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Antón Castro

ALBERTO DUCE, PINTOR DE LA LUZ

ALBERTO DUCE, PINTOR DE LA LUZ

ALBERTO DUCE, PINTOR DE LA LUZ, EL CLASICISMO Y LA MUJER

 

Se cumple un siglo del nacimiento del pintor (Zaragoza, 1915-Zaragoza, 2003)

 

Hay pintores que, como ciertos músicos, son esencialmente melodistas, si admitimos el paralelo melodía-línea, y su complementario armonía –colorido. Alberto Duce es uno de estos”. Así definía el poeta José Hierro al pintor aragonés, nacido en Zaragoza el 10 de agosto de 1915, hace ahora un siglo. Añadía que le importaba la belleza y no la expresión y que en su obra “aparecen esas criaturas, huéspedes de un mundo donde ningún drama es posible, reposado ballet donde parecen evocarse Grecias míticas”. La principal de esas criaturas, como también ha recordado Josefa Clavería, la mayor estudiosa de Duce, es la mujer, y en particular el desnudo femenino: hizo cientos, miles, fue más que un tema, el núcleo de una pintura clásica, elegante, que se afirmaba en el dibujo, en la nitidez de la línea y por supuesto en el color. Alberto Duce practicó todas las técnicas: el óleo, el dibujo, “del que era un auténtico maestro”, tal como afirma Eduardo Laborda, y el grabado: lo estudió, investigó la litografía, el aguafuerte, las suertes de la estampación, hizo cursos y montó varios talleres en sus respectivos estudios; le apasionaban los libros de artista y realizó varios con poemas de Safo o las ‘Soledades’ de Luis de Góngora.

Alberto Duce tuvo una vida de novela. Intensa. Llena de peligros y aventuras. Estudió en Las Escuelas Pías, pero pronto sintió la llamada del arte: estudió en la Escuela de Comercio y en las Escuela de Artes y Oficios. No tardó en sentirse atraído por la fotografía a través de la figura de Jalón Angel. Cuenta Josefa Clavería que con doce años fue ayudante suyo y que vivió una experiencia fantástica en torno a 1927 o 1928 cuando Miguel Primo de Rivera vino a Zaragoza a retratarse: estuvo con él en el estudio y luego, con Jalón Ángel, lo acompañó a recorrer algunos lugares de la ciudad. Otra de sus pasiones fue meterse en las salas del Museo de Bellas Artes y copiar uno de los cuadros más famosos de Juan José Gárate: ‘La copla alusiva’. Poco más tarde, hacia 1931, se integró en el Estudio Goya hasta la Guerra Civil. A la sombra de Mariano Gratal y otros artistas, solía acudir casi todas las tardes y aprovechar los fines de semana para realizar salidas y pintar del natural. Intentaba estar al día: leía monografías y revistas, seguía a los clásicos y a los maestros del momento, como Bartolozzi, Penagos o Ribas. Y en esos años de indesmayable aprendizaje, cuando la publicidad y el cartelismo, la caricatura y el humor vivía un gran momento, entró a trabajar en diversas empresas: en Roldos Tiroleses tuvo de maestro a Manuel Bayo Marín, enamorado del art decó y artista refinado por excelencia. Pasó a Industrias del Cartonaje y luego a la Empresa Parra e hizo portadas para los cines Goya y el Argensola y carteles, programas y telones para el Alhambra y el Frontón. Frecuentaba el Ateneo Popular y se hizo de las Juventudes Socialistas. Así que cuando estalló la Guerra Civil fue detenido de inmediato y probablemente habría sido ejecutado –como lo fueron el joven pintor Federico Comps, el arquitecto Albiñana o los médicos Moisés y José Miguel Alcrudo, entre otros cientos-, gracias a la mediación de un amigo de la familia, llamado Coderque, logró detener la gran amenaza y como gesto de redención se alistó en la Legión. Hizo carteles para diversas conmemoraciones del nuevo régimen.

