AURORA CHARLO DE LOS BOSQUES
[El pasado sábado, en el Teatro Principal, se le rindió un homenaje sorpresa a la aucarelista Aurora Charlo, promovido por su marido Salvador. Me pidió un texto sobre ella, su personalidad, su pintura. Aquí está.]
AURORA DE LOS BOSQUES
zón. La primera vez que vi a Aurora Charlo fue en Albarracín. La vi pintando: saboreaba el paisaje con su gorra, con sus ojos ávidos de luz y piedra arcaica, con sus botas de caminante o de andariega de bosques y pedregales. Entonces, si el recuerdo no me traiciona o superpone fecha sobre fecha, exponía en el museo del pueblo. Entré y me impresionaron sus obras de gran formato: pintaba como casi nadie, arañaba el papel y desleía el agua y el color para trazar paisajes. Alguna que otra marina, montañas, senderos en el monte que conducían hacia espacios de misterio. Disfrutaba en ese diálogo con la naturaleza, de la contemplación de la flora y de las estaciones.
Más tarde visité su taller y sus exposiciones. Trabajadas, pictóricas, minuciosas hasta el último acontecimiento de luz. Me habló de su pasión por esa técnica vertiginosa, me habló de la búsqueda de la belleza, del vértigo de atrapar sensaciones, estados de ánimo y atmósferas allá donde iba. La acuarela, tan compleja y tan exigente, era y es su reino: el territorio de sus mejores sueños, el torbellino de su imaginación en libertad, la rapidez de los suspiros. Me habló de sus viajes: de parajes europeos, de sus paseos a la orilla del mar, de su atracción por las ciudades y sus manchas de claridad o de esas sombras desveladas que se proyectan entre las farolas de la noche; me habló de que el Pirineo, tan absorbente, era uno de sus condados predilectos para la creación. En su taller, en todas las paredes hay cuadros suyos: de distintas épocas, de variados formatos, cuadros que rezumaban plasticidad, perspectiva y enigma. Pocas veces he visto a una artista de semejante prodigalidad: se funde con lo que ve, lo interpreta y lo desarbola en un sinfín de matices y detalles, y siempre, siempre, ofrece transparencia, tensión cromática, entereza.
Hay muchas formas de mirar, de sentir, de implicarse: Aurora Charlo desconoce la pereza. Se transforma. Busca. Se zambulle en la espesura con la versatilidad de las ninfas. Y encuentra: cada uno de sus papeles huye de lo previsible. Mezcla y mancha sin complejos, con conciencia de hermosura, con la suavidad del silencio, con esa apetencia de anudarse con los elementos y de ser. Mezcla y mancha con el fulgor del arrebato, piedra y cielo, cumbre y regato, memoria de un instante decisivo donde se perciben el llanto de las hadas, la música de las colinas y los vaivenes del corazón.
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