CRISTÓBAL TORAL: AMPLIO DIÁLOGO
ENTREVISTA. CRISTÓBAL TORAL
“Soy un artista, figurativo y moderno, de mi tiempo”
Antón CASTRO
Cristóbal Toral (Torre-Alhaquime, Cádiz, 1940) es un gran trabajador. Un artista y un artesano del taller. Disfruta, investiga, y siempre está ahí, con el pincel en las manos, volcado con su obra. Es un pintor que destila el color y la memoria en el lienzo en una reinvención de la realidad. Ha encontrado un objeto que le funciona como una metáfora o un asidero: la maleta. Es como sus personajes solitarios, que esperan con más tristeza que otra cosa, el gran protagonista de sus lienzos: esos cuadros trabajados en la luz, en la atmósfera, en los detalles, en una idea de ilusión, y que quieren ser fieles a un doble principio: las leyes eternas de la pintura y el afán de pintar el tiempo en que se vive. En esta exposición, que tiene algo de antológica, recoge piezas de casi medio siglo de su carrera: desde 1975 hasta hace unos días, cuando terminó un impresionante díptico a la acuarela: una parte en color, y la otra en blanco y negro. Aquí hay lienzos, acuarelas y dibujos, y están todas sus series y muchos de sus cuadros fundamentales como ‘El tren’, ‘El paquete’, ‘El espejo’, ‘Mirando una fotografía’, ‘La llegada’ o, entre otros muchos, una pieza impresionante que acaba de culminar: ‘La colección moderna del archiduque. D’après de David Teniers’, que es un homenaje o una confrontación brillantísima con el famoso ‘El archiduque Leopoldo Guillermo en su galería de pinturas en Bruselas’ de David Teniers’: uno de esos cuadros que marcarán un instante de plenitud y de máxima inspiración, como lo ha marcado ‘La gran avenida’, ‘El desayuno’ o ‘Habitación del hotel de Saint Paul’. Se trata de un cuadro que no se ha visto nunca y en el que Cristóbal Toral ha dado lo mejor de sí mismo como pintor, como estudioso del arte y como un creador que se sabe a caballo de dos mundos: el débito con sus antepasados y la palpitante actualidad. El tiempo en que vivimos.
Empecemos este diálogo de forma poco original. ¿A qué se debe esa obsesión por las maletas?
Está muy vinculada a mi propia biografía. A mi entorno, a mi formación. Se tienen que dar algunas circunstancias especiales y en mi caso se dan. Piense que yo nací en el campo, en un pueblo de Cádiz, Torre-Alhaquime, que luego me trasladé a Antequera y que de ahí me fui a Sevilla a estudiar Bellas Artes, que me parecía muy lejana. Y luego, a mitad de carrera, me trasladé a Madrid. Se produjo una salida de viaje, que llevaba acarreado el equipaje, la maleta, la idea del tránsito... A la vez, en España existía la figura del emigrante. De ahí, de entrada, deriva mi obsesión por la maleta. En la Bienal de Sao Paulo de 1975 ya llevaba un cuadro muy importante en mi trayectoria: ‘El emigrante muerto’, dramático. Aludía a una época en la que yo había visto y había vivido toda la emigración que se producía hacia Alemania.
¿Cómo se convirtió en el tema central de su pintura?
De manera natural. Todo eso, apoyado en una filosofía más sedimentada y profunda, me lleva a percatarme de que la maleta es un símbolo del tránsito, del viaje, de lo que es la vida. Siempre digo que nacemos en un punto y morimos en otro, completamente distinto, tras acumular vivencias. Se produce una trayectoria que se recorre con el símbolo de la maleta. En medio quedan muchos puntos, itinerarios, desplazamientos, trayectos, sueños. Y ahí aparece de nuevo la maleta, como una motivación, una metáfora, como una alegoría. Como un elemento enigmático que contiene una historia no escrita.
Y de la maleta pasa a las habitaciones de hotel.
Al hotel, a las habitaciones de hotel, a esos interiores donde nos refugiamos en los viajes. El hotel es otro espacio de tránsito: te instalas, estás una noche y haces vida en él, aunque sea una vida breve. Y en el hotel hay personajes que están de paso, historias secretas, amoríos. ¡Quién sabe! También aparecen las sábanas, los interiores, que contienen muchos fragmentos de nuestra existencia. Aparece el desnudo: esas criaturas en soledad, casi perplejas, que se desnudan, que están casi siempre solas. La soledad es otra fijación, otra obsesión.
