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Antón Castro

ALAIN RESNAIS SE HA IDO

ALAIN RESNAIS SE HA IDO

Europa pierde a Alain Resnais

 

Moría ayer en París, a los 91 años, el director de ‘Hiroshima mon amour’, ‘Mi tío de América’ o ‘Noche y niebla’

 

Alain Resnais (Vannes, 1922-París, 2014) ha sido uno de los grandes personajes del cine durante más de medio siglo: uno de esos creadores inagotables y curiosos que pelean a diario contra los tópicos y la pereza y que entienden que la creación avanza en muchas direcciones. Él hizo películas de culto, conmovedoras y revolucionarias, como ‘Hiroshima mon  amour’ (fue saludada en Cannes con ambivalencia: para unos era “una mierda”, para otros “la obra de un auténtico genio”) o ‘El último verano en Marienbad’; renovó el documental hasta el fin de sus días, aunque su obra maestra del género siga siendo ‘Noche y niebla’, y se acercó al cómic en varias ocasiones, a Lovecraft, a la pintura, a la ciencia (en  concreto a la biología y a los estudios de Henri Laborit), al teatro, a la canción popular francesa y al musical (hizo un documental sobre Gershwin) entre otros asuntos, con pasión, con creatividad, con un instinto invencible de búsqueda.

No quiso ser un director convencional o popular. Hizo películas para mucha gente, para sí mismo y para ensanchar el cine, y colaboró con grandes profesionales: de la interpretación, del guión (Marguerite Duras, Jorge Semprún, al menos en dos ocasiones, Alain Robbe-Grillet o Jean Cayrol, entre muchos), de la realización (fue montador de varios cineastas y trabajó con Chris Marker, de quien Jekyll and Jill ha publicado una estupenda monografía). En cierto modo, en bastantes de sus obras invitaba a ver el cine de nuevo, como cuando era mudo y lo que importaba, más que los argumentos o los personajes, eran las imágenes y su poderío hipnótico. Y él las montaba, en cascada, con un sentido particular del juego, del puzle y tal vez del enigma zigzagueante de la memoria.

Alain Resnais filmó su primera película, con una modesta cámara Kodak, a los catorce años. Estudió montaje cinematográfico en París y prestó sus habilidades a Agnès Varda. En sus inicios, abrazó el cine documental, con una obsesión: la pintura. Le interesó mucho Vincent van Gogh y le dedicó un corto que recibió el Oscar de Hollywood, su único Oscar, en 1950. Ese trabajo integraba una trilogía pictórica, en la también entraron Gauguin y el ‘Guernica’ de Pablo Ruiz Picasso.

Alain Resnais perteneció más que a la ‘Nouvelle Vague’, el grupo de Godard y Truffaut, a la ‘Rive Gauche’: siempre fue un cineasta de izquierdas, comprometido, obsesionado por la historia y, de un modo especial, por el nazismo. Aludimos específicamente a su película ‘Noche y niebla’, una obra maestra sobre los campos de concentración que anticipó otro trabajo capital sobre el Holocausto como ‘Shoah’ de Claude Lanzmann. Incomprendida y cuestionada en su época, ahora es una referencia. Se oía, en la realidad y en la voz en off, “el grito que no calla”.

En 1959, con un guión de Marguerite Duras, estrenó ‘Hiroshima mon amour’, con una misteriosa y bella Emmanuelle Riva (a la que veíamos hace poco en ‘Amor’ de Hanneke): una historia de amor con un trasfondo de guerra concebida como un poema visual y como un relato fragmentado donde eran tan importantes las bombas de Hiroshima como las voces y el estudiado flashback. En cierto modo, ‘El último verano en Marienbad’ (1961) insistía, de otro modo, en el hechizo de la imágenes, lentas y subyugantes, como una película japonesa donde lo que importaba era el paso del tiempo, la fuerza de los rostros, los espacios y lo que se sugería. Aquí, Robbe-Grillet, una figura de la ‘Nouvelle Vague’, adaptó a su modo ‘La invención de Morel’ de Adolfo Bioy Casares.

Dirigió películas como ‘Muriel’ (1963), un relato de amor donde el presente convive abruptamente con el pasado que retorna, ‘La guerre est fini’ (1965), con guion de Jorge Semprún y con una atmósfera que resumía la incertidumbre del militante político, ‘Stavisky’ (1974), la historia de un estafador real cuyo libreto redactó de nuevo Semprún, ‘Providence’ (1977), otra película basada en la fragmentación: aquí usaba cuentos de Lovecraft para abordar el amor, la muerte, la memoria y los mismos géneros cinematográficos. Más tarde, rodaría ‘Mi tío de América’ (1980), donde intentaba probar que la vida cotidiana de los seres humanos puede entenderse mejor a través de las teorías del biólogo Laborit.

No ha dejado de trabajar nunca. Ahí están otros títulos, por citar algunos más, ‘Muerte al amor’ (1984), ‘On connait la chanson’ (1997), un ejercicio casi humorístico en torno a la canción popular francesa, ‘Las malas hierbas’ (2012) o la última, que aún no ha llegado al cine comercial, pero sí se presentó en Berlín: ‘Amar, beber, cantar’ (2014)- Al parecer exalta la alegría de existir en oposición al fantasma de la muerte que llega.

Alain Resnais, casado con su ayudante Florette Malraux, hija del autor de ‘La esperanza’, amó la vida por encima de todo. La vida en su arrolladora complejidad. Y eso se percibe en su mundo, en su forma de mirar, en su infinita curiosidad. Quizá por ello no temió ser un incomprendido o un ‘outsider’. Se retrataba con una frase inolvidable: “Ninguna de mis películas se parece a la anterior. Hago cine contra mí mismo”. Ayer, en París, moría a los 91 años uno de los grandes realizadores europeos. Todo un patrimonio cultural.

 

*Este artículo se ha publicado hoy en Heraldo.es.

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