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Antón Castro

LA CHANSON, CASI UN DICCIONARIO

LA CHANSON, CASI UN DICCIONARIO

[El pasado viernes, en el Teatro de la Estación, Paco Cuenca ofreció un concierto de la Chanson, en compañía de Chema Callejero al piano, Coco Balasch al contrabajo y Pedro Vega a la batería. Tuvo la gentileza de invitarme a presentar el acto. Redacté algunas notas sobre los músicos... En esencia, esto es lo que he leí. Paco, tan amable y afectuoso siempre, me dedicó una de mis canciones favoritas: 'Ne me quitte pas'. No me dejes / no me abandones.]

 

CASI UN DICCIONARIO MÍNIMO DE LA CHANSON

 

LA CHANSON. La canción francesa procede de una tradición que se remonta al siglo XV. En los años 40 y 50 del siglo XX alcanzó un nuevo esplendor. ¿Por qué? Por su acento lírico, la calidad de su poesía y la variedad de asuntos que abordó (el amor, la rebeldía, la injusticia, la transgresión, la resistencia, la vida cotidiana y sus accidentes). Destacó por la solidez de sus registros interpretativos y su conexión con el pueblo. Fue un canto coral y emocionante, que integraba músicas como el folk, la balada, el jazz o los ritmos del cabaré. Exaltó la belleza y la sonoridad del francés. Y también la camisa negra, suavemente abierta, que usaron algunos cantantes.    

  

CHARLES AZNAVOUR. Armenio. Ahí sigue: como el barón rampante, minúsculo e inspirado. Nonagenario. Fue el secretario, el chófer y uno de los jóvenes amores de Édith Piaf. Posee un modo peculiar de cantar; como si le costase pronunciar las endiabladas erres del idioma, posee una dicción muy personal. Canta, sobre todo, al sueño, a la felicidad y a la melancolía. Canta, en París o en Venecia o en cualquier lugar del mundo, a ‘Todos los rostros del amor’.  

  

GEORGES BRASSENS. Es el cantante sobrio, irreductible, bohemio, el artista de las afueras y de las pequeñas cosas, el anarquista suave que nunca se encogía; solo ocultaba su profunda timidez tras el mostacho. Maestro de José Antonio Labordeta, de Paco Ibáñez y Javier Krahe, se reía hasta de su sombra y de la música militar. Creó himnos sin pretenderlo: era demasiado modesto y huía de la solemnidad. Era el actor-trovador que ni parece pestañear. Y era un pensador y un poeta admirable, de esos que tejen los versos con ironía, rima, ritmo, música oculta y cartabón de métrica.  

  

JACQUES BREL. Belga en París y Ámsterdam. Cantante que se forjó en los cabarés y en los amores difíciles. Fue el vocalista de la intensidad capaz de arrancarse el corazón más allá de las lágrimas y ofrecérselo al público. Fue gesto, teatralidad y pasión. Tenía sentido del humor y de la voluptuosidad, coqueteó con su prima Rosa, y con otras mujeres, y creó la canción más hermosa y desesperada del mundo: ‘Ne me quitte pas’. Paco Cuenca, que lo cantó aquí en el Teatro de la Estación hace dos temporadas, ha dicho: Poco o nada se sabe del Jacques Brel intérprete, el volcán, el histrión, el actor capaz de rellenar sin economía de gestos o muecas un escenario entero con su sola presencia”.  

  

FRANCIS CABREL. De origen italiano, fue un rebelde con causa en la escuela. Lo expulsaron. Quiso ser zapatero. Y, aunque haya publicado una docena de discos, parece el músico de una sola canción: ‘La quiero a morir’, de 1979. Como suele decir que la guitarra es su primer amor, no se sabe con certeza a quien le susurra ‘La quiero con locura’, como traduce Paco Cuenca. La actriz mexicana María Félix dijo que en realidad un amante suyo, muy joven, se la había compuesto para ella y que Cabrel se la apropió. Quizá solo sea un delirio de Doña Bárbara en su madurez.  