Curiosamente, se da una paradoja en su obra. Casi siempre aparece un personaje solo y son muchas o varias las maletas, lo cual da una idea de la multitud, de las multitudes y de la ausencia.
La aglomeración de maletas representa multitudes sin que haya aglomeración de personajes. Es interesante. Las maletas indican multitud: cada maleta pertenece a una persona. O han podido pertenecer a varias. En mi obra sí hay un personaje solo: es la mujer, en algún cuadro hay dos, con algunas salvedades claro, como ‘La gran avenida’, que hay una multitud de seres: es la crónica inacabada de una masacre. Es un cuadro inacabado que quizá no termine nunca y que es mi homenaje a la guerra de Yugoslavia.
Desde un punto de vista formal, estético, ¿qué le sugieren, que le ofrecen las maletas, por qué le gusta tanto?
Porque son de una gran belleza plástica. Hay maletas de cuero, de cartón, de tela; unas más cuadradas, otras alargadas, otras más redondeadas, con su etiqueta. No sabemos a quiénes ha pertenecido. La maleta tiene una historia secreta: qué ha llevado dentro, dónde ha estado, quién la ha usado, en qué trenes o autobuses o aviones ha viajado... Tiene una novela oculta. En la finca que tengo en Toledo hay tres naves enormes llenas de maletas. A veces me pregunto: “¿a quién ha pertenecido todo esto?”. No sé ninguna historia de la maleta. Los amigos, como ya conocen mi debilidad, me las dan y me dicen: “Esta perteneció a mi abuelo, a mi tío, a mi padre... Píntala bien”. Todas tienen una historia, pero plásticamente son de una belleza extraordinaria. Unas son marrones, otras grises, incluso yo mismo las pinto de colores para que tengan un color más puro. Insisto: las maletas poseen una gran plasticidad y ese es un concepto que se está perdiendo en el arte contemporáneo. Mis memorias se titulan: ‘La vida en una maleta’.
¿Qué tipo de realismo es el suyo?
Yo busco un realismo que trascienda la realidad. El arte es interpretación. Interpretación. Interpretación. Interpretación. Eso es lo que he escrito obsesivamente en un apunte a la acuarela: “El arte es interpretación”. No es la realidad: es otra cosa. Ya lo decía René Magritte, que estuvo muy iluminado cuando tituló su cuadro ‘Esto no es una pipa’. Claro que no era una pipa. Y esa interpretación se hace más sólida, más rica en matices y más expresiva cuando, sin ningún tapujo ni complejo, parte de la realidad. A la par pienso que en la realidad está lo más expresivo, lo más extraño, lo más poético y lo más extraordinario. Partir de la realidad es la mejor forma de enriquecer la interpretación. La realidad enriquece la interpretación del artista. Es una invitación a conquistar la belleza, una puerta de acceso.
¿Se siente entonces cómodo en la definición de pintor realista?
Yo me siento un artista figurativo más que un artista realista. Me siento más cómodo en ese término, que ofrece una visión más amplia, más libre para poder manipular la realidad. Mi obra siempre ha tenido una doble dirección: dialoga al 50 % con el arte clásico, con los antepasados, con la gran pintura del pasado, y con el arte contemporáneo, con las vanguardias, con la gran pintura que se hizo en el siglo XX y que se está haciendo en el siglo XXI. En una palabra, siempre he mirado hacia la modernidad. Soy, y siempre he querido serlo, un pintor figurativo moderno, de nuestro tiempo, soy tan vanguardista como el que más informalista o expresionista que haya en el panorama artístico. Me interesa la modernidad. Mi obra tiene ese acento y esa inquietud de nuestro tiempo.
¿Y el espacio, qué lugar ocupa en su poética?
El espacio libera a la pintura de la composición tradicional. Siempre he querido poner las cosas como ingrávidas, en una composición muy libre. Colocar manzanas que flotan en el espacio es lo más natural. Y no pasa nada. En el mundo todo flota, incluso nuestro planeta Tierra, que es inmenso y pesa mucho más que una manzana. En el espacio estamos flotando todos. Por lo tanto si pinto una manzana o un sillón o una maleta en el espacio es de lo más real. Ese descubrimiento de que todo flota en el espacio es muy importante para mí.
