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Antón Castro

DIARIO DEL MUNDIAL / 24. LA VICTORIA

DIARIO DEL MUNDIAL / 24. LA VICTORIA

Andrés Iniesta, entre la épica y el éxtasis

 

España tuvo que pelear lo indecible para superar a una Holanda bien posicionada, correosa y experta en el contragolpe

España se corona en Sudáfrica con una generación deslumbrante que ama la belleza total del mejor fútbol

 

 

Andrés Iniesta, el futbolista del aire, el elegido de los dioses del fútbol, le dio el triunfo a España. Un triunfo agónico, peleado hasta casi el final de la prórroga, una victoria por la mínima, que confirma la calidad y la ambición de una generación deslumbrante que ha llegado más lejos de lo que nadie se podía imaginar: al Olimpo del balompié, primero en Europa y ahora en todo el planeta. Esta selección será recordada por su juego exquisito, por su querencia de balón, por una triangulación precisa y por esa imaginación inagotable que distinguió a la Hungría de Puskas y Bozsik, al Brasil de Pelé, a la Holanda de Cruyff, y a la Francia de Platini y Giresse. Y será recordaba, sobre todo, porque también a la hora de la verdad tuvo sentido épico. España ganó con la grandeza antigua del fútbol.

El partido fue tosco y trabado. España empezó muy bien: generó ocasiones de inmediato y dio la impresión inicial de que este era su partido. Iba a apabullar. Los holandeses, que buscaban la recompensa a tantos años del buen fútbol que trasvasaron al Milan o al Barcelona, y acaso a la propia España, estaban un tanto perplejos. Como desubicados. Como si la salida del rival y su abanico de pases en cortos, hilvanados con una regla de sastre, les metiera el miedo en el cuerpo. Era el momento de enmarañar el partido, y empezaron a hacerlo, especialmente con  ese peón táctico, incansable y duro, que es Van Bommel. Así, a trompicones, con faltas y un juego sucio tan eficaz como taimado, Holanda paró a España e incluso obtuvo una pequeña conquista: una tarjeta a Carles Puyol. España pasó de dominadora absoluta a dominada, o cuando menos perdió la inspiración, se encontró ahíta, falta de ritmo, proclive además al encontronazo. Holanda salía al contragolpe y en el centro del campo proponía un entramado de marrullerías y de marcajes pegajosos. Lo mejor fue el descanso. España se desorientó en los minutos finales de la primera parte: quedó huérfana de brújula y de plan de ataque.

En la segunda parte, el partido siguió la misma lección. España se buscaba a sí misma, buscaba el control del balón, el arrebato de fantasía, y se encontraba con una Holanda bien situada y cada vez más segura. Arriba, Robben abría huecos y practicaba su regate favorito y esa carrera de amagos que se remansaba al borde del área, cerca de la media luna. Desde ahí engatillaba, pero Iker estaba concentrado. Sabía que el título empezaba en él: las lágrimas finales serían la prueba. España siguió a la suya: buscaba la luz y encontraba la oscuridad. El choque era tempestuoso, con desconcertantes alternativas. El gol podía caer de cualquier lado. De repente, Del Bosque hizo dos cambios: uno, quizá sorprendente, Jesús Navas por Pedro (el canario se extravió desde el principio y nunca volvió al camino) y otro más sensato: Cesc por Xabi Alonso, que había buscado el gol desde lejos, como lo buscó Xavi a través de varias faltas o en saques de córner. En una ocasión, Sergio Ramos falló la ocasión más clara: le pareció excesivo copiar el testarazo de Puyol ante Alemania.

La prórroga adquirió los tintes dramáticos de un resultado incierto. El respeto al rival y el miedo a perder se adueñó de los dos equipos. España sería superior en la prórroga: Xavi volvía a mandar, Iniesta se estiraba por todos los sitios con esa clase admirable que sólo él posee. Se convirtió en la pesadilla de los ‘tulipanes’ y en el foco del público. El espectáculo dentro del espectáculo de la final era él. Y en esas discurría el partido, con un pie ya en los penaltis, cuando recibió un pase de Cesc. Un pase inteligente. Ese balón que enciende el volcán de la emoción y del éxtasis. E Iniesta no falló: selló el triunfo de un bloque, de una apuesta, de unos maravillosos años con un gol antológico e inolvidable. El gol del título. El gol del título más grande. El gol inefable del mago, del virtuoso dulce.

 *Este artículo lo he publicado hoy en Heraldo de Aragón, en contraportada.

2 comentarios

Marcos Callau -

Fue estupendo, memorable... nos queda un recuerdo para toda la vida. España respondió a la dureza holandesa con buen fútbol, clase y toque. Una gran victoria.

Montserraat Sala Porta -

Ahora lo comprendo, hasta el final no estaba segura de que fuera el artículo de un blogger. Por lo bueno, por lo profesional. Enhorabuena de todas formas