  

LEO FERRÉ. No se sabe bien si parecía un goliardo o el viejo Aristóteles con esos cabellos blancos y desordenados al viento. Su canto late, estremece; su canto es cántico, oración pagana, salmo de rebeldías, hermosura fijada en constantes metáforas, temblor de espumas. Interpretó a los clásicos: Baudelaire, Rimbaud, Breton. Era tan personal e inesperado que podía decir que el estilo de una mujer es su culo, su culo, su culo, pero también su corazón. Y ya puesto se atrevió a indagar los misterios del tiempo. ‘Con el tiempo’ es una canción escrita en dos horas que resume ‘la historia de un trozo de vida’, según confesó Ferré en una carta a una amiga.  

 

YVES MONTAND. Nació en la Toscana con el nombre de Ivo Livi. Antes de ser el actor ideal de Costa Gavras, fue el amor juvenil de Édith Piaf y la aventura inolvidable de Marilyn Monroe. Alternó el teatro y el cine con la música, donde parecía el caballero elegante que abandona los bajos fondos y la noche salvaje, y se pone a cantar. Es capaz de recitar y de interpretar a Jacques Prevert en ‘Las hojas muertas’. O ‘C’est it bond’, aquella canción de 1947 de Henri Betti, que también popularizó Louis Armstrong y que debe ser una de las más versionadas de la historia. Lo ha hecho hasta Miguel Poveda. Yves Montand parecía un Bogart europeo con gabardina. A veces pensaba, en contra de Simone Signoret, que la nostalgia no es un error y decía: “El mar borra en la arena los pasos de los amantes desunidos”

CLAUDE NOUGARO. Le dio la vuelta al mundo con la música: en Francia, en Estados Unidos, anudado al espíritu del jazz, y en Brasil. Cantó al mayo francés y se hizo más famoso en sus giras con Dalida. En 1978 realizó una versión de ‘O que será’ de Chico Buarque: ‘Tu verras’. Un canto a la esperanza, a las segundas oportunidades, a la alegría de vivir. “Verás a todos los que creíamos muertos recobrar aliento y vida en la carne de mi voz hasta el fin de mundo”.

ÉDITH PIAF. Fue un misterio de la naturaleza. Amó el amor hasta más allá de la locura, se sintió cautiva de la soledad, conoció los rincones oscuros del alcohol, de la droga y de la enfermedad. Pese a ello, mostró una fortaleza inmensa: estaba poseída por la ciencia secreta de la canción y del escalofrío. Parecía frágil, doliente, casi agonizante. En un escenario se sobreponía y provocaba un cataclismo universal. Su voz es de otro mundo y de esta orilla de la desesperación; su voz es la partitura de un dolor inefable, como un veneno necesario que te planta en el abismo, entre el desgarro y el fuego sombrío de la vida. Una vida que para Édith Piaf en rara ocasión fue de color de rosa.

CHARLES TRENET. Acumula definiciones: para unos es “el padre de la canción francesa”; para otros “el cantante loco”. Jean Cocteau dijo que encarna “la llamarada que perdurará”. Fue músico de cabaré, y defendió la vitalidad, la alegría, las pequeñas cosas y la dignidad. Cantó hasta casi el final de sus días y triunfó, como otros colegas, en el Olympia en varias ocasiones. Su canción más famosa la compuso antes de los 30 mientras viajaba en tren en 1943: ‘La mer’. El mar. Existen más de 400 versiones, entre ellas una de Bob Dylan y otra de Miguel Bosé. Escribió: “El mar ha acunado mi corazón para siempre”. A Charles Trenet le gustaba cantarla con un clavel rojo en el ojal de la chaqueta.

PACO CUENCA. Cantante y compositor, pero también fotógrafo, escritor, viajero y hedonista, desde la música, el coche, el avión, el barco y la bicicleta. Siente la chanson hasta la médula: se transforma en autenticidad. Cuando canta se reencuentra consigo mismo, con la oscura raíz del grito y con los ecos de la memoria. Hace algún tiempo reveló: “La primera vez que canté delante de alguien fue en Bruselas. Suena algo exótico pero fue sin gloria, ante cinco o quizá seis adolescentes y nadie, ni siquiera mi hermano que estaba cerca, lo recuerda. Pero así fue. Tenía catorce años”. Paco Cuenca rodea de buena gente: Chema Callejero al piano, Coco Balasch al contrabajo, como le gustaba hacer a Brassens, y Pedro Vega a la batería. Y le gusta, sobre todo, animar a la felicidad y a la emoción, no solo con voz y la mímica del corazón sino con el movimiento de su sombrero.

 

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