Ese descubrimiento, por decirlo así, es ya lejano en el tiempo. Usted fue el “pintor cósmico”, el “pintor astronauta”, ¿no?
He pasado por muchas etapas. Terminé la carrera de Bellas Artes en 1964 y saqué el número uno en mi promoción en toda España. Entonces me dieron el premio nacional de fin de carrera, me quedé de profesor auxiliar durante tres años, tuve becas del Ministerio de Educación y Ciencia, recibí dos veces becas de la Fundación March, pero no vendía ni un cuadro... Nada. Era una situación económica preocupante. Me dije: “Hay que hacer algo”. Me vestí de astronauta y paseaba por Madrid con él, y hablaba con los periodistas, embutido en el traje. Eso fue acojonante porque los periodistas empezaron a hablar del “pintor cósmico”... Como a mí el espacio siempre me ha atraído mucho, les decía: “no, no, señores, esto no es una extravagancia, es una coherencia. La ciencia y el arte van cogidos de la mano, y si los astronautas han subido a la luna yo tengo que hacer una pintura espacial, cósmica, ingrávida. Si yo me visto de astronauta es porque estoy haciendo un homenaje a los astronautas que han ido a la luna”. Aquello me dio una base para hacerme conocer, para que la gente hablara y la prensa también, y me fue bien. Me hice muy popular, me reclamaba la televisión. Recuerdo que Jesús Hermida me llamó en una ocasión para un programa y ahí tuve que romper un cuadro que era de la serie de ‘Los rotos’, de la que irán dos cuadros a la muestra; ese período duró tres o cuatro años. Esa fue la historia. La vida de un pintor siempre está llena de anécdotas.
Hablemos de sus maestros del ayer. Por ejemplo: Velázquez.
Es uno de los pintores más modernos que existen. En algunos retratos suyos te das cuenta de cómo abocetaba las manos de sus personajes, qué pinceladas tan intensas y sueltas a la vez. A veces analizas sus obras, ves cómo está tirada la pintura, y piensas que anticipa a Jackson Pollock. Es algo increíble. Qué valentía tuvo: enseñó al mundo el culo de una señora. Eso era inconcebible en esa época. Se adelantó a su época con un atrevimiento extraordinario, y sin ningún aspaviento. Y tenía, además, una capacidad casi inefable de concebir una atmósfera. Pienso en ‘Las meninas’: ¡Qué maravilla! Les he hecho mi particular homenaje en ‘D’aprés de Las meninas’, como hice con Goya en ‘D’apres de La familia de Carlos IV’.
¿Quiénes son sus otros maestros clásicos?
Velázquez, por supuesto, insisto, es muy importante para mí. Manet lo calificó como “el pintor de los pintores”. Es una referencia para cualquier pintor sensible; fue una referencia para Francis Bacon, por ejemplo. Y Rembrandt es otro de los monstruos, de los grandes. Tenía un talento especial para crear ambientes, grandes laberintos de sombra. Y luego Leonardo da Vinci, que para mí es el pintor y el ser más misterioso que existe. Es un pintor trascendental. Va más allá de lo humano. Posee misterio y profundidad. Llena la obra de contenido y de mensaje. Es para mí un pintor que no se acaba nunca.
También le he oído hablar muy bien de Van Gogh...
Es el pintor que más me ha impresionado. La primera vez que vi sus cuadros, en París, se me saltaron las lágrimas. Es un pintor realmente profundo, que remueve el universo, un pintor lleno de significación. Pone el alma en cuanto pinta. Y, de los posteriores, creo que Picasso, tan creativo, tan expresivo, es el ejemplo de la modernidad. Un pintor que inventa siempre, que se renueva, que tiene un estilo en cualquiera de sus épocas. Es alguien que busca. Y me interesa mucho Matisse. Y Martk Rothko, un maestro de la abstracción y del color, que posee un sentido poético, que pinta con mucha fuerza, con determinación. Ahí sí que hay un pintor, mucho más que en Jackson Pollock, que a mí me parece que está algo sobrevalorado, o en Jeff Koons, por ejemplo.
¿Qué pintores figurativos le interesan?
