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Antón Castro

CRÓNICAS DE LA EXPO / 1

CRÓNICAS DE LA EXPO / 1

Estuve ayer en la Expo, en el Día de Garrapinillos. Llegué hacia las cuatro y media en una tarde especial. Preciosa y otoñal, con el cielo bordado aquí y allá de azul oscuro, cárdeno. Zaragoza adquiría un aspecto especial: pugnaba con la tormenta, erizaba sus tejados y sus aleros. La paserola con su imponente mástil de trasatlántico desmigajaba sus hilos de sedal en el aire eléctrico. En el Pabellón de Zaragoza actuaba el gran Marianico el Corto: seducía, inventaba chistes sobre japoneses, sobre maridos y mujeres, desmigajaba pequeños microrrelatos llenos de picardía. Marianico el Corto es un tipo simpático que domina perfectamente el escenario. Congregó a numeroso público y provocó hilaridad y esas pequeñas complicidades que amenizan cualquier sobremesa. Habla en román paladino y se le entiende todo. Luis Felipe Alegre me dijo: “Es de los pocos que hacen muy bien su trabajo. Creo que con el finado Eugenio, es de los que dominan perfectamente este registro con honestidad y chispa”. Luego me tocaba a mí. Rendí un pequeño homenaje de 28 minutos a Garrapinillos. No es fácil actuar, y mucho menos si lees, después de Marianico. Él deja el ambiente tan bien, que igualar eso resulta difícil, casi imposible. Invité a Luis Felipe a leer un texto sobre José Ramón Arana, donde hago hablar al gran escritor, en realidad a su fantasma, que lamentaba la demolición de la casa donde nació en 1905. Allí, en el Pabellón de Zaragoza, adornado con piezas de arte de numerosos artistas (me gustó especialmente la obra de Jesús Sus sobre el Parque de Atracciones), apareció Pocho y nos regaló el catálogo de 70 obras de artistas aragoneses que se exponen cada quince días en el recinto.

Luego, Luis y yo dimos una vuelta por una de las avenidas, visitamos la librería de Cálamo, París y Central, compré el libro “Manuscrito retornado a Zaragoza” (hoy Rebeca Cartagena, R.C.L., le dedica una bella página completa en Heraldo: las espléndidas fotos son de Félix Bernad y Daniel Marcos, los textos de Francisco Vallés, un novelista secreto, y también hay textos de Juan Älberto Bellch, Ramón J. Campo, Túa Blesa y Juan José Arenas; edita Tierra Ediciones), y oímos a Ian Gibson, que habló de la relación entre Lorca y el agua. O mejor dicho: habló de la presencia del agua en Lorca, al que definió como el mayor ecologista de la literatura española con Antonio Machado. Gibson recordó la relación del poeta con las fuentes: Fuentevaqueros, donde nació, Fuente Rubio donde vivió, y el barranco de Víznar, al lado de la Fuente de la Lágrimas, donde fue ejecutado. Y luego organizó su discurso en torno a algunos términos clave como surtidor, carmen, el río Darro (y en menor medida el Genil), la inundación, etc. Estuvo brillante: la conferencia resultó bella e intensa. La presentación del escritor corrió a cargo de Emilio Ruiz Barrachina, que glosó su trayectoria. El acto, organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores con Magdalena Lasala a la cabeza, tuvo lugar en la Tribuna del Agua, donde trabajan ahora Jorge Barluenga, Miguel Lobera y María Torres-Solanot, entre otros.

Cuando empezaba a caer la noche, apareció Daniel y Pippi Tetley y subimos a uno de los balcones de Zaragoza, hasta que amablemente nos dijeron que no se podía avanzar más, que todo lo que veíamos delante de los ojos estaba vedado al paso, salvo que fuésemos de protocolo. La vista era realmente estupenda: Zaragoza parecía una ciudad de ensueño, tachonada aquí y allá de luces y sombras, y vanos de oro que parecía abrir la tormenta. La línea del horizonte de la Expo es extraordinaria, muy sugerente: un arsenal de formas, colores, crestas y cristales que centellean hacia el cielo como un torrente de claridad y de ilusión. Entramos en el jardín de los tapices de la CAI, que es uno de mis espacios favoritos. Siempre vuelvo a él: me encanta pasear, aspirar su fragancia, oír la lenta y apacible melodía del agua, me encanta esa idea de los jardines verticales. Volveríamos a entrar luego con dos amigos de Daniel: Javier Lafuente, que trabaja en Telemadrid y será el jefe de producción de la primera película de Jonás Trueba, Todas las canciones hablan de mí, que se empezará a rodar en septiembre, y con su compañera Ana Benavente, que trabaja en Acciona.

He visto muchos pabellones –confieso que aún no he podido ver el de Aragón, hay siempre tantas colas que me da la sensación de que no tengo tanto tiempo-. El que más me ha gustado, entre los nacionales, ha sido el de Extremadura: es realmente bonito y cautivador, está muy bien concebido y se le ha sacado la máxima rentabilidad a las nuevas tecnologías, a los aspectos interactivos y a la dimensión mágica del agua y su hábitat. Es fascinante poder tocar una pantalla sobre un pez y que este se amplifique, que puedas ver sus colores, donde habita, y donde está ese lugar donde navega. Es muy tentador poder oír a cualquier hora el canto del ruiseñor o poder percibir los olores que evocan una naturaleza agreste y húmeda. El olor más intenso, sin duda, es el del hinojo, como me hizo ver un amable anfitrión, acompañado por José María Moncasi, también conocido como Diego de Rivas. El hinojo es un arbusto mágico en Galicia: mi madre, en Navidad, siempre hacía castañas cocidas con hinojo. También me ha gustado mucho el de Castilla y León, con esas extraordinarias fotos del agua, en particular la obra de Ellen Kooi, y con esa pared de botellas de vino.

Entre los pabellones internacionales mi favorito es Marruecos. Lo tiene todo: es moderno y clásico, es elegante y límpido, da mucha información, ofrece el arte y la artesanía, las formas de vida, la belleza convulsa y colorida del país. Y además, curiosamente, tiene un rotundo aire europeo. La puerta, de factura mudéjar, de mezquita, es muy bonita.

*Foto de la fotógrafo holandesa Ellen Kooi, que puede verse en el MUSAC de León y que ha sido cedida para el Pabellón de Castilla y León.

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