Blogia
Antón Castro

ZARAGOZA. MUCHA ALEGRÍA LEJOS DEL MAR

En un otoño de cierzo enloquecido llegué a Zaragoza. Hace más de un cuarto de siglo. Fue al alba y olían a sudor los trenes. Sabía poco, muy poco de esta ciudad. Al principio, mis primeros amigos me llevaron al “Pachᔠo a “Bohemios”. Años después me llevarían al “Café Avenida de la Ópera”, “La Marioneta” o al “Café del Sur”. Recuerdo que buscaba el mar de Galicia en el Casco Antiguo: primero en “La taberna del mar”, en Casta Álvarez, y luego en “Lumpen” (Javier Delgado estaba a punto de revelarme lo que andaba buscando en “Zaragoza marina”). Cuando se preparaba la apertura del local me dejaba caer, trabajaba un poco y luego comía pisto o fritada aragonesa que me sabía a gloria. En las calles sonaban Los Pecos y había un dispensario de pan que vendía leche Ato. Más tarde, en una de esas noches erráticas en que no vas a ningún sitio, entré en “El Fuelle” y conocí a Luis Alegre y a Mariano Gistaín, a quien leía con devoción. Recuerdo que mi suegro se tronchaba de risa leyendo su sección “Las espinas de la rosa” en “El día de Aragón”, donde contaba impresionantes historias de extrañas parejas que iban de aquí para allá, con su laborioso amor a cuestas, y acababan discutiendo en “El Ángel Azul”, que fue otro de mis bares. Allí conocí en el verano de 1987 a Pepe Melero, que me regaló un libro que había dedicado al nacimiento de su hija Iguácel –conservo el volumen con una dedicatoria de copista exquisito que trabaja para Lastanosa en un oculto monasterio- y que me habló de su amigo del alma, el poeta, el editor y noctámbulo, Luciano Gracia, que acababa de fallecer.
Coincidía con Luis Felipe Alegre, con Ángel Guinda y con algunas hermosas muchachas que querían ser actrices. Para seducirlas, debías hacerte el interesante y oír sesudas reflexiones sobre August Strindberg, el método interpretativo de Stanilawski, el teatro pobre de Jerzy Grotrowski o el surrealismo escénico de García Lorca. A principios de los 80, un forastero que hubiese leído “Comedia sin título” o “Así que pasen cinco años” prometía dar mucho de sí. Luego, una vez que habías fracasado en el asedio, de nuevo anudado al cierzo de la madrugada, salía a Independencia y recitaba, como un pájaro solitario que ha perdido sus riberas, versos a la luna, versos a aquellas jóvenes que querían ser princesas y siempre preferían a otro. Luis Felipe Alegre me acompañaba en una de estas caminatas y de repente sacaba unos folios de su chaqueta y leía las últimas composiciones de Ángel Guinda. Era un poeta “maldito”, siempre de negro, que hacía tertulias en “Balmoral” y adoctrinaba a un pelotón de jóvenes discípulos. Tiempo después tendría un gato al que puso de nombre Baudelaire.
Cada día me gustaba más esta ciudad: Zaragoza siempre me ha parecido un territorio hospitalario, un ciudad que exige ser descubierta día a día, en sus garitos, en sus tiendas, en sus callejas angostas, en sus habitantes. De “Aki Zaragoza” (cumple 18 años y me ha pedido este texto; publica un lujoso catálogo de escritores y pintores y enamorados de la noche) siempre me ha sorprendido la cantidad de tribus urbanas que encontraba a cualquier hora y en cualquier sitio. Rostros para el mundo, gente feliz asomada a una barra de bar o a un objetivo discreto. Fui un halcón pasajero capaz de enamorarme de una prostituta de Lisboa en el “Cosmos” o de ir a ver las piernas interminables de un showgirl ucraniana en un local de Camino de las Torres. Mis bares luego se fueron haciendo más diurnos: “El Emir”, “El Levante”, “El Voltaire”, el “Juan Sebastián Bar”, el “Babel”, que es como un estudio de artista: Sergio Abraín. También fui de discotecas en mis años de bingo, ya casi no me acuerdo de los nombres: “Scratch”, “Garden”, tal vez. Navegué la noche brasileña de “Caipirinha” y al final, tras haber vivido casi una década lejos de Zaragoza, me he vuelto convencional: mi lugar preferido de cháchara, alcohol y muy poca malicia es “Casa Emilio”, aunque también me dejo caer, más bien poco, por el “Azul”, “El Presidente” (allí, sobre todo, espero. Espero a alguien que siempre se retrasa) o “La caja de los hilos”. O “La factoría”, que es como mioficina improvisada en un local ajeno y lleno de gente a la que desconozco.
Esta ciudad es otra: la misma y distinta. Multirracial y acogedora. Como una concha para refugiarte, como un tiovivo que gira a su capricho. Como un observatorio hacia el mundo que, a su vez, contiene el mundo. He visto, en la gente de todos los colores y latitudes que pasa, muchos mares de vida, mucha alegría lejos del mar.