Me gustan, claro, Lucian Freud, es un gran pintor realista, hiriente, con un sentido metafísico brutal; Francis Bacon, que es todo un personaje descarnado, con contenido, con fuerza, me interesa mucho, o Edward Hopper, que sabe retratar como nadie la soledad y las pequeñas cosas de la vida. Conozco muy bien toda su obra. El pintor debe tener garra, fuerza, misterio, esa quimera interior y espiritual para conseguir algo, un sentido poético evidente y un diálogo intenso y constante con la materia. El auténtico pintor busca la perfección y la intensidad con desesperación, con afán de belleza, con espíritu de trascendencia. Y tanto Bacon como Hopper son pintores con desesperación; Hopper, por cierto, tiene mucho contenido surrealista. Vuelvo un instante a Mark Rothko, que encarna al pintor que acaba suicidándose por su conflicto interno. Crear no es fácil: a menudo al crear también acabas dejándote el alma destrozada. A mí un cuadro abstracto, si es bueno, me conmueve. Veo de inmediato que allí hay un pintor. Más allá del mensaje, de la filosofía, hay algo fundamental...
¿La luz, la atmósfera, la invisibilidad del aire, tal vez?
Yo hago una luz creada. Entre la montaña que yo estoy viendo y el ojo se produce ahí un objeto que es la atmósfera, que es el aire. Eso lo vio Leonardo y Velázquez lo plasmó en ‘Las meninas’ perfectamente. Crea ese ambiente y la transparencia del aire. Y esa atmósfera y ese ambiente de los interiores son decisivos: permiten crear un misterio, una poesía, esa metafísica, la realidad está envuelta en una atmósfera especial de magia. En Hopper esa atmósfera está marcada por la fatalidad, por la soledad. Hubo un momento en que yo, que no lo conocía, vi su obra y me dije: “Anda, si me parezco a Hopper”. La soledad, la espera, los interiores: a ambos nos interesan de modo semejante. Me pareció una coincidencia muy curiosa.
Hablemos del color: contenido y expansivo a la vez, poderoso, melancólico...
Se ha producido una evolución en mi obra. Al principio había colores más oscuros, más dramáticos, más antiguos, en relación a la sobriedad de la pintura española. He ido evolucionando hacia el blanco y hacia el negro. Y en los últimos años he incorporado más color. Ahora me interesa mucho la pureza del color: los azules, los rojos, hay más viveza en el cromatismo. Picasso decía que empiezas pintando como un clásico y acabas pintando como un niño. Y ese proceso parece muy natural. Poco a poco, por decirlo así y con algo de humor, podríamos decir que me estoy modernizando cada vez más, eso sí, desde la contención. A veces, en la modernidad, el panorama es preocupante: se considera arte cualquier ocurrencia. Se banalizan las cosas a pasos agigantados.
¿Qué debe tener un cuadro para usted?
Como pintor me interesa mucho cómo está resuelto desde el punto de vista pictórico. O cómo está visto. Un cuadro debe decir algo, atraer, emocionar, conmover, en primer lugar, por sus características pictóricas. Porque está bien pintado, porque está bien compuesto, porque tiene un color subyugante o atractivo, porque posee los valores clásicos, eternos, de la pintura. Antes que nada, para mí, es la pintura. Veo un cuadro abstracto de Rothko y sí me conmueve. Veo que ahí sí hay un pintor. Por encima de todo hay que hacer un cuadro con todas las cualidades de la pintura. De la Pintura, con mayúsculas. Y esas cualidades son distintas a las de la poesía, la arquitectura o la música. ¿Qué es lo que busco yo con cada cuadro? Hacerlo mejor que el anterior. Superarme. Que no se parezca a otro. Nunca he creído que consiga lo que quería conseguir. Me planteo resolver una dificultad que me impongo a través de la pintura. Intento que el espectador observe uno de mis cuadros y conecte con mi mundo y con el momento actual.
¿Cuál es la importancia del mensaje? ¿Qué quiere decir un artista como usted?
El pintor es un testigo de su tiempo. Es un notario de su época. Es un cronista de lo que sucede a su alrededor. No está en una torre de marfil ni es alguien que solo mira al pasado. Yo soy un artista de mi tiempo que atiende a los movimientos y a las inquietudes actuales, y eso para mí es fundamental.
En cierto modo ha invocado, sin decirlo, a Goya.
