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Antón Castro

SE REABRE EL PASEO DE RAMÓN ACÍN

SE REABRE EL PASEO DE RAMÓN ACÍN

El Alcalde de Huesca, Luis Felipe Serrate, y en su nombre los concejales de Parques y Jardines y de Cultura, se complacen en invitarle a la inauguración del renovado paseo de las Pajaritas, en el parque Miguel Servet de Huesca, hoy viernes, día 16 de julio, a las 20 horas, en un acto que contará con presencia institucional y de la Fundación Ramón y Katia Acín.

 

Víctor Juan Borroy ejercerá de mantenedor y recordará algunos detalles emocionantes de Ramón Acín y de sus hijas.

 

 

Título: Recuerdos al margen

Autor: Sol Acín Monrás

Fecha: 5-11-1988

Origen: El Día de Aragón, Zaragoza

 

 

Por Sol ACÍN

Siendo niña y viviendo con mis padres sentí la necesidad un día de escribir algo, titulado «Mi casa». Mi padre anotó rápidamente una frase ‑ilegible para mí‑ en el margen del cuaderno, y después se lo pasó a mi madre.

Este frágil recuerdo puede resumir nuestra infancia.

Mi casa reunía todo lo que un niño con imaginación pudiera desear, y además estaba continuamente animada, sustentada y protegida por dos personas adultas, distantes y próximas, lo suficiente como para que el instinto de la libertad nos fuera naciendo dentro. Porque el estímulo y la actividad eran constantes y espontáneos, y estaban ofrecidos para que la respuesta fuera la adecuada.

Y efectivamente así ocurría.

Se entraba a mi casa por un «paso», o recibidor, después de repicar la campanilla ‑más grande y de sonido más grave que las usadas en la misa. Normalmente a oscuras, de él recuerdo un hermoso armario de madera noble con grandes puertas, que al ser abiertas mostraban la pared; un gran arcón sobre el cual brillaba el cobre de un quinqué, y entraba en movimiento un enorme cuadro de barquitas, trenes y figuras, en plena actividad de un puerto más o menos italiano. O la mirada de una virgen, dirigida misteriosamente al interlocutor tanto de frente como de costado. Durante mucho tiempo, y eso tuvo que ser siendo yo muy pequeña, estuvo la cabeza de Lenin impresa en una delicada tela que recuerdo rojiza, presidiendo la puerta de entrada. De allí se podía pasar al comedor, con un gran balcón a mediodía, «moricos» o morillos altoaragoneses cabalgando en las alturas, sillas de recto espaldar, mesa redonda de nogal, y espacio suficiente para organizar en el suelo batallas campales con bolitas de papel y los soldados de plomo de la infancia de mi padre.

Por uno u otro lado se llegaba al salón isabelino de cortinajes rojos, en parte exponente de una lejana fortuna familiar, pero también refugio de un pájaro musical en jaula dorada, instrumentos de música, mesitas filipinas y el piano de mi madre.

Por la izquierda se pasaba al «cuarto de los toros», cuyos cuadros mostraban el toreo en los tiempos de Goya y que se abría en una primera alcoba con cuartito ropero: misteriosos rincones y recodos para nuestros juegos.

Finalmente, abarcando toda la anchura de la casa, el estudio: el altar barroco a la izquierda haciendo de librería, varios tableros de dibujo en su mayoría llenos de libros y papeles, caballetes, bastidores de tijera para las carpetas, y en el centro el punto de reunión: divanes y sillones y la estufa de hierro en invierno, frente a la boca enorme de la alcoba de mis padres, de cuyo punto medio colgaba un gran espejo esférico.

Pero mi casa no acababa allí. Los niños necesitan aire libre y horizontes lejanos, todo lo cual nos lo proporcionaba nuestro famoso HORTAL, explanada rectangular donde las acacias y las hierbas crecían libremente, con algún que otro rosal y el cobertizo de mi padre para guardar el barro.

Alguna vez plantábamos cebollas para verlas crecer, y de un solar próximo colgaban las ramas de una higuera.

Se llegaba hasta allí por la calle del Aire, ventolera gélida en invierno, y durante las tardes de verano llegaba hasta nosotros, a través del balcón abierto, la música de Albéniz o de Mozart tocada por mi madre.

Todas las aventuras de Salgari cruzaron el Hortal, pero sobre todo colmó nuestra infancia la existencia del Fuerte Esperanza, cuyos asedios y peleas, en cualquier estación del año, se hicieron familiarmente famosas. Nuestro fuerte estaba bien claveteado, y era hermoso saborear a veces su oscuridad y su silencio.

Del conjunto de niños uno existía especialmente, que formaba un trío indisoluble con mi hermana y conmigo. Era hijo de Mariano Añoto, un amigo de mi padre muerto prematuramente, y su testimonio vivo, hoy, me ayuda a recordar momentos luminosos, como el de nuestro teatro en miniatura, con su escenario, telones, tramoyas, luces y personajes de cartón representando «El Mercader de Venecia», «Hamlet», «La Fierecilla Domada», y cuyas dramáticas voces salían por detrás de las cortinas. O el montaje del belén con figuritas de madera contemporáneas, que paseaban por un pueblo en fiestas y se subían al tiovivo.

Y las lecturas: cuentos de Ramón Gómez de la Serna con ilustraciones de Barradas, la colección Araluce, Julio Verne, o los libros de mitología, «La Montaña», de Eliseo Reclus, “A través de las misteriosas selvas y desiertos del Continente americano”, ... para verlos, tocarlos, hojearlos.

O los paseos:

«Recordarás algunas tardes, las más de las veces tardes de invierno, tardes frías en que vuestro padre se había ausentado de casa. Vuestra madre nos decía: ¿Vamos a la Alameda? Subiremos también a las Mártires.

Cuando iniciábamos el paseo, el sol, que en principio era amarillo invernal, poco a poco se tornaba turbio y frío.

La niebla surgía por el cauce del Isuela a borbotones, envolviéndonos con su gélido vapor, y pronto nuestros alientos empezaban a condensarse con fuerza.

‑A ver quién me coge‑ decía de pronto, y emprendía veloz carrera. Muchas de las veces, para cogerla, teníamos que cercarla. Su velocidad era asombrosa. Era joven, sana y fuerte.»

1 comentario

Marcos Callau -

En cuanto pueda me escapo por Huesca para ver el parque renovado.