10 comentarios

Otro anónimo -

Eres un tipo increible. Las agencias de viaje debían de icluirte entre las cosas a conocer. Yo soy de otros bares pero en el fondo iguales, con mas ansia y mayores prisas.Vuelve a hacerme feliz mañana, como dice el Anónimo anterior con tus delfines, tus mares y tu saudade.

Antón -

Lo siento, Cide, no era yo uno de esos y no sabes cómo lo lamento. Siempre he tenido la enfermedad de las mujeres: mirarlas, admirarlas, verlas como pasan de largo o como siempre preferían a otros. No me habría importado nada empezar aquí una pequeña retrospectiva de seductor, pero pronto, muy pronto, se vería la impostura. Gracias de cualquier modo: es un precioso regalo tus sospechas... ¿Antón conquistador? En Galicia se diría aquello de "Vaites, vaites"...

Cide -

Demasiado joven soy para tener nostalgia. Sin embargo me reconozco en alguno de los lugares que nombras. Yo iba a Scratch con 15 años, ya que no nos dejaban entrar en ningún otro sitio. Estoy casi convencido que tú eras uno de esos que nos levantaban las chicas en la barra, a los adolescentes que entonces deseábamos tener 5 años más.

matilde -

Frecuenté en los ochenta buena parte de los lugares que usted cita. Creo que nunca nos cruzamos. Creo al igual que yo nunca lo besé- o quizás lo he olvidado-.
Al contrario que usted, yo hace años que abandoné Zaragoza y me ha gustado recordar los lugares por los que me movía.
Cambiando de historia,me gustaría que me enviase el programa de Cantavieja. Gracias

Anónimo -

Antoncico: eres el mejor, maño, el hombre que llegó de la bruma y los delfines (así lo escribirías tú para crearme la intranquilidad de siempre) a Zaragoza a enseñar a amar su ciudad a los zaragozanos. El texto es estupendo y, una vez más, zaragocista militante. ¿Qué ha sido por cierto de ese inmenso baúl de marino? Mi reino por ese baúl. Te queremos.

De Antón, para Victoriño -

A muller que me bicou na estación -cando me ía para sempre, para non voltar nunca máis a Zaragoza, con aquel mundo de mariño cheo de libros- chámase Carme, a dona que eu amo e teño por senhor (como escribiron os poetas medievais galego portugueses), e vive agora en Garrapinillos, moi perto do teu paradiso.

Mil gracias polo que dis do artigo. Es un sol constante e protector do ceo de Aragón: outro rei da amizade. Outra aperta. Xa sei que o Zaragoza lle deu a volta o partido e gañou 4-3. Que ledicia tan fonda para os nosos amigos do Zaragoza...

víctor -

Está bien, segundo bruxo de Arteixo. Aunque le hayas prometido a un amigo no volver a hablar de Elboj, quiero que sepas que me gustó mucho tu artículo en el Heraldo de Aragón (Huesca). Creo que es un texto valiente y certero. Puede leerse en http://www.unizar.es/cce/vjuan/anton_campo.htm

Sobre cómo decidiste echar el ancla en este puerto, he leído algo sobre el beso que te regaló una chica en la estación, pero no voy a abundar en esa parte de la historia porque enseguida empezaremos a hablar de coches, y el blog se llenará de mujeres que te han besado, que dirán ser -o que quisieran haber sido- la mujer que aquel día te besó en la estación.
v; )

De Anton -

Sólo se me ha olvidado decir una cosa sobre el naufragio. Náufrago o desterrado o solitario sin sosiego, mi primera pertenencia en Zaragoza -además de tener los ojos inundados por la ciudad y sus alrededores- fue un baúl inmenso de marino, de aquellos que en Galicia se llaman "mundos de mariño".

Victoriño -

Meu rei: penso que ti es o señor Borroy, o que mora no paradiso de Vila Albina, Vila Branca, ateigada de paxaros. Os mestres e a pedagoxía sen o teu pulo dos últimos anos non seria o mesmo tampouco. Aquí hai que loitar con alegría por la visibilidade, pola paixón. Esta é unha cidade de magníficas realidades, de boas xentes, de agarimo constante. Unha aperta rei dos reiseñores e do ping pong.

Anónimo -

Benquerido Antón:
No importa si te trajo hasta esta esta tierra sin mar un naufragio, o si llegaste empujado por un viento favorable. Zaragoza no sería lo mismo sin ti.