Francisco de Goya es otro monstruo, otro mito. Otra referencia. Un ejemplo. Por eso yo le decía que partir de la realidad es la mina más fructífera que existe, porque la realidad es lo más variado, lo más poético, lo más bello, lo más cruel, lo más tierno. En la realidad está todo, y Goya supo verlo. Fue un hombre sensible a su época y a todo lo que existía: podía captar la dulzura más exquisita y la crueldad más horrible. Tenía una formidable sensibilidad para las mujeres y los niños, y fue un descomunal pintor de la violencia, de la masacre, como se ve en los ‘Desastres de la guerra’.
Goya atrapó muy bien el binomio de arte y vida, ¿no le parece?
Goya es uno de los pintores que mejor supo captar toda la gama tremenda de la realidad. Y a Picasso le sucedía igual: ahí están el ‘Guernica’, ‘Los fusilamientos de Corea’, sus propios ‘Desastres de la guerra’ y muchas otras piezas. Recuerdo que de joven, recién llegado a Madrid, di una conferencia sobre él: fue un atrevimiento; hablé también de Goya. Ya entonces pensaba cosas parecidas: veía la vida como un ejemplo infinito de la variedad de las cosas. Picasso marcó una época y es un ejemplo por su capacidad para no esclavizarse de nada y para renovarse en cada serie. Siempre está renovando su propia fórmula. La realidad es mi mayor fuente de inspiración por su variedad infinita, por el contraste: contiene la ternura, la dulzura, la crueldad más absoluta, y no hay más que ver las fotos que nos mandan de los crímenes de Siria y de otros lugares del mundo. El hombre puede ser la mayor bestia para el hombre y a la vez la criatura más amorosa y refinada. Hay mucha gente generosa que se sacrifica por salvar a otros.
De sus contemporáneos, ¿se siente próximo o afín con alguien?
La verdad es que no me siento afín a nadie. Me despegué del realismo fotográfico, y tampoco he tenido relación con ese realismo académico tan español. He buscado mi sitio en un realismo interpretativo, en una figuración más etérea y poética que posee una atmósfera especial, con esa visión del espacio. Ha sido un realismo muy distinto del que se hacía en España y también en Estados Unidos. He ido un poco a mi aire, como un pájaro libre. He sido una persona muy aislada, muy centrada en mi mundo, trabajando en el estudio. Ahora tengo la sensación de que me va a faltar tiempo. Estoy ahora aprendiendo aún y me quedan muchas cosas por hacer...
Por cierto en esta exposición también incluye acuarela.
La acuarela es muy difícil. Los pintores coinciden en eso. Hace poco Antonio López me decía: “A mí la acuarela me horroriza”. Y hablamos de un pintor de un dominio técnico extraordinario que hace magníficas acuarelas. Casi todos los pintores le tenemos miedo a la acuarela. Van Gogh decía que la acuarela era algo endiablado. La acuarela te mantiene en tensión durante todo el proceso de ejecución, porque en cualquier momento se puede estropear la obra y no se puede rectificar. Se te descontrola la aguada o la mancha y luego no lo puedes borrar del papel. Ahora estoy haciendo maletas. Me interesa mucho introducir el blanco y negro. Presento dos obras de cuatro sillones que vuelan, y uno de ellos está pintado en blanco y negro. Y algo parecido hago con un nuevo díptico de gran formato a la acuarela: media parte está a color y la otra en blanco y negro.
La pieza es minuciosa, detallista, pero no deja ser sorprendente. Es casi un ejemplo de su nueva orientación: mezclar el color y el blanco y negro.
Me ha emocionado recientemente, ahora que he estado en Nueva York, una exposición que tienen en el Guggenheim de Picasso –que daba para todo- que se titula: ‘Picasso en blanco y negro’. Hay una selección de obras que el artista solo pintó en blanco y negro. Es extraordinaria. Exquisita. Una de las más bonitas y más conseguidas que he visto nunca en el Guggenheim. Coincidir con grandes pintores siempre es una satisfacción. El blanco y negro es muy bello. A partir de ahora voy a hacer más cosas. Es como con las películas en blanco y negro: tienen algo especial que no tienen las de color.
*Una amplia selección de la entrevista apareció en Heraldo de Aragón. La foto principal es de José Miguel Marco; la segunda de 'El País'.
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Jose Luis Diaz -