RÍO ABAJO / 4. SINFONÍA CAMPESTRE
Justo cuando se cumplía algo más de un mes de la Expo, Manuel Martín Mormeneo pudo entrar en el Pabellón de Aragón. Disfrutó de su terraza con vistas. “Aquí empieza el primer tramo del viaje hacia la ciudad infinita que será Zaragoza”, pensó. Disfrutó de las frutas de la huerta de hule que se encienden por la noche, de esos ilusorios bosques donde se han insertado las espléndidas fotos de José Verón Gormaz, el cazador de neblinas y ponientes de melón y sangre. Retrasó hasta el último instante su visita a esa cámara oscura en la que se proyecta el audiovisual de Carlos Saura. Hay algo especial en ese recinto: ese amago de ríos y pozas en el suelo, la sensación de pradera o feria campestre en la noche, las seis instalaciones (Calero, Codesal, Langan, Prats, Roig y Torres), la impresión de sentirte hermano, cómplice y peregrino de tanta gente en un tránsito casi misterioso en el tiempo. Pero lo que le llamó la atención al fotógrafo Manuel Martín Mormeneo fueron las imágenes mismas, sin duda: el poema pintado en la piedra, las nevadas, Riglos de noche y enterrado en una penumbra de cuento al pie de sus gigantes de piedra, esa iglesia de Caspe encaramada que pugna contra la decrepitud y el olvido, los tambores de Calanda, la melodía incesante y blanca del agua y sus espumas, ese modo de trepar del castillo de Loarre que se enrosca en sí mismo y asciende, peldaño a peldaño, en el aire, el baile de despedida, y acaso racial, de Miguel Ángel Berna… Le conmovió ese paisaje de montañas, matizado por una jota en la que podría parecer que los campesinos dialogan de colina a colina. Qué intensidad, qué poderío del canto hecho melancolía en la tarde. Le pareció que todo era rotundo y bello, la evocación de un territorio en plenitud, el flujo de la emoción pura como única lección. Esa era la apuesta: la parte por el todo, la sugerencia antes que una explícita teoría del agua en Aragón. Y ese matiz, más allá de las imágenes, se lo otorga esa banda sonora de Roque Baños que atraviesa la sensibilidad y el corazón, y que desgrana, nota a nota, estilo a estilo, el inefable vínculo con la naturaleza, con la historia, con las flores del porvenir. Martín Mormeneo salió a la calle transido y con una única certidumbre: volvería, volverá a ponerse a la cola.
*Este texto apareció en la sección Río abajo, en las páginas de la Expo de Heraldo de Aragón, que coordinan Rafael Bardají, Enrique Mored y Esperanza Pamplona. La foto corresponde a la parte final del audiovisual donde baila Miguel Ángel Berna.
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Minerva -