arroparme en un día tan especial. Vosotros sois a los que me refiero cuando hablo de esas personas que me hacen mejor. Gracias a mis queridísima Ana Álvarez, que ha tenido el detallazo de venir desde Madrid y perderse un concierto de Amy Whinehouse por acompañarme. Y gracias, cómo no, a mi madre, hermanos y sobrinos, a Felicitas, Salvador, Carmen y Pablo y Pablo y María y Adrián. Ellos son mis grandes cómplices.
Me gustaría acabar con una frase que mi padre me dijo hace ahora seis años, en el año 2002. Estábamos jugando al guiñote con mi madre y, en un momento dado, como quien no quiere la cosa, me dijo algo que estos últimos meses no hace más que darme vueltas por la cabeza. Me dijo, mi padre: “Tranquilo, hijo, ya verás cómo en Segunda División también podremos ser felices”.
* La foto pertenece al archivo de Aragón Televisión, donde Luis Alegre dirige las conversaciones jugosas de "El reservado" en la noche de los lunes.
3 comentarios
Emilio J. -
mayusta -
Te he dejado de querer
porque tú ya no me quieres.
Pero si tú lo quisieras
te querría hasta la muerte.
¡Felicidades, Luis!
ana a. -