EL MIÉRCOLES, UNA CITA CON LABORDETA EN EL PRINCIPAL
Hace más de treinta años, en la Universidad de A Coruña, oí por primera vez las canciones de Labordeta. Las ponían a cualquier hora dos alumnos de Huesca: Rafael Oliva Ballarín y Lucas Mallada. Estremecía aquella forma de cantar con garganta de trueno y vendaval. Un domingo de hace ahora 20 años, entrevisté por vez primera a Labordeta. Presentaba ‘Que vamos a hacer’, un disco que tenía un sencillo que sonaba mucho: ‘Joven Paloma’. Desde entonces seguí su trayectoria en toda su amplitud: los años de Teruel y ‘Andalán’, su obra poética y narrativa, sus incursiones en los viajes y en los libros de memorias, los nuevos discos que insistían en ese mar de amor que es la tierra y sus raíces, los mil y un proyectos que apadrinaba sin desordenar el bigote, su transformación en laborioso político de éxito.
Mis primeras referencias de Aragón fueron ‘Los magníficos’, Perico Fernández, La Romareda y el Ebro, pero quien empezó a darle consistencia y mito fue Labordeta: con él accedí a un mundo rural maravilloso y duro, a ese inmenso laberinto de historia. Luego, descubríamos a Goya, a Cajal, a Sender, a Pilar Bayona, fuimos descubriendo el paisaje y sus batallas de antaño, la vinculación con el cine, el menú inagotable de raros y visionarios de este solanar (desde Miguel de Molinos hasta Orensanz), y ahí, siempre, como un adalid del desierto, como una voz de pregonero que salta los montes de plomo, estaba Labordeta. Ahí estaba y está: es el hombre inmortal que pone clamor y coro a sus paisanos. El miércoles, en el Principal, Labordeta volverá a encender la llama de la emoción. Con pudor y sin lágrimas, cantará y llorará con todos.
*José Antonio Labordeta, en su casa, retratado por Pedro Hernández, uno de los estupendos fotógrafos del colectivo Anguila.
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