LAS MUJERES DE CANO
LAS MUJERES DE CANO
Esta tarde, a las 20 horas, en la Casa de la Mujer, José Luis Cano inaugura su exposición ‘Mujeres’, compuesta por 35 retratos de mujeres famosas del siglo XX: desde Marilyn y Ava Gardner a Isak Dinesen, Marquerite Yourcenar o Marguerite Duras hasta Pilar Bayona. Y Frida Kahlo. Y La Bella Otero. Y María de Ávila. Cano me ha pedido un pequeño texto. Este es el que aparece en el catálogo.
Para mí el nombre de José Luis Cano Rodríguez, Cano a secas, Canico, está asociado a dos cosas: a los carteles de las fiestas del Pilar, que ganó en varias ocasiones, y al periódico El día de Aragón. Antes de conocerlo, lo seguía y, a través de él, intentaba entender el humor somarda, directo, sin perfil, ese humor que usan los labradores, los pastores, los comerciantes, la gente de a pie y de a caballo, un humor que va directo al grano y que rara vez retrocede por temor a la mala conciencia o al complejo de culpa. Solo así se le puede decir a un presidente de Gobierno de Aragón en el bocadillo de una viñeta: “Pintas menos que Pichorras en Pastriz”.
Cano me ha parecido siempre un contador de historias y a la vez un creador conceptual o conceptista. Se educó con Gracián, con Buñuel, con Miguel de Molinos, con los pensadores de aquí de allá y, sobre todo, encontró su propio estilo a través de una suerte de revelación: los aragoneses ilustres, ilustrados e iluminados padecían esquizofrenia. Podía abrazar la noche y el día a al mismo tiempo, abrasarse en la ternura y la brutalidad, alternar el pragmatismo y el sueño, la aventura y la utopía, como si nada, y solían vivir en un ardiente conflicto de identidad. Cano luce otro rasgo decisivo: posee un sentido artesanal de su oficio. Es pintor, ilustrador, dibujante, filósofo y narrador en corto o en aforismo, le apasiona la glosa y el pastiche, y eso lo desarrolla con inteligencia y con su continua picardía, pero además lo hace manchándose las manos, enredando en el estudio, en los montes de Cuarte, en las afueras de Valdefierro o en el corazón del Moncayo. O jugando en el ordenador hasta que la noche se transforma en día y pesadilla. O hasta que su nieta le dice: “Basta. Basta ya, pesado. A jugar. A jugar conmigo”.
En todos estos años, Cano ha crecido. Quizá no de estatura, pero ha acabado por hacerse un artista casi infinito, casi ilimitado. Un gigantón del color, de los trazos y de la interpretación de las almas más aviesas. Es capaz de ser él mismo, rabiosamente él mismo y tal vez insondable (oscuro, sentimental, con un talento que desarma), y ser muchos otros: Picasso, Goya, los pintores de vanguardia, un clásico olvidado del Renacimiento o del Barroco. O quien se le antoje. Su propia curiosidad exalta su trayectoria, su erudición deslumbra, y tiene un don especial para el homenaje, la cita, el diálogo con el genio. Ahí están sus trabajos sobre Sender, Servet, Marcial, María Moliner, Goya, el conde de Aranda, Odón de Buen, Baltasar Gracián, Julio Alejandro, Avempace; ahí están sus caricaturas cubistas de Retratos imaginarios o de Aragoneses ilustres, ilustrados e iluminados, por citar algunos ejemplos.
José Luis Cano Rodríguez, Cano a secas, bebe en muchas fuentes. Sin desdeñar el magisterio de su padre. Cano es una factoría de creación y de invención. Y un amanuense del retrato. Desde hace muchos años, más de quince tal vez, ha trabajado una serie de Mujeres contemporáneas, anterior, muy anterior a las mujeres sitiadas de la Guerra de la Independencia. Al principio eran cuarenta; luego fue añadiendo otras, restó algunas, volvió a sumar, se enamoró de algunas diosas contemporáneas como Wislawa Szymborska. Cano siempre es impredecible. Le gusta sorprender, inquietar, desconcertar; le gusta que salgas de una de sus exposiciones un tanto perplejo, como si te hubieran propuesto un acertijo o un problema de cálculo de difícil resolución que te mantiene insomne tres noches completas. En sus retratos de mujer vuelve a dar lo mejor de sí: de entrada, ofrece una carga de profundidad. Retrata y atrapa una actitud, una forma de estar en el mundo, las huellas del tiempo y sus sombras, como sucede con Colette. Retrata y destapa el territorio sombrío y afanoso de una personalidad, como con sucede con Marie Curie. Mira a La Bella Otero y muestra su superficialidad, su amor al lujo, su pasión por el ornato y también su seguridad en sí misma, esa forma ostentosa de alegría. Mira y siempre encuentra recursos, peripecias, gestos, incluso tragedia o un aire de suficiencia, como podría sugerir esa Virginia Woolf que fuma en boquilla tan gustosamente, con esa clase tan espontánea como trabajada que no anticipa, creo, su suicidio.
José Luis Cano Rodríguez, Cano, también se muestra cómo es. Irreverente, agudo, políticamente incorrecto. Lo hace en su blog, en Heraldo de Aragón, en sus libros, en todo cuanto toca. Igual que hacían David Levine o Goya, es cómplice y crítico, es entrañable y sarcástico. Si entrevé un talante complejo lo muestra, con la crueldad justa, con una sinceridad mitigada. Cano es un enamorado de las mujeres. De eso no hay duda. Un soñador, un artista del deseo, un calígrafo de la belleza y sus rincones oscuros. Y a la vez un caricaturista. Por eso estos retratos contienen ironía, admiración y cariño. Son un tributo a la mujer, a su tarea intelectual, a su dimensión artística, a la conquista de la igualdad, a su constante batallar en busca de un lugar al sol. Si la pintura es estupenda, y lo es, variada y profunda, ¿qué vamos a decir de los textos? Cano es un ilustrado, un heredero de Ramón Gómez de la Serna y de Borges (y la idea no es mía: la acuñó hace años José-Carlos Mainer, que no es hombre proclive al halago gratuito), es ingenioso, divertido, y maneja como nadie el doble sentido y la brillantez. Parece un hijo descarriado de Duchamp. Su visión es como la flecha de Guillermo Tell: acierta de pleno en el corazón de la manzana que campa sobre la cabeza. Por ejemplo dice: “María Callas 1923-1977. Soprano estadounidense de origen griego, apodada ‘La Divina’, muy dotada para los papeles trágicos, tanto dentro como fuera de la escena”. O “Lou Andreas Salome, 1861-1937. Intelectual rusa que, habiendo sido musa de Nietzsche, amante de Rilke y discípula de Freud, no se consideraba ejemplo para nadie”. Así resume la vida de Pilar Bayona: “Pianista española, cosmopolita en su juventud y zaragozana en su madurez, murió atropellada por un coche cuando iba a ver a la Virgen”.
Así es Cano. Así son sus mujeres. Estas sombras, estos mitos, este arrebato de dignidad. Así nos enseña él a amarlas y a seguir su camino en la rebeldía, en la memoria y en la vida.
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