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Antón Castro

CON MONTSERRAT CABALLÉ

CON MONTSERRAT CABALLÉ

Montserrat Caballé se sienta cerca del piano y empieza a desgranar su vida. Detrás se ven distintos paneles del cuerpo humano, rostros, músculos y el aparato respiratorio. Sobre el suelo del escenario de la sala Luis Galve hay colchones y encima de cada uno una pesa. Montserrat disfruta enseñando, enseña a respirar, a modular, oye a los alumnos, está como iluminada ante ellos. La heroína de las heroínas se remansa en el laboratorio de sonidos ajenos. Cada sesión es como un contagio de ciencia de la voz y de la emoción. La misma que le transmitieron a ella Eugenia Kemény y Conchita Badía, que también le alumbró otro camino: el de la curiosidad, el de la búsqueda de partituras olvidadas, el del rescate de piezas enterradas en las bibliotecas o en los archivos. La soprano es una entusiasta de las obras completas de los compositores. Quiere saberlo todo: el anecdotario de cada pieza, los fuegos de inspiración, la armonía íntima de la música. Le apasionan por igual Wagner o los italianos, Verdi, Puccini, Bellini; debutó en Viena hace ahora 50 años. Poco después sucumbió al hechizo de un importante tenor: Bernabé Martí, natural de Villarroya de la Sierra. En ‘Madame Butterfly’, en A Coruña, se intercambiaron un beso nada teatral y allí empezó todo. “Él me llamó pesada. Al principio yo estaba más enamorada que él”, dice. También evoca a Maria Callas, a la que intentaba entender en las distancias cortas y en sus tragedias: la incapacidad de ser madre, el desamor, la soledad. Incluso compartían un dentista inglés, y Callas la designó su sucesora. Y luego asoma Zaragoza: sostiene que en el Auditorio “la música no rebota, fluye, se redondea”. Montserrat Caballé dice que apoya incondicionalmente a la ciudad –“está preciosa. Parece otra”- como capital cultural europea de 2016. Se ofrece: que cuenten con su canto.

1 comentario

mayusta -

Su presencia es un primer premio para Zaragoza. Hermosas tus palabras, Antón...