En la posguerra se instaló en Zaragoza, en un estudio en el Coso, que se convirtió en un centro de tertulia de creadores: por allí pasaban Marcial Buj ‘Chas’, periodista y humorista de HERALDO (de quien Eduardo Laborda publica un impresionante libro que sale estos días), Ildefonso-Manuel, que le dedicará un soneto con motivo de su exposición en Libros en 1941, un joven Antonio Mingote o la pintora Pilar Aranda, que viviría una literaria historia de amor con el poeta e historiador del arte Juan Eduardo Cirlot antes de casarse con Francisco Sanjosé.

Por aquellos días, Alberto Duce redecoró el salón Ambos Mundos y empezó a frecuentar el balneario de Panticosa, donre realizaría algunos murales de paisaje, ponientes de oro y esquí. En 1942, se marchó a Madrid con una beca de la Diputación de Zaragoza y empezó a frecuentar los círculos artísticos de la Escuela de Madrid: siempre tuvo un enorme deseo de aprender y frecuentaba el Museo del Prado o el Círculo de Bellas Artes, asistía a las tertulias del Gijón o del Lion d’Or, cosechó galardones. Y no solo eso: vivió una historia de amor con Irene Golberger, una misteriosa mujer a la que le dedicó un retrato en 1948, quizá una de sus obras maestras. La pintura del final de esa época marcó un hito en su producción: Josefa Clavería dice que entonces trabajaba con tres modelos: Mercedes, la más habitual, Pepi y Nori. Le gustaba explorar los paisajes mesetarios y no tardaría en realizar, con distintas ayudas y pensiones, viajes clave en su trayectoria: París, donde coincidiría con Pablo Palazuelo y Honorio García Condoy, Roma y finalmente Nueva York, donde llegó en la primavera de 1949. Permanecería una larga década. Consiguió establecer numerosos contactos, sobre todo entre los judíos, y le hicieron muchos encargos. Pasó por muchas dificultades, tuvo problemas con el permiso de residencia, pero acabó viviendo holgadamente. En 1955 se casó con Mary Lee Sansbury, que le daría dos hijos, Alberto y José Luis. Un lustro después, cuando la pareja se había roto y habían irrumpido el desamor y el odio, Alberto Duce protagonizó “una huida holliwoodiense”: secuestró a su hijo Alberto y lo trajo con él a España. En 1962 ya estaba en Madrid de nuevo y contó con la buena acogida del médico y apasionado del arte Alberto Portera, zaragozano como él, a quien le habían dicho que la policía nortemericana lo estaba buscando.

Regresó por un tiempo a Zaragoza y ya en 1963 se instalaría de nuevo en Madrid. Estuvo hasta en 1988, instante en que regresó definitivamente a casa,  a un amplio estudio en el entorno de la plaza de Los Sitios. En esos años, además de mantener la coherencia de su obra, clásica, de rasgos académicos, cuidada factura y pasión absoluta por la mujer y la figuración (retrató a los Reyes de España, a los alcaldes de Zaragoza Cesáreo Alierta y García Belenguer...), también se significó en su crítica contra la guerra de Vietnam, intensificó su interés por el grabado e instalaría un tórculo. Arregló una masada en Cornudella (Tarragona) y alternó sus períodos de creación entre el campo y la ciudad (Madrid o Barcelona). Fue objeto de sendas antológicas en el Palacio de Sástago en 1988 y en Ibercaja en 2002. Murió en su ciudad el 28 de agosto de 2003. Quiso ser hasta el final “un pintor auténtico” que había hecho de la materia, de la representación, la hermosura y el sueño el argumento central de su vida.

 

*Este texto se publicó ayer en el suplemento ’Artes & Letras’ de Heraldo de Aragón. El cuadro, de 1948, se titula ’Irene’ y es mi obra favorita de Alberto Duce. Y quizá el cuadro de una intensa y formidable historia de amor.

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