NOTAS SOBRE 'MALABROCCA' Y RAFA BLANCA
Este fin de semana, con el Teatro del Mercado lleno, se hizo la representación de ‘Malabrocca’, por el Teatro Negro, y un actor en estado de gracia: Rafa Blanca, dirigido por el actor y dramaturgo Alberto Castrillo-Ferrer, que es un profesional de una pieza que entiende el teatro como un acto de comunicación donde no se aburra ni el aire. La pieza es una adaptación libre y humorística de una novela, ‘Maglia negra’ de Mateo Caccia, que recrea la vida de un ciclista que siempre quedaba el último y que hizo de ello el motivo de su fama y de su leyenda en un tiempo en que los grandes corredores del Giro, y del Tour (ambos ganaron dos), eran Fausto Coppi (que estuvo en Zaragoza y corrió en el Parque Grande) y Gino Bartali. Bartalia en 1938 y 1948; Coppi en 1949 y 1952. La obra, dicho sea de paso, se centra sobre todo en 1946.
La pieza se introduce con un relato que parece autoficción: en un viaje a Italia, Rafa Blanca ve una tienda de bicicletas, se queda anonado ante el escaparate e invita a su mujer a entrar. Allí ve fotos de ciclismo (la famosa y ambigua de Coppi, Bartali y el botellín de agua) y también una ‘maglia nera’. El dueño, que tiene un humor que parece somarda y aragonés, le ayuda a reconstruir la historia de Malabrocca, al que Rafa Blanca, divertido, versátil, le da vida… A él y a otros muchos personajes: a periodistas, corredores, técnicos, a Ninfa, la propia esposa de Malabrocca, reconstruye el diálogo con el anciano en varios instantes e incluso con su mujer Silvia en el interior de la casa de bicicletas, y realiza un trabajo actoral asombroso, pleno de humor, de ironía, de matices, y de esos pequeños gestos que bien medidos resultan perfectos y dicen mucho del ciclismo, de la memoria, de los oficios de la escena y de este tránsito que conduce la función desde la risa hasta el llanto.
Rafa Blanca ofrece una lección de interpretación en apenas 80 minutos, agiliza el discurso, lo lleva y lo trae por donde quiere, es reflexivo y narrativo, psicológico y épico, además interactúa con el público sin perder el hilo y sin dejarle que interfiera en exceso, y utiliza una pantalla blanca que le permite realizar proyecciones evocadoras que juegan con la gesta y el esfuerzo de la bicicleta. El personaje se convierte en un pícaro, nada que ver con la grandeza de Bartali, que salvó a 800 judíos pasando salvoconductos en el interior de su manillar y en los tubos de su bicicleta ni tampoco con la clase y los éxitos de Coppi.
El público aplaude a rabiar en este espectáculo sobre un perdedor, un pícaro, un hombre que quizá encontrase un punto de redención y que ayuda a entender qué significa para los italianos el Giro y el ciclismo. Si quedasen entradas, no se lo pierdan. Rafa Blanca, con todo el equipo que lo apoya y con un sencillo manillar y un ágil cambio de maillots y pantalones, está soberbio. Ha encontrado a su antihéroe, lleno de humanidad, y su tono. Luigi Malabrocca nació en 1920, hace 101 años, y murió en 2006.
REPARTO
Rafa Blanca
EQUIPO ARTÍSTICO
Escenografía. Manuel Pellicer
Vestuario. Arantxa Ezquerro
Iluminación. Alejandro Gallo
Espacio sonoro. David Angulo
Diseño gráfico. Manuel Vicente
Fotografía. Silvia Belloc
DIRECCIÓN
Alberto Castrillo-Ferrer
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